Lucía Halty, Universidad Pontificia Comillas; Helena Garrido Hernansaiz, Centro Universitario Cardenal Cisneros; María Jesús Martínez Beltrán, Universidad Pontificia Comillas; Rocío Rodríguez Rey, Universidad Pontificia Comillas y Virginia Cagigal, Universidad Pontificia Comillas
Hace año y medio vimos cómo, de la noche a la mañana, nuestra vida cambiaba radicalmente: nos vimos confinados, casi todos nuestros planes se cancelaron y nuestras relaciones cambiaron. Además, hemos sido testigos de mucho sufrimiento causado por el fallecimiento de seres queridos, pérdida de planes importantes y problemas económicos y sociales, entre otros muchos. Todo esto, que no es poco, ¿qué impacto ha tenido sobre nuestra salud mental?
Desde el confinamiento distintos estudios han mostrado que la pandemia está teniendo unos efectos psicológicos bastante profundos. Un estudio realizado en marzo de 2020 mostró que el 25% de los españoles sufrieron ansiedad, el 41% estrés y el 41% síntomas de depresión durante el confinamiento. La ansiedad y el estrés normalmente se generan ante situaciones que son impredecibles (no sabemos qué va a pasar), incontrolables (en gran medida no dependen de nosotros) y prolongadas en el tiempo. La pandemia cumple a la perfección todos estos requisitos, por eso nos genera tantísimo estrés.
Por otro lado, la tristeza y la depresión aparecen frecuentemente cuando perdemos algo, y durante la pandemia hemos perdido muchas cosas: ocio, vida social, ingresos… y en el peor de los casos, a alguien querido. Sabemos, además, que estos efectos psicológicos persisten en el tiempo. Un estudio aún no publicado muestra que las personas que fueron evaluadas durante el confinamiento volvieron a ser evaluadas meses después y los síntomas psicológicos se mantenían tan altos como en marzo.
¿Estamos psicológicamente peor tras la covid-19?
La buena noticia es que no. Pese a que todos hemos sufrido cambios, no podemos afirmar que todas las personas se sientan peor ahora que antes. Cada persona tiene su contexto y sus propias estrategias para lidiar con las dificultades y cada caso debe valorarse de manera individual.
Los estudios, sin embargo, nos muestran que algunos colectivos son especialmente vulnerables. Entre ellos destacan los profesionales sanitarios, que han vivido situaciones extremadamente difíciles, así como quienes han perdido el empleo o experimentan dificultades económicas. Y, por supuesto, quienes han perdido a un ser querido.
Además, a pesar de las consecuencias adversas de la pandemia, para muchas personas esta situación ha servido para darse cuenta de qué es lo realmente importante en su vida y han decidido hacer cambios importantes. Por ejemplo, hay quienes se han dado cuenta de quién está a su lado realmente en momentos de dificultad y han decidido dedicar más tiempo a cuidar su relación con estas personas. Esto es lo que en psicología llamamos crecimiento postraumático y durante la pandemia ha aparecido en alrededor de uno de cada tres personas.
Paradójicamente, aquellos que han sufrido más son quienes también tienden más a afirmar que tras la pandemia han realizado algún cambio positivo en su vida. Para estas personas, el Covid ha sacudido realmente los cimientos de su vida y en ese proceso hay mucho sufrimiento, pero (a veces) también mucho aprendizaje.
¿Qué se puede esperar ahora?
No dejamos de escuchar que “la pandemia no ha desaparecido”. Y sus efectos psicológicos tampoco. La situación sigue siendo impredecible e incontrolable en gran medida y el hecho de que se esté prolongando tanto está generando mucho cansancio. Por lo tanto, no debe extrañarnos que muchas personas sigan sintiéndose mal o incluso peor que al principio.
Incluso si mañana el virus se hubiese erradicado del todo, no podríamos esperar que sus secuelas psicológicas hiciesen lo mismo. Hemos aprendido a convivir con el miedo y esta emoción no va a irse de la noche a la mañana: al fin y al cabo, nos ha sido útil durante todo este tiempo, nos ha hecho protegernos.
A pesar de ello, retomar las actividades cotidianas, el contacto social, el ocio, tiene un efecto muy beneficioso sobre el estado de ánimo. Por eso, a medida que podamos ir volviendo a la normalidad, podemos esperar que la situación de muchas personas mejore.
También es importante señalar que, en muchos casos, los efectos psicológicos de la pandemia se deben a sus consecuencias sociales y económicas: pérdida de empleo o imposibilidad de conseguir uno, merma en los ingresos, inestabilidad… En la medida en que estas consecuencias sociales sigan presentes cuando ya no esté el virus, las consecuencias psicológicas persistirán.
¿Qué podemos hacer?
Durante la pandemia, psicólogas y psicólogos han ofrecido consejos para ayudarnos a sentirnos mejor. Algunos de los más importantes son seguir haciendo cosas de las que disfrutemos (aunque tengan que ser adaptadas a estos tiempos), ajustar nuestro nivel de autoexigencia e intentar no obsesionarnos leyendo y hablando todo el tiempo sobre el coronavirus.
Estos consejos son acertados. El problema es que no todos valen para todo el mundo, porque las pautas deben ser adaptadas a cada situación. En este sentido, desde Comillas acabamos de sacar a la luz una aplicación móvil y web llamada Sperantia.App que supera algunas de estas limitaciones.
Esta aplicación gratuita nos permite autoevaluarnos a nivel psicológico y nos da una serie de orientaciones personalizadas ajustadas a nuestro perfil. No sustituye en absoluto a un profesional, pero puede ser un buen comienzo para cuidar nuestra salud mental en estos tiempos en que todos somos especialmente vulnerables.
Por último, la recomendación más importante es pedir ayuda profesional si lo necesitamos: esto no nos hace más débiles, sino todo lo contrario, es una fortaleza.
Lucía Halty, Profesora e investigadora del departamento de Psicología, Universidad Pontificia Comillas; Helena Garrido Hernansaiz, Profesora Titular en Psicología, Centro Universitario Cardenal Cisneros; María Jesús Martínez Beltrán, Profesora Colaboradora Docente - Doctora de la Escuela Universitaria de Enfermería y Fisioterapia, Universidad Pontificia Comillas; Rocío Rodríguez Rey, Profesora del Departamento de Psicología, Universidad Pontificia Comillas y Virginia Cagigal, Profesora Propia Adjunta, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.