José Martínez Fernández, Universidad de Salamanca
El Diccionario de la Real Academia Española define el término percepción como la “sensación interior que resulta de una impresión material producida en los sentidos corporales” o como “conocimiento, idea”.
La percepción de los problemas ambientales que nos rodean puede ser un obstáculo para poder afrontarlos convenientemente. La transmisión de conocimiento a través de la divulgación es una herramienta imprescindible para la concienciación social. Sin la complicidad de una sociedad informada difícilmente se podrán abordar de forma adecuada los problemas del agua.
Percepción y límites
Hace un tiempo, durante una jornada de trabajo de campo, tuve la oportunidad de dedicar un buen rato a explicar a un agricultor que se encontraba regando su parcela con agua subterránea la necesidad de hacer un buen uso del recurso (aplicar la dosis adecuada, en el momento más conveniente).
Yo intentaba transmitir al hombre que, de lo contrario, extraería más agua de la necesaria y, con ello, contribuiría a la sobreexplotación del acuífero. Tras unos instantes de reflexión e incredulidad, el agricultor cuestionó mi argumentario con una enmienda a la totalidad y una sentencia lapidaria: “¿Para qué? Si el agua nace ahí”. Esto estaría cerca de lo que expresa la primera acepción del diccionario.
Lamentablemente, la percepción de una parte importante de la sociedad sobre los problemas ambientales, en general, y de los del agua, en particular, está en consonancia con lo manifestado por ese agricultor. Él había fundamentado su idea sobre la existencia de un recurso infinito, basándose en su empirismo y en una transmisión de conocimiento, probablemente, centenaria.
El año próximo se cumplen 50 años de la publicación del informe del Club de Roma (The Limits to Growth) sobre los límites del crecimiento, y la realidad demuestra que hay mucho que hacer todavía en este aspecto. De poco sirve el inmenso avance de la ciencia y la tecnología en materia de agua si los usuarios finales del recurso, los ciudadanos, siguen operando desde el desconocimiento o la desinformación.
Percepción, eficiencia y riesgos
Cualquier esfuerzo que se haga en materia de divulgación y concienciación puede resultar de enorme utilidad y tener un impacto significativo. El ejemplo más claro lo podemos extraer del mundo de la agricultura.
En torno a tres cuartas partes del agua que se detraen del sistema natural van destinadas exclusivamente a regar los campos de cultivo y, por tanto, a una labor tan esencial como es proporcionar los alimentos de los que se nutre la población, entre otras cosas. Eso significa que una reducción de esa cantidad de agua, por modesta que fuera, supondría la liberación de un volumen considerable de recursos, la atenuación de la tensión a la que están sometidos los sistemas hidrológicos en muchas regiones y una contribución inestimable a la adaptación frente al cambio climático.
De poco sirve, en términos de uso eficiente del agua, la enorme inversión que se hace en los planes de modernización de regadíos, si los usuarios finales, los agricultores, siguen tomando decisiones sin tener en cuenta las limitaciones del recurso. Con demasiada frecuencia lo hacen basándose en criterios de empirismo y tradición, sin tener en cuenta el conocimiento y la tecnología que hoy en día está a su disposición para producir más y mejor, reduciendo el uso de recursos como la energía y el agua.
Divulgación y concienciación
El esfuerzo por lograr una percepción de la sociedad más fundada puede contribuir, también, a derribar el nefasto axioma por el que “el agua que no se usa, se pierde”, en el que se fundamenta, en parte, la disyuntiva intencionada que se plantea en ocasiones entre el uso racional del agua y el progreso económico.
Los ciudadanos deben tener herramientas a su disposición para entender que aquellos recursos hídricos que determinadas actividades humanas no consumen son fundamentales para la obtención de otros recursos básicos (alimentos, energía, cultura, calidad de vida…) y para llevar a cabo funciones en los sistemas naturales que nos resultan esenciales aunque sean menos tangibles (equilibrio, regulación, armonía, biodiversidad…).
La divulgación y la concienciación constituyen un aliado imprescindible para prevenir, hacer frente o paliar situaciones de crisis relacionadas con el agua, cada vez más frecuentes en este inexorable escenario del cambio climático.
El ejemplo más palmario es el de la sequía y la actitud generalizada de la sociedad ante este fenómeno, simbolizada de forma insuperable por el concepto del ciclo hidro-ilógico. El desinterés del ciudadano (sobre todo en el ámbito urbano) por los problemas del agua es habitual y notorio. Hasta que un buen día abre el grifo y constata angustiado que no cae ni una gota. Este comportamiento extremado por el que se pasa instantáneamente de la indiferencia a la histeria cada vez que ocurre un episodio de sequía es la evidencia más clara del déficit de concienciación.
Las sequías son fenómenos recurrentes y todo apunta a que van a ser más frecuentes en el futuro. Eso significa que, tras una sequía, con toda seguridad y después de un periodo más o menos prolongado, vendrá la siguiente. De ahí que la clave frente a este tipo de crisis hídricas esté en la sensata y responsable gestión colectiva e individual del recurso en los periodos normales o de abundancia.
Percepción y reciprocidad
Es de justicia reconocer que una parte del déficit de información y concienciación puede ser consecuencia, también, de esa especie de combinación entre soberbia y desinterés que en ocasiones manifiesta el mundo de la ciencia frente al resto de la sociedad.
En una ocasión, mientras un grupo de colegas nos afanábamos en seleccionar una cuenca adecuada para un proyecto de investigación, nos encontramos con un pastor que pasaba con su ganado por las inmediaciones. Este buen hombre, amablemente y después de darle un leve pie para la conversación, nos explicó con todo lujo de detalles el funcionamiento hidrológico de la cuenca que pretendíamos monitorizar, y las claves para entenderlo.
Después de unos años de arduo y fructífero trabajo científico, nos tuvimos que rendir a la evidencia y comprobar que lo que habíamos hecho era, básicamente, corroborar con ayuda de la ciencia lo que el pastor nos explicó de forma intuitiva el día de nuestro encuentro. Este sería un caso que estaría más próximo a lo mencionado en la segunda acepción citada del diccionario.
Mi experiencia me dicta que la combinación entre el conocimiento científico y el saber popular producto de la experiencia constituye una herramienta inestimable que conduce al enriquecimiento mutuo y a una mejor comprensión de la realidad. Esa interacción es, además, un instrumento muy útil para lograr una divulgación efectiva.
A partir de una implicación decidida del mundo de la ciencia, de una estrategia de divulgación correcta y una concienciación social adecuada, podremos conseguir la complicidad de la ciudadanía para afrontar los retos del agua en este contexto del cambio global.
José Martínez Fernández, Catedrático de Geografía Física, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.