El carnaval más famoso de Estados Unidos supone para la ciudad un paréntesis en su quehacer diario y en la crisis anímica y económica abierta desde el huracán ´Katrina´ en agosto de 2005.
Nueva Orleans se rinde hoy a la fiesta pagana del Mardi Gras (Carnaval) con el sabor a blues y jazz de sus calles, el brillo y color de los collares, la sensualidad de sus gentes y el deseo de olvidar las penas de la vida.
El carnaval más famoso de Estados Unidos supone para la ciudad un paréntesis en su quehacer diario y en la crisis anímica y económica abierta desde el huracán "Katrina" en agosto de 2005.
Cinco años después las secuelas del huracán todavía se dejan notar, pero por primera vez en mucho tiempo la ciudad parece renacer con un nuevo ritmo y pasión.
Buena parte del optimismo se debe a los Saints, el equipo de Nueva Orleans que el pasado día 7 ganó por primera vez la final del fútbol americano, el Super Bowl.
Todo un hito deportivo para el equipo en sus 40 años de historia que lo han convertido en el símbolo de la resurrección de Nueva Orleans.
Para el Martes de Carnaval o Mardi Gras se reservan algunas de las mayores comparsas, los mejores disfraces y la celebración más intensa y desenfadada de estas fiestas en la ciudad de la flor de lis.
Las autoridades calculan que cerca de medio millón de personas han disfrutado del jolgorio que se inició el pasado fin de semana en esta ciudad con claras influencias mediterráneas, caribeñas y del África occidental.
El símbolo de estas fiestas, que comienzan cada año el 6 de enero, son los collares, que se arrojan a los transeúntes desde las carrozas integrantes de la treintena de desfiles populares que recorren las principales calles de la ciudad.
Pero, sin duda, el centro de la versión más carnal de este carnaval se vive en Bourbon Street, donde los colgantes se pueden conseguir de una forma menos prosaica, ya sea con un pequeño coqueteo o mostrando anatomía.
Conseguidos los primeros collares, las noches del pasado fin de semana han sido frenéticas en el Barrio Francés.
En ese entorno, un joven con el torso desnudo, a pesar del frío invernal, dice a un amigo "Oye tío, esto va de lo que va" mirando goloso a una muchacha que se muestra sensual en un balcón, al tiempo que una señora a punto de escandalizarse se debate entre sumarse a la fiesta o bajar la mirada al suelo hasta llegar a su casa o el hotel.
Mientras, curiosos y mirones armados de cámaras esperan apostados bajo los balcones más animados y concurridos a la caza de unos segundos de placer visual.
Este ambiente desenfadado permite comportamientos que en una sociedad como la estadounidense serían reprochables en otras fechas y circunstancias, como el hecho de que un casi adolescente se disfrace de religioso y ofrezca "plegarias a cambio de pechos".
Y es que esta tradición de mostrar los senos es una de las que más llama la atención de los miles de jóvenes turistas que estos días visitan la ciudad y que a la primera ocasión se unen para exclamar uno de los gritos de estas fiestas: "¡Enseña tus pechos!".
En clara inferioridad numérica, grupos de creyentes portan carteles en los que recuerdan que el perdón de los pecados todavía es posible e instan a los jóvenes, un tanto ebrios ya, a abandonar comportamientos reprochables, y aunque consiguen entablar con alguno de ellos un debate teológico-carnal no parecen tener mucho éxito.
A su favor, sin embargo, está el hecho de que tras el Mardi Gras (Martes de Carvanal) llega siempre el Miércoles de Ceniza y con él la contención de la Cuaresma con la que intentar alejar el recuerdo de unas jornadas calenturientas.
EFE
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