Tras recorrer 3.000 kilómetros, caravana de activistas llegó a la convulsionada ciudad mexicana para pedir el fin de la violencia originada por el narcotráfico.
Cargando una foto de Julieta, desaparecida hace 10 años, Consuelo Valenzuela marcha junto a su otra hija y su nieta para pedir el fin de la violencia en la mexicana Ciudad Juárez, conocida antes de que el narcotráfico ensangrentara sus calles por los "feminicidios".
No es raro por eso que testimonios de mujeres abunden en los actos de la caravana encabezada por el poeta Javier Sicilia, que llegó el jueves a Ciudad Juárez tras recorrer más de 3.000 km pasando por las zonas más afectadas por la violencia del narcotráfico que deja 37.000 muertos desde diciembre de 2006.
"Como ya hemos tenido la lamentable experiencia que nos pasó con nuestras hijas, no tenemos miedo. Por eso queremos una solución, tanto al dolor que sentimos como madres por nuestras desaparecidas como ahora por tanto chamaco (muchacho) muerto", dice Consuelo mientras camina cerca de Sicilia en mitad del recorrido.
Su generación aprendió a lidiar con el miedo al que ya creen haber espantado. Pero Patricia, de 35 años, hija de Consuelo y hermana de la desaparecida, admite que el corazón se le estrecha cuando sus hijos salen a la calle.
"Tengo tres hijos, dos señoritas y un niño, y siempre uno se queda pendiente cuando se van a algún lugar", dice, mientras su hija Laura releva a La adolescente, con lentes cuadrados que dejan ver su rostro cuidadosamente maquillado, cuenta que es difícil ser una joven en Ciudad Juárez. "Uno no puede salir con libertad a la calle, cuando quieres ir a un lugar o salir con alguien, siempre te quedas pensando que te puede pasar algo".
"Me gustaría estudiar leyes, porque siento que podría hacer algo para parar todo esto, para que haya justicia", agrega luego decidida. El caso de esta familia es uno de miles.
En el escenario dispuesto para que los familiares de víctimas den rienda suelta al reclamo por sus muertos o desaparecidos suben decenas de mujeres a desahogarse: Rosalba Pizarro, Virginia Berthaud, Selene de Galindo... Más de 3.100 homicidios en 2010, atribuidos en su mayoría a disputas entre bandas de los carteles de Sinaloa y Juárez, convirtieron a esta ciudad de 1,2 millones de habitantes en la más violenta de México.
Como contraste, del otro lado de un río al que el verano debilita hasta convertir en un hilo de agua, está El Paso, una de las ciudades estadounidenses con menor criminalidad.
"Ciudad Juárez es un espejo en que podemos mirarnos, en lo que no queremos que se convierta el resto de México", dice Sicilia, a quien las extensas jornadas, incluyendo largas caminatas bajo el sol, no le quitan el gusto por fumar.
Hace una semana, Sicilia emprendió el recorrido de su tercera marcha de protesta desde que su hijo fuera torturado y asfixiado en marzo junto a otras seis personas por una banda de narcotraficantes en Cuernavaca (centro).
Las organizaciones que lo siguen firman este viernes un pacto por la dignidad y la justicia y el sábado la caravana cruzará brevemente la frontera para un acto en El Paso, donde se pedirá a Washington dejar las presiones a los gobiernos de América Latina que han convertido la lucha antidroga en una guerra mortal.
Ciudad Juárez es, en el marco de esa estrategia, un escenario obligado. La abrupta geografía de sus alrededores semidesérticos está rasguñada de caminos clandestinos que conducen a Estados Unidos y sirven para el trasiego de drogas y migrantes.
"Las mujeres de Ciudad Juárez hemos aprendido a ser valientes porque sabemos que no estamos solas", dice Lucha Castro, abogada de una organización que lleva muchos de los casos de "feminicidios".
Hace dos años la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a la que pertenecen 34 países del continente, condenó a México por tres de los 400 asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez ocurridos entre 1993 y 2003: Esmeralda Herrera, Claudia Ivette González y Laura Berenice.
La Corte admitió el alegato según el cual la atrocidad de los casos, la indiferencia de las autoridades y un patrón cultural en el que parecían coincidir todos los asesinatos hacían posible llamarlos "feminicidios": es decir, crímenes cuyo motivo principal es el género de sus víctimas.
-AFP
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