María Paz García-Vera, Universidad Complutense de Madrid
Un mes después de que comenzase la invasión armada de Rusia a Ucrania, el país europeo es el tercero del mundo con más población refugiada, según ACNUR. Más de tres millones y medio de ciudadanos han huido del país, dejando atrás su vida. Al torrente de emociones que sienten se une una de difícil explicación y sin sentido, dado el contexto: la culpa.
¿Para qué sirve sentir culpa?
Los seres humanos tendemos a sentirnos culpables a veces por cosas que no hemos hecho intencionalmente. El ejemplo más claro lo podemos observar estos días: las personas que huyen de Ucrania por la guerra. Muchas de ellas se sienten culpables por dejar a familiares en el terreno de batalla. Culpables por dejar que su país se apague destrozado por las bombas. Culpables por querer vivir. Es lo que se conoce en psicología como “la culpa del superviviente”.
La culpa es una emoción negativa normal y frecuente, de esas que conviven con los seres humanos a lo largo de su vida y que nos ayudan a adaptarnos a todo lo que nos va ocurriendo. Otras emociones negativas normales y frecuentes son, por ejemplo, la tristeza que sentimos cuando perdemos algo o a alguien, la ansiedad que aparece cuando interpretamos que hay amenazas y la ira que nos invade frente a actitudes maliciosas contra nosotros.
A todas ellas se une la culpa que sentimos cuando intencionadamente hacemos daño a alguien. En ocasiones, puede considerarse que nos ayuda a ser mejores: nos permite sentirnos mal y tratar de disculparnos, pedir perdón y cambiar nuestra conducta posterior.
El problema de las emociones: su aparición sin sentido
Todas las emociones negativas citadas a veces aparecen sin sentido o de forma exagerada e inadecuada y nos hacen sufrir de un modo difícilmente soportable. Entonces, lejos de mejorar nuestra adaptación al mundo, nos la dificultan.
En ocasiones, los humanos tendemos a sentirnos culpables por cosas que no hemos hecho intencionalmente, como les puede ocurrir, por ejemplo, a las mujeres que vienen de Ucrania huyendo de la guerra. Estas mujeres se sienten culpables porque han dejado allí a sus maridos, sus hijos mayores, sus hermanos, sus padres, sus familiares, sus amistades y su país. Ese sentimiento de escapar para salvar la vida con frecuencia les hace sentirse culpables.
En este caso, la culpa es una emoción que no tiene mucho sentido, porque esas mujeres no están haciendo un daño intencional a nadie. Tienen sentido otras emociones como la tristeza, la ansiedad o la ira, pero ¿por qué la culpa, si en este caso no hay intencionalidad de daño por parte de quien la sufre?
La culpa de la culpa: la ilusión de control
Con frecuencia solemos vivir con una cierta “ilusión de control”: pensamos que controlamos todo lo que ocurre a nuestro alrededor, que todo depende de lo que hagamos. Esta ilusión de control, que nos hace sentir seguros, se contrapone a la indefensión que los seres humanos sentimos cuando percibimos que nos ocurren acontecimientos negativos al margen de lo que hagamos.
En la vida muchas cosas ocurren por lo que hacemos, pero otras muchas no. Diferenciar lo que ocurre por lo que hacemos y lo que ocurre por otras razones no siempre es fácil. Y, en general, tendemos a maximizar nuestra sensación de control. Ahí es donde se cuela la culpa.
Los seres humanos nos sentimos culpables de sucesos negativos que no sabíamos que ocurrirían, que nunca hicimos con esa intencionalidad y sobre los cuales, incluso, hubiésemos dado nuestra vida para que no ocurrieran. Esto es debido a que maximizamos la sensación de control, incluso cuando no hemos podido ser adivinos o tener superpoderes para evitar lo que no dependía de nosotros. Pensamos que “algo habremos hecho para merecerlo” o que “podríamos haber hecho mucho más para evitarlo”.
Este tipo de sentimientos de culpabilidad no solo son frecuentes en los refugiados de las guerras, sino también en otros tipos de víctima. Recuerdo a quienes, tras los atentados del 11-M, se sentían culpables de no haber visto o no haber adivinado que había una mochila con explosivos en uno de los trenes que explotó. También a quienes, tras haber perdido a un familiar en esos mismos atentados, se sentían culpables porque ese día no lo llevaron en coche al trabajo en lugar de dejarle ir en tren.
Hoy, son miles de personas las que salen de Ucrania tratando de sobrevivir o salvar la vida de los suyos. Son también miles las que arrastran la mochila de la culpa en su odisea por llegar a países que les acojan, aunque no entiendan ni el idioma de sus anfitriones. Entre todos, es importante hacerles ver que la culpa es una emoción normal, pero sin sentido en esta ocasión, salvo para el que intencionadamente inicia una guerra ilegal e injusta.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la Unidad de Cultura Científica de la UCM.
María Paz García-Vera, Catedrática de Psicología Clínica, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.