Con un año de retraso debido a la covid-19, el 31 de octubre comienza en Glasgow la COP26, la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Pedro Linares, Universidad Pontificia Comillas
Con un año de retraso debido a la covid-19, el 31 de octubre comienza en Glasgow la COP26, la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Como siempre sucede, hay cierta expectación, e incluso expectativas, acerca del resultado de esta reunión: ¿será al fin el momento en el que la comunidad internacional se comprometa de forma indudable con la lucha contra el cambio climático? ¿Se adoptarán medidas que permitan evitar los peores presagios anunciados por el reciente informe del IPCC? ¿Se logrará reunir la financiación necesaria para ayudar a los países en desarrollo? ¿Se cerrarán los flecos pendientes, las cuestiones más técnicas, del Acuerdo de París?
Es muy importante gestionar bien las expectativas, para no acabar en decepción o frustración, que pueden ser muy peligrosas en la lucha contra el cambio climático. Y la probabilidad de que la COP26 sea un éxito en lo anterior es muy pequeña. Esto no quiere decir que haya que desesperar, tal como comentaré al final. Voy a repasar en cualquier caso los temas que tratará la COP de Glasgow.
Los compromisos siguen siendo insuficientes
Uno de los temas más importantes es la revisión de las contribuciones nacionales (NDC, por sus siglas en inglés), es decir, de los compromisos que cada país o región (por ejemplo Europa) adopta para cumplir con el objetivo del Acuerdo de París, no superar los 2 ℃ (o, idealmente, 1,5 ℃) de calentamiento en 2100.
Esta revisión, que debe hacerse cada 5 años, tocaba en 2020. Por tanto, la de Glasgow es la primera COP en la que se evalúan estos compromisos. Desgraciadamente, y a pesar de los llamamientos desde la última COP25 de Madrid, o desde distintas instituciones u organizaciones no gubernamentales, la realidad se ha impuesto: las promesas de los países no son suficientes para cumplir el objetivo propuesto.
De acuerdo con el portal de análisis científico independiente Climate Action Tracker, sólo Gambia está en línea con el objetivo. Ni Europa ni EE. UU. se han comprometido a reducciones suficientes, y otros países (en especial China, por su peso en las emisiones globales) siguen estando muy lejos. Por tanto, será difícil trasladar un mensaje muy positivo en este ámbito.
Financiación climática y mercado de emisiones
Otro tema muy relevante, entre otras cosas porque ayudaría a que los compromisos nacionales se hicieran más ambiciosos, es asegurar que se alcanza el nivel necesario de financiación climática: 100 000 millones de dólares que irían a los países en desarrollo para ayudarles a reducir sus emisiones. De nuevo, y a pesar de la vuelta de los EE. UU. al Acuerdo de París, seguimos estando lejos de la cantidad prevista.
Finalmente, la COP25 también dejó pendiente para Glasgow un acuerdo sobre el Artículo 6 del Acuerdo de París, por el cual se regulan los mercados de emisiones globales (no los nacionales, de los que ya hay muchos en marcha, como el ETS europeo). Este es un tema muy complejo, ya que, aunque en teoría estos mercados pueden permitir reducir emisiones de forma más barata (y por tanto más aceptable), es muy difícil definirlos de forma que no resulten en humo (es decir, ausencia de reducción) o en doble contabilización de reducciones.
En este sentido, todo lleva a pensar que, si se alcanza un acuerdo (como casi sucede en la última conferencia en Madrid), será de mínimos, es decir, introduciendo las suficientes restricciones como para que realmente este instrumento no sea viable en la práctica, lo cual por otra parte puede ser una buena noticia si reduce el riesgo de aumentar las emisiones.
La responsabilidad de los países occidentales
El otro “fleco” pendiente del Acuerdo de París, la compensación de pérdidas y daños a los países que más sufren y sufrirán el cambio climático, es aún más difícil de solucionar, por la negativa de muchos países desarrollados a aceptar su responsabilidad legal en esta cuestión.
En resumen: aunque, como todas las COP, esta reunión puede ayudar a focalizar la atención pública y mediática en el cambio climático, y eso evidentemente puede ser positivo, en la práctica es difícil que salgan de ella compromisos materializables o progresos reales. Todo esto, en un contexto de crisis energética –uno de los países precisamente que más la están sufriendo es el anfitrión– que, por una parte, llama la atención sobre los peligros de depender de los combustibles fósiles, pero por otra puede dañar el apoyo público a la transición energética.
Puede que ocurra algo distinto, por supuesto. Pero en todo caso, una falta de avance de la COP26 no puede ni debe suponer un abandono de la lucha contra el cambio climático, ni una pérdida de la ilusión en que las cosas pueden cambiar, sino más bien un mayor énfasis en las políticas domésticas, que son las que, en el fondo, nos pueden sacar de esta situación.
Este artículo forma parte de la cobertura de The Conversation sobre la COP26, la conferencia sobre el clima de Glasgow.
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Pedro Linares, Profesor de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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