Las aguas de Drake son famosas por ser las más tormentosas del planeta. Sus indomables olas pueden alcanzar hasta 10 metros.
El buque Aquiles zarpa del puerto chileno de Punta Arenas a las doce del mediodía. En su popa, hombres y mujeres se despiden de la civilización. Desde el puesto de mando, el capitán fija el rumbo de la expedición: "Allá vamos, Antártida".
Todos los que alguna vez han querido acercarse al continente helado en una embarcación han tenido que enfrentarse al pasaje de Drake. Un tramo de 808 kilómetros que separa Suramérica de la Antártida. Sus aguas son famosas por ser las más tormentosas del planeta, con indomables olas de hasta 10 metros y vientos de más de 150 kilómetros por hora.
El inicio de la aventura. Punta Arenas se va haciendo pequeña en el horizonte mientras la mirada de los pasajeros del barco de la Armada chilena se alarga por el estrecho de Magallanes. Se trata de medio centenar de científicos del Instituto Nacional Antártico Chileno (INACH) que se dirigen hacia el lejano continente. Allí esperan encontrar muestras y pruebas que les puedan ayudar a descifrar el avance del cambio climático.
Algunos ya han navegado por estas latitudes en otras ocasiones. Sin embargo, para la mayoría, esta inmensidad de agua y cielo es totalmente desconocida. Muchos transitan por la cubierta con la angustia dibujada en el rostro. "Dicen que viene una fuerte tormenta", murmuran por lo bajo en los oscuros pasillos.
El gran reto. El comandante confirma que se espera un fuerte oleaje a partir de las diez de la noche y advierte que hay que trincar el buque. Un viento de 65 kilómetros por hora desfleca olas de hasta 5 metros de altura y el buque oscila de un lado al otro sin tregua. El equipaje choca contra las paredes y sólo algunos consiguen dormir.
Cuando amanece, el radar indica que se han sobrepasado los 58 grados latitud sur. El Drake recibe al Aquiles bajo el radiante sol del verano austral y los pálidos pasajeros pasan el día mirando las olas chocar contra el casco.
El arribo. A bordo del Aquiles resulta difícil mantenerse en pie. El agua estalla con furia contra el casco y toneladas de agua penetran por la proa. Dentro, los camarotes parecen batidoras y son pocos los que se atreven a transitar por los pasillos. Los sillones que no están amarrados resbalan por la superficie del salón como si fuera una pista de patinaje. Sin duda, es mejor permanecer acostado.
En la tarde del tercer día, la tormenta parece apaciguarse y un goteo de aturdidos pasajeros empieza a aglutinarse en la cubierta. En el horizonte emerge una fina línea blanca que al cabo de unas horas se perfila como una tierra nevada. El Aquiles ha llegado a las Shetland del Sur y transita cerca de unos montículos blancos y desolados. A través de los altavoces el capitán anuncia la llegada al fin del mundo: "Estimados pasajeros, ahora empieza la aventura". EFE
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