El país norteamericano tiene un mecanismo de elección presidencial indirecto, por lo que -como ocurrió en 2016- no necesariamente gana el candidato de mayor respaldo ciudadano. Este 3 de noviembre, conoceríamos cuál de los dos contrincantes ocupará la Casa Blanca por los siguientes cuatro años.
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos se realizan este martes 3 de noviembre. Aunque realmente existen cuatro candidatos en carrera, prevalecen los competidores que representan a los dos partidos más fuertes y tradicionales de ese país: Donald Trump, actual presidente, con el Partido Republicano, y Joe Biden, exvicepresidente de Barack Obama, con el Partido Demócrata.
En este informe, nos propusimos analizar cómo funciona el modelo electoral presidencial tan bipartidista e indirecto del país norteamericano. Para ello, contactamos a dos politólogas, que conocen de cerca el mecanismo, y a dos internacionalistas, que destacan los puntos característicos de la curiosa democracia estadounidense.
¿Qué son los electoral votes y por qué son más determinantes que los votos ciudadanos?
Cuando un ciudadano estadounidense decide ejercer su voto, que es voluntario, marca por su candidato preferido, pero ese voto no determina necesariamente el resultado. Esto, porque -en realidad- el voto ciudadano se dirige hacia los representantes de una delegación que, en conjunto, se llama “Colegio Electoral”.
En EE.UU. existen 538 miembros del Colegio Electoral. Esta es una cantidad fija porque corresponde al número de representantes que existen en el Congreso Nacional (435 diputados y 100 senadores) más tres delegados adicionales del Distrito de Columbia (Washington D.C.).
A los 538 integrantes del Colegio Electoral se les denomina “electores” y lo que cada uno emite es su “voto electoral” o electoral vote. Los electoral votes son, entonces, los que verdaderamente definen al ganador de los comicios presidenciales.
Gisela Sin es doctora en Ciencia Política por la Universidad de Michigan y, actualmente, profesora asociada en la Universidad de Illinois. En entrevista para este artículo, nos explicó que la cantidad de electores de cada estado es variante porque se basa en el mismo principio de proporción que los representantes en la Cámara Baja del Congreso Nacional.
“Illinois, que es el estado donde yo vivo, tiene 20 electores en el Colegio Electoral porque, en el Congreso Nacional, Illinois tiene 18 diputados y dos senadores. Acordémonos que los diputados se distribuyen entre todos los estados de acuerdo a la población que cada estado tiene y los senadores son siempre dos por cada estado. Por lo tanto, podemos decir que la elección no se juega a nivel nacional, sino en cada estado. Y por eso las encuestas que importan son aquellas que se hacen a nivel de cada provincia; especialmente, las provincias muy competitivas”, señaló la politóloga.
A este punto, vale preguntarnos: si la elección del presidente la definen los integrantes del Colegio Electoral, ¿para qué sirve el voto de la población? Sí tiene un propósito y es que, cuando los ciudadanos expresan su respaldo por un candidato, los electores del Colegio Electoral orientan sus votos hacia el que recibe mayor apoyo popular. Sin embargo, más abajo revisaremos por qué esto funciona más como una promesa que como una garantía.
El ‘número mágico’ para ganar la elección y el caso Hillary Clinton
Mayoría simple. Para hacerse de la presidencia de Estados Unidos basta con obtener la mitad más uno de los votos electorales; es decir, 270. Y aquí sucede algo interesante: cuando uno de los candidatos recibe más votos en cada estado, se apodera de todos los votos en esa jurisdicción. Este principio del winner-take-all o “el ganador se lo lleva todo” ocurre en 48 de los 50 estados, con excepción de Maine y Nebraska.
Sofía Vera, doctora en Ciencia Política por la Universidad Pittsburgh y profesora asistente en la Universidad de Kansas, indicó a RPP Noticias que es por esto que los estados con gran o mediana concentración de votos electorales (y preferencia política variante) suelen tener mayor atención por parte de los candidatos durante la campaña. “La regla del winner-take-all es esta idea de tomarlo todo al obtener la mínima ventaja de votos y es por eso que la campaña se centra tanto en los estados que tienen buen número de delegados. Entonces, hay algunos estados que tienen muy poquitos delegados y, por más que el candidato gane en ese estado, quizás la victoria no le contribuye tanto. Esto, claro, salvo que acumule muchas de esas pequeñas victorias y la elección empiece a girar a su favor”.
Como se recuerda, en las elecciones presidenciales de 2016, la candidata demócrata Hillary Clinton se impuso con los votos electorales de casi una veintena de estados, pero eso no fue suficiente. Washington, Oregon, California, Nevada, Colorado, New Mexico, Minnesota, Illinois, New York y otras ocho jurisdicciones le dieron la mayoría del respaldo y, por consiguiente, Clinton conquistó un total de 232 votos electorales. Su contrincante, y quien terminó por ganar la elección, Donald Trump, la superó largamente con 306 votos electorales.
Entre Trump y Clinton, hubo algunos estados donde la votación fue bastante reñida. Un ejemplo fue Michigan, un estado de mediana cantidad de electores, donde Trump obtuvo el 47.3% y Clinton, el 47.0%. Solamente por esa pequeña diferencia porcentual en el voto popular, Trump se adueñó de los 16 votos electorales del estado entero. Ventajas mínimas similares se registraron en Florida, Wisconsin y Pennsylvania. Pero aquí se reconoce una correspondencia: en todos esos estados mencionados, los electores habían recibido más votos ciudadanos a favor de Trump.
Aunque el voto de la población benefició, en conjunto, a Hillary Clinton, con 65 millones 853 mil 625 sobre los 62 millones 985 mil 106 que obtuvo Trump, el ascenso de este último fue indiscutible con los votos del Colegio Electoral. Lo de Trump el 2016 fue algo inusual. Tan inusual que, en toda la historia de Estados Unidos, solo en otros tres comicios presidenciales han ganado los candidatos con menos votos de la ciudadanía: Rutherford B. Hayes, en 1876; Benjamin Harrison, en 1888; y George W. Bush, en el 2000.
Los swing states o estados donde el pronóstico es incierto
Entre los 50 estados de Estados Unidos, hay varios con historiales de tendencias más republicanas o más demócratas. Por ejemplo, está el caso de California, el estado más poblado y donde los votos electorales son 55; los más numerosos de todo el mapa. Al menos desde 1992, California ha votado consecutivamente por candidatos demócratas y la mayoría de sus ciudadanos -los que ejercen su voto- guardan esa preferencia política. Por eso, California es considerado como un “estado azul”. Alabama, por su parte, mantiene en su historial una fidelidad muy firme hacia el Partido Republicano. Es decir, es un “estado rojo”.
Pero, así como hay estados donde uno u otro candidato tendría -en teoría- asegurada su elección, existen otras jurisdicciones donde la prevalencia no es muy clara. Así lo describe la politóloga Gisela Sin: “Hay un grupo de estados donde se sabe que van a ganar los demócratas. Hay otro grupo de estados donde se sabe que todos o casi todos esos electores van a ir para los republicanos y, después, hay otros estados que son muy competitivos, donde no se sabe bien quién va a ganar. Y es ahí, en esos estados competitivos, en donde se reconduce toda la campaña electoral porque son, finalmente, los que pueden determinar quién gana la elección”.
Los estados que no muestran una preferencia definida por uno u otro candidato son apodados swing states o “estados bisagra”. Incluso si el récord histórico indica que el estado suele ser rojo o azul, las encuestas pueden advertir que, para los comicios de ese momento, no se identifica una postura abrumadoramente mayoritaria. Es el caso de Texas, un estado que ha votado republicano consecutivamente desde 1980, pero que las encuestas -hasta el 31 de octubre- lo posicionaban como un swing state para esta nueva elección. Otros estados donde se ha reportado esta categoría son Arizona, Florida, Iowa, Michigan, Ohio, Pennsylvania, Georgia, Carolina del Norte y Wisconsin.
La politóloga Sofía Vera explica que los swing states son los que realmente ponen a prueba el manejo político de los candidatos. “Siendo estados difíciles de predecir y, a la vez, bastante decisivos, los candidatos suelen centrar en ellos sus esfuerzos más grandes. Esto es así porque son estados donde uno de los dos candidatos se puede llevar todos los votos y por un margen extremadamente pequeño. Esto hace que los swing states concentren las posibilidades de cambiar los resultados electorales o voltear todo el pronóstico. Es por eso, también, que generalmente los candidatos no se concentran mucho o suelen descuidar la campaña en estados donde su victoria ya está asegurada”, señaló la especialista.
Para el internacionalista y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Óscar Vidarte Arévalo, que el resultado final quede muchas veces en manos de los swing states alimenta el largo debate sobre cómo funciona la democracia del país norteamericano.
“Por decirlo de una manera, ni a Trump ni a Biden les interesó tanto pasar por California estando en campaña. ¿Y eso por qué? Porque ambos saben el resultado que siempre arroja ese estado [demócrata]. Es decir, técnicamente, ya se puede anticipar con casi 100% de seguridad de que en California va a ganar Biden. Entonces, estamos frente a un sistema electoral que claramente termina definiéndose o cerrándose en ocho o nueve ‘estados bisagra’, que pueden cambiar de color. Y que todo gire en torno a unos cuantos estados da qué pensar acerca de lo que es la verdadera democracia estadounidense”, dijo Vidarte para este artículo.
¿Se pueden presentar partidos que no sean los dos mayoritarios?
Además de Trump y Biden, estas elecciones presidenciales tienen a otros dos candidatos menos publicitados: Jo Jorgensen, del Partido Libertario, y Howie Hawkins, del Partido Verde. Pero, pese a que Jorgensen y Hawkins son oficialmente aspirantes a la Casa Blanca y sus postulaciones figuran en las cédulas de votación, el modelo bipartidista de Estados Unidos impide que tengan la más mínima chance. Son candidaturas que resultan casi simbólicas.
El internacionalista Miguel Ángel Rodríguez Mackay señala que el sistema electoral de Estados Unidos tiene un fuerte arraigo en la tradición y que sus reglas principales no han cambiado con los siglos. Esto, en parte, explica también por qué todas las elecciones estadounidenses se disputan materialmente solo entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano.
“Este sistema de votación que tiene Estados Unidos solo permite la participación, realmente, con posibilidad material de obtener un resultado positivo, a dos partidos. No hay posibilidad para un tercero o cuarto. Es decir, puede haber postulantes de un tercero o cuarto. Pero, para tener verdaderas chances en este sistema, tendrían que involucrarse o como demócratas o como republicanos porque todo el aparato funcional estadounidense está hecho para estos dos partidos. Por supuesto que es discutible, pero es así como se ha mantenido el sistema de ese país”, enfatizó Rodríguez.
Aunque las posibilidades que tienen los candidatos o partidos independientes son nulas, esto no quiere decir que nunca reciban votos ciudadanos ni electorales. En las elecciones presidenciales de 2016, por ejemplo, Gary Johnson -candidato de entonces por el Partido Libertario- obtuvo casi 4.5 millones de votos populares y en varios estados consiguió algunos votos electorales que, debido al sistema winner-take-all, terminaron absorbidos por el candidato más fuerte.
“Es un sistema bipartidista casi perfecto porque elimina la posibilidad para otros movimientos o partidos políticos. Existen muchos elementos que permiten cuestionar la democracia americana. Por ejemplo, la regla de llevarse todos los votos y que eso resulte poco representativo de la voluntad popular. Pero, por otro lado, se entiende que el modelo electoral en vigencia es el que mantiene vivo ese bipartidismo. Inclusive en el Senado y en la Cámara de Representantes hay cierto equilibrio que, algunas veces, sí, favorece a un partido o al otro, pero tampoco muestra desbalances enormes. Todo funciona en favor de ese equilibrio. Pero, claro, que funcione casi a la perfección en ese objetivo no significa que sea un buen sistema democrático”, comentó el también internacionalista Óscar Vidarte.
Trump o Biden. Quien salga elegido deberá jurar al cargo el 20 de enero de 2021. Y, aunque las encuestas nunca garantizan un resultado al 100%, casi todos los pronósticos se han movido a favor de Biden en los últimos días. Esto incluye los swing states.
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