En 2022 volvió al mundo el fantasma del uso de armas nucleares en el marco de la invasión rusa de Ucrania. Desde entonces, Vladimir Putin ha blandido la espada nuclear de su país sobre Ucrania y Occidente.
En 2022 volvió al mundo el fantasma del uso de armas nucleares en el marco de la invasión rusa de Ucrania. Desde entonces, Vladimir Putin ha blandido la espada nuclear de su país sobre Ucrania y Occidente.
Con ello, el presidente ruso trata de obligar a Ucrania a ceder a las demandas de Rusia y de disuadir a la OTAN de intervenir en el conflicto.
En un paso más allá de la amenaza, Putin anunció el pasado 25 de marzo el acuerdo con Bielorrusia para desplegar en este país armas nucleares tácticas, una nueva amenaza en la escalada de tensiones.
Ante esta situación, parece que el Tratado de No Proliferación Nuclear, un intento de salvaguardar al mundo de una catástrofe, se ve amenazado de nuevo.
No obstante, el anuncio no supone una novedad, sino que se suma a las recurrentes advertencias nucleares de Rusia desde que inició esta segunda agresión a Ucrania y a la de la congelación de su participación en el tratado de desarme Nuevo START. Por su parte, la Alianza Atlántica ha respondido a esta amenaza asegurando que la retórica nuclear rusa es peligrosa e irresponsable.
Qué son las armas nucleares tácticas
Las armas nucleares tácticas son las que se emplean directamente en el campo de batalla. Se trata de armas de corto radio de acción y de bajo rendimiento, dirigidas a atacar objetivos muy concretos del enemigo. Su alcance es reducido, en torno a 500 kilómetros como máximo, y con una potencia “limitada” de 1 a 50 kilotones.
El Tratado de No Proliferación Nuclear, conocido como TNP, señala en su artículo 1 que cada Estado poseedor “se compromete a no traspasar a nadie armas nucleares u otros dispositivos explosivos”. El artículo 2, por su parte, estipula que cada Estado no poseedor lo hace a “no recibir de nadie ningún traspaso” de las mismas armas o dispositivos.
Putin señala que no es un incumplimiento del tratado ya que las armas seguirán bajo control ruso. Esto es probablemente cierto; todos somos conscientes del servilismo de Bielorrusia con Rusia, pero va contra el espíritu del tratado.
Las consideraciones previas del TNP dejan clara la voluntad de los firmantes de impedir la proliferación de armas de este tipo. Un incumplimiento de lo estipulado en él “agravaría considerablemente el peligro de guerra nuclear”. Sin embargo, es poco probable que a Putin le importe este hecho, aunque trate de lanzar mensajes a la sociedad para lavar la cara autocrática.
El concepto de DMA
Desde la Guerra Fría, el concepto DMA –destrucción mutua asegurada– es el factor que permitió mantener a raya un posible ataque nuclear entre potencias. Las armas nucleares supusieron un cambio en la guerra: el peligro de sucumbir a una contienda nuclear suponía el peligro cierto de la devastación. La crisis de los misiles fue una muestra evidente de ese miedo y, por tanto, del valor de estas siglas.
Este factor sigue vigente y nos trae a la realidad del conflicto el gran peligro que supone el empleo de armas nucleares tácticas o estratégicas en una contienda bélica. Dicho esto, y con la convicción de que Putin no va a emplear esta herramienta suicida, la gran pregunta es qué pretende.
Razones del potencial despliegue nuclear
Si pensamos que la posibilidad de una destrucción mutua asegurada va a evitar un ataque nuclear, ¿que razones tiene Putin para seguir con sus amenazas y para desplegarlas en Bielorrusia?
Ante todo, porque no todo el mundo reacciona de la misma forma ante las consecuencias ciertas de una decisión. Cuando un animal salvaje está atrapado en un espacio sin salida aparente puede tratar de hacerlo por cualquier sitio, aunque suponga un peligro.
El presidente ruso, que pretendía lanzar una operación rápida sobre Ucrania que le permitiera alcanzar sus objetivos en poco tiempo y con apenas bajas, ve cómo su crédito se agota tras más de trece meses de guerra y de numerosas bajas del otrora todopoderoso –o, al menos, eso pensábamos– ejército ruso.
Putin sigue pensando que sus amenazas serán disuasorias para los demás. Está jugando una partida de ajedrez con Occidente empleando el tablero de Ucrania para alcanzar sus fines.
El uso de cualquier arma nuclear, independientemente de su potencia y alcance, implica tratar de lograr objetivos no solo tácticos, sino más bien estratégicos; superan el empeño de obtener una victoria parcial en una batalla determinada.
Con ello, el autócrata ruso lanzaría un mensaje a Occidente, a la OTAN y al mundo: está firmemente resuelto a seguir –o huir– adelante hasta alcanzar sus objetivos. Es decir, hasta lograr que Ucrania quede libre de la influencia de Europa y de la Alianza Atlántica con un gobierno títere. La consecuencia de no obtenerlos sería seguir utilizando armamento nuclear.
La respuesta occidental
Es previsible que Putin no utilizará armamento nuclear porque las consecuencias serían catastróficas. No obstante, si finalmente se produjese un ataque de estas características, se corre el peligro de que la comunidad internacional, en especial la Alianza Atlántica (y, sobre todo, Estados Unidos), reaccione. Y la respuesta sería contundente en forma nuclear contra Rusia. Eso sería una escalada del conflicto de resultados imprevisibles, pero trágicos.
Alfredo A. Rodríguez Gómez, Profesor, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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