Ocho años después del icónico concierto en Perú con Chester Bennington, Linkin Park volvió con la potente voz de Emily Armstrong y la energía de Mike Shinoda. Entre lágrimas, bengalas y gritos, Lima se reencontró con una banda que muchos creyeron perdida para siempre.
El primer concierto de Linkin Park en Lima se realizó el 11 de mayo de 2017 en el Estadio Nacional y aquella noche quedó grabada en la memoria de miles como un rugido colectivo, una marea humana que cantó bajo la noche y un público que la propia banda calificó como uno de los más intensos y apasionados del tour mundial.
Aquella vez, las entradas se agotaron en cuestión de horas por lo que muchos se quedaron fuera, escuchando la icónica voz de Chester Bennington desde los exteriores del estadio, convencidos de que habría otra oportunidad. Y cuando él prometió que regresaría, todos tuvieron la esperanza de una próxima oportunidad.
Esa promesa quedó flotando en el aire como una deuda pendiente entre la banda y el Perú. Pero de repente, llegó la noticia que partió el corazón de millones.
Cuatro meses después, el 20 de julio de 2017, Chester fue hallado sin vida en su casa de California y así se desvaneció el eco de esa promesa que no se cumplió.
Durante años, la idea de volver a escuchar a Linkin Park sobre un escenario se volvió un deseo imposible, una herida abierta que el tiempo no lograba cerrar.
Sin embargo, en abril de 2024, el silencio terminó.
La banda anunció su regreso con Emily Armstrong, una voz distinta, pero con una fuerza que parecía emanar del mismo fuego de Chester. No era reemplazo, sino continuidad; una forma de hacer que la música siguiera respirando.
Muchos consideran que fue muy pronto, otros, por el contrario, sienten que la espera fue larga, pero finalmente uno cree que el regreso llegó en el momento preciso. Uno donde los miembros de la banda y los fans ya habían tenido tiempo para sanar, para hallarse, para extrañarse y desear volver a encontrarse.
La fecha que desataría la euforia en tierras peruanas fue el 27 de octubre de 2025. Ocho años después de aquella primera vez, Linkin Park volvería a presentarse en Lima frente a un público que estuvo soñando con ese día. Lo hizo frente a una multitud que llegó desde todas partes del país y del mundo.
La fecha esperada
El Estadio de San Marcos se llenó mucho antes de que cayera la noche. Afuera, entre camisetas negras, pulseras luminosas y carteles en memoria de Chester Bennington, los fans compartían historias que sonaban a confesiones. Algunos habían llegado desde otros países y regiones, otros acampado desde la madrugada, pero todos coincidían en algo: este, sin duda, es el concierto más esperado del año.
“Hemos estado esperando su regreso desde hace mucho. No olvidamos a Chester, pero Emily es más que bienvenida”, decía una joven de veintitantos años, apretando una bandera del ‘Hybrid Theory’ como si fuera un amuleto.
Entre el público también se veían padres, madres y niños para quienes este sería su primer concierto, y es que Linkin Park tiene ese raro poder de unir generaciones bajo una misma emoción, la de sentirse parte de algo que trasciende el tiempo y la pérdida.
Cuando las luces del estadio se apagaron, el murmullo se transformó en un rugido y la voz de Mike Shinoda resonó como un eco familiar. La banda irrumpió con ‘Somewhere I Belong’ y en segundos el público fue una sola masa vibrante, un corazón colectivo latiendo al ritmo de guitarras y baterías. Era el inicio del primer acto y el sonido de Linkin Park volvía a Lima más afilado y emocional que nunca.
El bloque inicial combinó energía y memoria. ‘Crawling Up From the Bottom’, ‘New Divide’ y ‘The Emptiness Machine’ convirtieron las zonas PIT, VIP y las gradas en un mar de saltos y luces estroboscópicas. Armstrong, vestida de negro, caminaba por el escenario con firmeza y entrega, sin imitar a Chester, pero haciendo que cada palabra pesara. Su voz era una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que el público recibió con expectativa y emoción.
Con el segundo acto, “Creation”, el estadio se sumergió en un paisaje de luces cálidas. ‘The Catalyst’ y ‘Burn It Down’ marcaron la transición hacia un momento de introspección colectiva. Desde las pantallas, destellos de colores y formas digitales acompañaban a una banda que sonaba cohesionada, casi ritual. En ‘Waiting for the End’ la multitud alzó los brazos y, por un instante, pareció detenerse el tiempo. “¡Perú quiero verlos saltar!”, dijo Shinoda antes de enlazar con ‘From the Inside’ y Given Up, dos clásicos que desataron una descarga de energía imposible de contener.
A mitad del concierto llegó uno de los momentos más humanos de la noche: Mike Shinoda bajó del escenario para saludar a Noah, un niño en primera fila que sostenía un cartel de agradecimiento. Mike le regaló su gorra, se colocó la bandera del Perú como capa y saludó al público con una sonrisa enorme. Fue un instante breve, pero cargado de emoción pura.
La tercera parte, “Collapse”, fue el corazón del concierto. ‘Lost’ sonó como un himno nostálgico y ‘What I’ve Done’ marcó uno de los momentos más intensos de la noche cuando miles de fans levantaron máscaras de Optimus Prime para recrear la escena final de la primera película de Transformers.
Sin duda alguna, nada superó a ‘Numb’. Cuando comenzó el piano, el estadio se iluminó con miles de luces de celular. Algunos cerraban los ojos, otros se abrazaban. Fue el instante más íntimo de la velada; una multitud completa cantando con lágrimas y sonrisas, recordando al vocalista que los marcó para siempre.
“Kintsugi”, nombre que alude al arte japonés de reparar con oro lo que alguna vez se rompió, fue el cuarto acto y resumió la esencia del reencuentro. ‘Stained’, ‘Overflow’, ‘In the End’ y Faint fueron una secuencia de curación emocional.
Armstrong, de pie frente a las pantallas que proyectaban destellos dorados, cerró los ojos al cantar el verso final: “I tried so hard and got so far…”. En ese momento, no había reemplazo posible, solo continuidad. El público respondió con un grito unísono, Shinoda alzó la mano al cielo y el estadio entero rugió.
Durante ‘Faint’, el aire se volvió fuego. Una primera bengala iluminó el cielo y, tras un par de canciones, dos más encendieron la cancha del estadio en una escena de euforia total. Hubo pogo, hubo caos, pero también hubo una sensación compartida: todos estaban allí, celebrando algo más grande que la música.
Para el encore, la banda guardó la descarga final. ‘Papercut’, ‘Heavy Is the Crown' y ‘Bleed It Out’ fueron el desenlace perfecto para una noche que osciló entre la nostalgia y la celebración, pero fue la última canción la que hizo vibrar hasta los cimientos del estadio. En ese último estallido, entre gritos, saltos y abrazos, la herida que Chester dejó comenzó a sanar.
Al final del concierto, la sensación fue unánime. Después de escuchar el repertorio con la voz de Emily Armstrong, uno entiende por qué Linkin Park decidió seguir. Hay algo en su tono, en su entrega, en esa mezcla de respeto y energía que inevitablemente recuerda a Chester. Pero Emily no intenta ocupar su lugar, su propósito, y el de toda la banda, es mantener viva la llama, hacer que cada acorde, cada grito, siga resonando.
Esa noche en Lima no fue solo un concierto, fue una promesa cumplida, una conversación entre pasado y presente. Una manera de recordarnos que, aunque la voz se haya ido, la luz de Linkin Park nunca se apagó; solo estaba esperando el momento de volver a brillar.
Al salir, los rostros del público lo decían todo: cansancio, lágrimas y una felicidad que no necesitaba palabras. Linkin Park había vuelto, no para reemplazar, sino para reconstruir con oro lo que alguna vez se quebró.
En San Marcos, la banda demostró que su historia sigue viva, y que su música, esa mezcla de furia, dolor y esperanza, todavía tiene el poder de sanar.