La pobreza es el escándalo mayor de nuestra sociedad, porque significa que más de una cuarta parte de los peruanos no sabe si dispondrá mañana y los días siguientes del alimento necesario para sí mismos y sus hijos.
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Durante los últimos días el debate público estuvo alimentado por iniciativas que ponen en evidencia la precariedad de nuestra institucionalidad: el blindaje a cuatro congresistas acusados de tráfico de influencia, la controvertida elección de un nuevo Defensor del Pueblo, la acusación fiscal contra Pedro Pablo Kuzcynski, la insistencia en intimidar a la prensa a través de la llamada Ley Mordaza. A esos elementos internos hay que añadir noticias venidas de fuera: la insistencia del presidente mexicano en desconocer la legitimidad de Dina Boluarte y la disolución del Congreso anunciada por el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso. Añadamos a esta larga lista el aumento de casos de dengue, que ha obligado a imponer la emergencia sanitaria en 20 regiones de nuestro país. Todos esos factores contribuyen a fragilizar nuestro equilibrio político, sobre todo porque el gobierno carece de respaldo popular y el Congreso ha superado sus récords históricos de desaprobación. Y sin embargo, después del fin de semana, podemos afirmar que lo más grave corre el riesgo de pasar desapercibido: el aumento de la pobreza, sobre todo en las periferias urbanas. La pobreza es el escándalo mayor de nuestra sociedad, porque significa que más de una cuarta parte de los peruanos no sabe si dispondrá mañana y los días siguientes del alimento necesario para sí mismos y sus hijos. La pobreza no es un hecho natural ni una consecuencia inevitable de nuestra geografía y de nuestra historia. Es consecuencia de la incompetencia de nuestras autoridades, más dedicadas a sobrevivir y a medrar que a aumentar la riqueza nacional y a mejorar las condiciones de su distribución. La baja ejecución de los presupuestos públicos quiere decir que disponemos de recursos, pero que no sabemos usarlos. La erradicación de la pobreza no solo es la exigencia esencial del Evangelio. Es también una exigencia racional de los que queremos vivir en un país apaciguado y unido.
Las cosas como son
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