El crimen en San Miguel parece asociado con disputas por algo que cada vez más se consolida como la causa oculta de muchos conflictos y mucha sangre: el tráfico de tierras y de propiedades.
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El interés casi excluyente por la evolución política ha sido interrumpido por dos acontecimientos criminales que han tenido lugar a pocas horas de diferencia en Lima. En el primero de ellos, seis ocupantes de un automóvil fueron abaleados en el distrito de San Miguel, mientras que en el segundo un secuestrado logró escapar de su cautiverio en San Juan de Lurigancho, al término de casi dos meses de angustia y sumisión. Tres sicarios mataron en plena luz del día a una familia entera, incluyendo dos menores de edad. Los criminales aprovecharon la espera del cambio de luz en un semáforo, en las inmediaciones de uno de los centros comerciales más grandes de Lima. La frialdad, la rapidez y el desparpajo con los que actuaron apuntan a su calidad de sicarios, es decir gente contratada por su experirencia en matar. En este caso, el crimen parece asociado con disputas por algo que cada vez más se consolida como la causa oculta de muchos conflictos y mucha sangre: el tráfico de tierras y de propiedades. Esperemos que las cámaras de vigilancia hayan grabado indicios que conduzcan a la captura de los criminales, como suele ser el número de la placa del automóvil en que desplazaban. Horas antes de ese crimen múltiple, la policía especializada en la investigación criminal logró ubicar la vivienda en que una banda organizada mantenía en cautividad a un empresario, a cuya familia intentaban imponer una extorsión de un millón de dólares. Durante los casi dos meses de cautiverio, los especialistas de la Divincri acopiaron elementos que permitieron identificar a los secuestradores. Un paso importante fue la captura de organizadores de fiestas clandestinas en el Cono Norte, que fueron detenidos en posesión de la tarjeta de crédito del secuestrado. ¿Por qué los crímenes y sus perpetradores despiertan tanta curiosidad? Pues porque ponen en evidencia el peor aspecto de la especie humana: la crueldad que lleva a tratar a otros seres humanos como un medio para enriquecerme, en total negación del valor de su vida, que al fin y al cabo vale tanto como la mía.
Las cosas como son
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