El fatídico accidente de un bus interprovincial en Otuzco generó desgarradoras escenas de dolor, pero también encendidas muestras de heroísmo ciudadano.
Las tragedias suceden en el momento menos esperado. Son aciagos instantes que ponen a prueba toda la capacidad de resistencia del ser humano y nos enfrentan con la inevitable fragilidad de una existencia pasajera.
Uno de estos infaustos incidentes tuvo lugar durante la madrugada del sábado 13 de abril, cuando un bus interprovincial de Transportes “Horna” repleto de pasajeros cayó a las caudalosas aguas del río Moche tras rodar por un abismo de más de 200 metros de profundidad en un sector perteneciente a la provincia andina de Otuzco.
El trágico resultado ya es por todos conocido y comentado. Hasta el momento, las frías estadísticas confirman más de 30 víctimas mortales y varias personas desaparecidas cuyos cuerpos son intensamente buscados por brigadas conformadas por rescatistas provenientes del cuerpo de Bomberos, la Policía Nacional y miembros del cuerpo de Serenazgo de varias municipalidades.
Con ellos, y en una auténtica lucha contra la adversidad, van los familiares de las víctimas además de anónimos pobladores andinos que, con el corazón en la mano y el sudor en la frente, recorren kilómetros tras kilómetro rastreando la agreste geografía que caracteriza al ande liberteño, con el ardoroso afán de mitigar la desesperanza que prima en la mirada de los deudos.
Generosidad y fuerza indomable que encarnan también aquellos héroes anónimos vestidos de rojo. Infaltables donde los necesiten, los bomberos acudieron al llamado de la solidaridad con el galopante ánimo de brindar su respaldo sin precio, con limitados recursos y, peor aún, en medio de la indiferencia de quienes tienen la obligación de otorgarles ayuda.
Búsqueda incansable
El marco en el kilómetros 70,5 de la vía de penetración a la sierra de La Libertad es tan angustiante como conmovedor. Decenas de personas recorriendo la orilla del río Moche, indagando entre las rocas y escudriñando algún atisbo que indique la presencia de restos humanos.
Con el correr de los días, llegaron también rescatistas especializados de las Fuerzas Armadas para aplacar la desesperación que cunde en los deudos. Toda noticia al respecto, aún las más desalentadoras, son esperadas con ansias por los corazones acelerados de quienes, en estos momentos, solo anhelan paz eterna para sus seres queridos.
Dos semanas después del accidente, mientras los legisladores parecen más preocupados por los embrollos políticos de siempre o el escándalo mediático de turno, decenas de valerosos ciudadanos continúan con una búsqueda tan dura como infructuosa en el mismo lugar de una tragedia que amenaza con pasar pronto a las absurdas páginas del olvido.
Entonces…¿Esperaremos otro trágico accidente o algún nuevo hecho luctuoso para expresar nuestro pesar y dejar sus consecuencias al vaivén del destino?
Las señales percibidas por el comportamiento de las autoridades parecen revelar que, además de una fugaz aparición obligada por la presencia de los medios de prensa, no hay todavía una actitud de lección aprendida ni menos aún de toma de acciones para afrontar la álgida problemática en el transporte interprovincial y las deplorables vías de comunicación.
Ante ello, es imprescindible resaltar el valor humano que, paradojas aparte, se rescata de un acontecimiento como este.
Son los momentos de adversidad aquellos que muestran nuestra fragilidad corpórea, pero también la fortaleza que emerge del espíritu, advirtiendo que somos más que solo un amasijo de exterioridades banales. Somos también alma, corazón y vida, y formamos parte de una existencia solidaria que no se rinde a pesar de las situaciones extremas y las pruebas infaustas que por naturaleza debemos afrontar.
Por: Jorge Rodríguez
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