La estrategia del cerronismo es clara: presentarse como garante de la gobernabilidad, jugar en la cancha de los partidos consolidados y aventajar a todos sus rivales de izquierda, y más que a nadie a los que llama caviares.
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Los congresistas tienen que votar hoy para elegir la Mesa Directiva que dirigirá el Congreso durante los próximos doce meses. Las opciones son solo dos: la plancha liderada por Alejandro Soto de APP e integrada por miembros de Fuerza Popular, Perú Libre y Avanza País, o bien la liderada por el acciopopulista Luis Aragón e integrada por miembros de Perú Bicentenario, Bloque Magisterial y Juntos por el Perú. Soto y Aragón tienen en común el enfrentar una serie de investigaciones fiscales: Aragón ocho y Soto más de cincuenta. Uno no puede dejar de preguntarse si los promotores de ambas planchas no hubieran podido presentar candidatos que no estén expuestos al riesgo de verse sometidos a un procedimiento fiscal que los obligue a renunciar a sus funciones. A menos que se les haya escogido precisamente por eso, es decir, para controlar a un presidente con manifiesta vulnerabilidad procesal. Numéricamente la lista de Soto parece partir con ventaja, pero es la que adolece de menos coherencia porque integra a la vez a Fuerza Popular y a Perú Libre, es decir los dos partidos que llegaron a la segunda vuelta de las elecciones del 2021. Y ya sabemos que el partido fujimorista respaldó la tesis del fraude electoral, que habría sido cometido precisamente por sus aliados de hoy. La estrategia del cerronismo es clara: presentarse como garante de la gobernabilidad, jugar en la cancha de los partidos consolidados y aventajar a todos sus rivales de izquierda, y más que a nadie a los llamados caviares. Lo que parece imposible es que las maniobras electorales contribuyan a mejorar la imagen del Congreso. Y menos aún a encarnar la esperanza de reactivación y paz social.
Las cosas como son
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