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María Silvestre Cabrera, Universidad de Deusto
Empieza a ser frecuente el uso de expresiones como “brecha digital”. Sin embargo, no tendemos a profundizar en los variados significados que pueda adoptar. Se entiende la primera brecha digital como aquella que distingue el diferente acceso al mundo digital y tiene que ver con la desigualdad de origen. Cuando nos referimos a la segunda brecha digital nos centramos en los diferentes usos que las personas hacen de las nuevas tecnologías.
Es la tercera brecha digital de género la que pone el acento en “los códigos, estereotipos, patrones y roles de género que se reproducen en la red y que generan desigualdad”.
Hace unos años, cuando internet empezaba a generalizarse, hubo feministas que pensaron que el mundo digital podría ser una oportunidad para la reivindicación de la igualdad entre mujeres y hombres, puesto que desaparecían los cuerpos y parecía que podríamos asistir a un mundo andrógino donde minimizar los impactos de los sesgos de género. Sin embargo, el paso de los años ha constatado que los nuevos mundos online –esos alter ego o avatares– siguen reclamando un género y las que los cuerpos no solo están presentes, sino que son carta de presentación, por lo que la cosificación, la objetivación y la sexualización de las mujeres ha encontrado nuevas y alternativas vías para propagarse y crecer.
Al igual que sucede en la realidad física, en las redes sociales se reproducen esquemas de género y relaciones asimétricas y, por ende, violencias machistas. El riesgo de sufrir acoso en las redes sociales es mayor entre las mujeres jóvenes y adolescentes, a las que muchas veces les cuesta verbalizar o compartir ese acoso.
Insultos, intimidación sexual y comentarios sexistas
En las redes sociales se dan formas específicas de ciberviolencia contra las chicas, que son más insultadas por su físico, intimidadas sexualmente y reciben más comentarios sexistas que los chicos. Son varias la formas en que puede ejercerse el ciberacoso y la mayoría de ellas están siendo nombradas con anglicismos: grooming, body-shaming, cibercontrol o sexting.
Grooming es una práctica delictiva en la que personas adultas se hacen pasar por menores para ganar su confianza y obtener algún beneficio sexual o material pornográfico.
Body shaming consiste en avergonzar o burlarse de alguien por la apariencia de su cuerpo. Los cuerpos que no responden al patrón heteronormativo vigente y que se alejan de la estética imperante (y difícilmente accesible) reciben la burla y el menosprecio. El uso de los filtros entre la población adolescente (dismorfia de Snapchat) y el incremento de las operaciones estéticas, así como de los trastornos alimenticios, pueden ser consecuencias de esta práctica.
Cibercontrol es el control e hipervigilancia de las redes sociales. Lo más común es que se produzca en el seno de la pareja o en ámbito familiar hacia las hijas e hijos. Es uno de los mecanismos por los que se ejerce violencia psicológica en las parejas jóvenes y debiera ser motivo de reflexión que estemos socializando a las niñas y los niños que acceden a su primer móvil con el mensaje de que si les controlamos y necesitamos saber dónde están es porque nos preocupamos y porque les queremos. De nuevo, el amor se asocia con mecanismos de control y de desconfianza.
Sexting consiste en enviar mensajes, fotos, vídeos de contenido erótico y sexual personal a través del móvil mediante aplicaciones, redes sociales u otro tipo de herramientas de comunicación. Y de nuevo aquí, como ocurre con los delitos de abuso y agresión sexual, la víctima tiende a sentirse culpable y el entorno a buscar justificaciones del hecho.
En una investigación del Equipo Deusto de Valores Sociales constatamos que incluso las madres de adolescentes que habían sido víctimas de sexting, las culpaban a ellas por haber enviado previamente una foto comprometedora, cuando quien había cometido el delito era la persona que había decidido difundirla.
Erradicar las causas de la violencia
Todas estas palabras forman parte de la campaña de sensibilización que la Universidad de Deusto ha lanzado a través de las pantallas y redes sociales para concienciar a su alumnado de los riesgos que las redes sociales y el uso de internet tiene en la perpetuación de la violencia machista.
La violencia contra las mujeres es una constante porque todavía no hemos sido capaces de erradicar la causa que la provoca, que no es otra que la desigualdad estructural entre mujeres y hombres.
No podemos esperar que la violencia de género disminuya o desparezca si no somos capaces de alterar nuestra cultura, los valores, actitudes, percepciones y expectativas que definen los roles de género como constructos que perpetúan la desigualdad entre mujeres hombres. Esto, en una de sus manifestaciones más extremas, se representa como violencia machista, llevando a su máxima expresión la cosificación de las mujeres y, por tanto, su deshumanización.
María Silvestre Cabrera, Catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto y Directora del Deustobarómetro., Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.