Populismo y falsas soluciones, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

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La violación sexual de niños es un crimen abominable porque atenta contra los valores más sagrados de toda sociedad: la inocencia de la infancia y el deber de los adultos de proteger la vida de los más vulnerables. Ningún adulto cesa de llevar en lo más íntimo de su ser la memoria de su propia infancia, porque es el período en que se forman las actitudes esenciales que permanecen bajo todo lo que aprendemos a lo largo de la vida. Precisamente a causa de su carácter extremo, el castigo de la violación sexual puede dar lugar a reacciones irracionales que suelen ser aprovechadas por políticos populistas en búsqueda de mejorar su imagen. Está perfectamente establecido que la pena de muerte no reduce el número de casos de abusos sexuales, como evidencian las cifras de los países en que se sigue practicando: China, Irán, Pakistán, Estados Unidos. Tal es también la experiencia en nuestro país, donde se ha fusilado a “monstruos” hasta los años sesenta, sin que eso sirviera para resolver el problema. Algunos piensan que al revés, lo agrava.

Lo mismo sucede con la castración química, propuesta que ha sido asumida rápidamente por el presidente Castillo y su ministro de Justicia. La castración química se aplicaría a violadores condenados, algunos de los cuales purgan cadenas perpetuas. La castración supone la aplicación mensual de costosas inyecciones, que ni siquiera garantizan que el castrado no mantenga sus impulsos bajo otras modalidades. Lo que nuestra sociedad necesita es prevención, es decir hablar con naturalidad incluso de las formas más antinaturales de la perversión. Y cada vez más, prestar atención a lo que se escribe y se difunde en redes sociales, en las que abundan seductores malsanos y violadores en espera de pasar al acto.

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