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Columnista invitado | ¿Cómo reacciona nuestro cerebro cuando hablamos de política?

Hablar de política no es fácil, porque podría generar, en cuestión de segundos, enemistades para toda la vida. Las personas suelen reaccionar con emociones muy intensas cuando escuchan opiniones diferentes e, incluso, sin quererlo, pueden llegar a negar la realidad si es que sus candidatos favoritos son acusados de corrupción. ¿Por qué sucede esto? Parte de la responsabilidad la tiene el cerebro, que se defiende instintivamente; la otra parte recae en nosotros, que no lo hemos educado para regularse.

Por Sebastián Velásquez

Psicólogo clínico, escritor de psicología y neurociencia, y editor

La política es un tema espinoso, como decía la semana pasada en un conversatorio virtual organizado por CEREBRUM LATAM. Genera controversia, malentendidos, disgustos y disputas, muchas veces innecesarias. ¡Qué mejor ejemplo de este fenómeno que la popular frase «No se habla de política en la mesa»! Recuerdo que aprendí esta consigna cuando, de adolescente, me iba incorporando a las conversaciones familiares. Pero era inevitable llevarla a cabo: siempre había alguien que, a riesgo de desatar una lucha griega, opinaba sobre un tema de coyuntura nacional. Si bien empecé a comprender que existen temas que despiertan pasiones, incluso desconocidas, nunca llegué a estar completamente de acuerdo con ese tipo de censura: ¿por qué un intercambio de opiniones, fundamentadas claro, debe llevar a las personas a tal grado de descontrol? ¿Es que la política tiene algo que nos hace perder la cordura? A simple vista, diríamos que sí.

Política y cerebro: una mezcla de temer

El cerebro está equipado para reaccionar frente a amenazas externas e internas, y protegernos. Las amenazas externas son exigencias del entorno, como una pandemia, un accidente o un asalto en la calle, mientras que las internas son, curiosamente, nuestros pensamientos, deseos, motivaciones, impulsos y recuerdos, tanto conscientes como inconscientes. En otras palabras, tanto un hecho real, como lo que pensamos sobre él, pueden hacer que nuestro cerebro se prepare para luchar o huir. Y, ojo, como menciono, podemos ser conscientes o no. ¿Cuántas veces nos hemos sentido tristes o ansiosos y, luego, nos hemos dado cuenta de que era por alguna situación del pasado que, hasta ese momento, no recordábamos?

Pues, aquí está la clave para entender por qué nos enfurecemos cuando hablamos de política: nuestro cerebro, creámoslo o no, percibe este tema como un estresor, es decir, una circunstancia que le genera estrés, sobre todo si las opiniones de los demás son contrarias a las propias. Veamos este ejemplo: nos sentamos a la mesa con nuestra familia y, mientras comemos aquella comida favorita, alguien dice «Ese candidato es un corrupto», haciendo referencia al político de nuestra preferencia. Lo que sucede, en ese momento, es una rápida reacción de nuestro cerebro que nos prepara para defendernos o huir, porque considera esta frase como un ataque. Así que, probablemente, nos molestemos y digamos algo «sin pensar». Como nuestro cerebro no quiere sentir este tipo de emoción, lo siguiente que va a hacer es intentar maquillar o negar la verdad: si es que nuestro candidato es realmente corrupto, vamos a distorsionar las pruebas. ¿Lo hacemos intencionalmente? No. Es una reacción: no estamos pensando en ese momento. Todos podemos sentir miedo, ansiedad o ira ante opiniones diferentes, pero no todos vamos a dejar que nuestras emociones tomen el control.

 

| Fuente: Freeimages

¿Qué podemos hacer para evitar que nuestras emociones nos jueguen una mala pasada?

No es simple. Es una de las cosas más difíciles a las que nos vamos a enfrentar. Cuando nuestro cerebro reacciona ante una amenaza, automáticamente, suceden procesos que nos activan y nos hacen tomar una postura defensiva. Pero, aunque requiera nuestro máximo esfuerzo, hay algo que podemos hacer. En primer lugar, debemos procurar ser conscientes de esta reacción: detectar qué emoción estamos sintiendo, por qué ha surgido y cuál es su intensidad. Algunas veces, sin notarlo, asociamos a un político con personas que han sido o siguen siendo significativas para nosotros, queremos ser como él o sentimos que nos brinda protección (aunque no sea cierto). En segundo lugar, debemos analizar si son ciertas las acusaciones contra el político que seguimos: a pesar de hacernos sentir mal, seamos capaces de aceptar que, quizá, no era tan bueno como parecía. No caigamos en la vieja práctica de justificar la corrupción: la frase «Roba, pero hace obras» debe ser eliminada si queremos construir una mejor sociedad.

Los invito, entonces, a cuestionar y volver a pensar sus opciones políticas. Quizás esto nos ayude a votar mejor el próximo año.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.

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