Las satisfacciones causadas por los Juegos Panamericanos contrastan con el agravamiento de las fricciones políticas.
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El azar ha querido que mientras nuestro país cosechaba elogios unánimes por la excelencia de la organización de los Juegos Panamericanos y la belleza de la ceremonia de clausura, nuestra clase política daba un penoso espectáculo de división, encono y ceguera. No ha sido fácil acoger a más de 6,000 deportistas de 41 países en una ciudad que no tenía experiencia en un evento deportivo de esa magnitud. Sabemos muy bien que la infraestructura era deficiente, el desorden vehicular mayúsculo y las distancias tan grandes como las que hay entre costa y costa de algunas islas caribeñas que vinieron a competir por el honor. La costa del Callao, el río Cañete, las olas de Punta Hermosa y una decena de distritos de la capital ofrecieron un escenario impecable a competencias en las que el Perú obtuvo 11 medallas de oro, más que en los 67 años de participación en las versiones anteriores.
La ceremonia en el Estadio Nacional consagró la capacidad que tenemos de mostrar los grandes atractivos de nuestra historia, nuestras regiones y nuestra música, pero también la generosidad de la que somos capaces para celebrar a nuestros vecinos, en este caso a Chile, cuyo himno y presidente fueron ovacionados. Las victorias aportan lecciones y generan el gusto por hacer bien las cosas, por competir y ganar. Los éxitos deportivos son tanto más meritorios que la práctica deportiva ha retrocedido en los colegios a partir de la crisis de los años ochenta. Sin duda por eso, algunos de los que ahora elogian afirmaban que no éramos capaces de organizar los Juegos y que debíamos renunciar.
Revuelos en la política
Sin embargo, la semana de triunfos deportivos ha sido también una semana de cainismo político y desorden institucional. Un procurador acusa a otro procurador de complicidad con Odebrecht. El gobernador regional de Junín, Vladimir Cerrón, pasa a la clandestinidad y apela a la Justicia para desoír el mandato de la Justicia. La vicepresidenta del Congreso, Karina Beteta, arremete también contra la Justicia, a la que acusa de distorsionar la realidad en el proceso de Keiko Fujimori. El gobierno anuncia la suspensión de la licencia de construcción del proyecto minero Tía María. Se revela el audio de la conversación del presidente Vizcarra con gobernadores del Sur, a quienes sugiere que la paralización de Tía María es un asunto de plazos. Los mismos que se escandalizaban hace poco por la publicación de audios obtenidos irregularmente, lo utilizan ahora para acusar a Vizcarra y considerarlo incapaz de gobernar. Algunos congresistas han multiplicado los adjetivos para denigrar al presidente y, sin duda, preparar un clima favorable a la vacancia.
No cabe duda de que el presidente debió ser más prudente y evitar hacer afirmaciones en privado que no pueda hacer en público, o que excedan el ámbito de sus atribuciones constitucionales. Pero no nos engañemos sobre lo que está en juego: la lucha contra la corrupción, la voluntad de reformar nuestro sistema judicial y la reactivación económica. Los tres objetivos solo pueden avanzar si cada poder no se dedica a obstruir el funcionamiento de los otros.
Antisemitismo en Perú
En este clima general de incertidumbre e intriga política, no debe pasar desapercibido el llamamiento a formar un “Frente Electoral Antisemita”. Es cierto que ha sido formulado por Antauro Humala, condenado por la cruel matanza de policías en Andahuaylas. El antisemitismo es una variante del racismo, que corresponde a uno de los prejuicios más antiguos y enraizados en el Occidente. Fue el factor que condujo a uno de los mayores crímenes de la historia, el holocausto de seis millones de judíos durante el régimen nazi de Adolf Hitler. Usar el racismo como vector político en un país mega-diverso no solo es criminal. Es también invitarnos a dar un paso hacia la infamia.
Las cosas como son
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