Cada mañana, despierto con la ilusión de los 5 minutos que tengo por la tarde para hablar con mis hijos. Es poco tiempo, así que organizo en un papelito lo que tengo que contarles y preguntarles. Les he pedido que durante el día hagan lo mismo. Sobre todo para que me comenten cómo están, cómo se sienten, algunas anécdotas, cómo está mi pequeñito.
Somos una familia muy unida y amorosa, hemos criado a nuestros hijos en igualdad y fomentando su apertura al debate crítico.
Con mis hijas comparto los mejores momentos de mi vida. Y yo estoy ahí para ellas, en sus momentos de alegría, de pena, de dudas, de rabia, poniendo el hombro y el oído.
Era común que mis hijas mayores me esperaran despiertas, después de un largo día de trabajo al lado de su papá, y bajáramos a conversar a la cocina, mientras comíamos cereal con leche o lo que pudiéramos compartir.
Me contaban su día, nos recomendábamos mutuamente y a veces las acostaba a cada una en su cama. Mi pequeño ya dormía a esas horas, lo cargaba y lo llevaba a mi cama.
A menos que tuviera un viaje de madrugada, siempre los he llevado al cole. Mientras mi esposo fue Presidente de la República, así fueran las cinco de la mañana siempre regresaba a mi casa desde el centro de Lima. Jamás me quedé a dormir en la residencia de Palacio, sabía que quizá la única oportunidad que tendría de ver a mis niños -en todo el día- era llevándolos al colegio, así que siempre volvía.
En varias ocasiones, hubieron días que estuve de “boleto” para no fallarle ni a Ollanta, ni a la población que nos esperaba cuando viajábamos a otras regiones y, principalmente, para no fallarle a mis hijos. Todos pusimos nuestra cuota de esfuerzo en esos cinco años. Mis niños sobre todo.
La madre es el eje del hogar, lo he escuchado muchas veces y aquí en el penal anexo de Chorrillos no es diferente.
He encontrado mujeres trabajadoras, que son madres apegadas a sus hijos, que están privadas de su libertad y que sufren mucho por no poder ver a sus pequeños. El artículo34° del Reglamento del Código de Ejecución Penal impide que los niños mayores de 12 años vean a sus madres regularmente, solo pueden hacerlo cada 15 días. Los menores pueden verlas los días de visita, según el régimen.
Si a esto le sumamos que la mayoría de la población penitenciaria es pobre y tiene a su familia en otras regiones, las madres terminan viendo a sus hijos poco y mal o se inclinan por ahorrar para mandar algo de dinero -producto de su trabajo- para sus hijos.
Lo más lamentable de la situación es que, al 10 de agosto, en este penal, de 315 internas, solo 83 están sentenciadas. Las demás, permanecen investigadas por años y sin abogado. Algo cojea en el sistema de justicia.
Me viene a la mente el negociado de los narcoindultos y me indigna sobremanera, porque pareciera que terminan pagando justos por pecadores.
Aquí solo escucho cánticos a Dios. Abrazan la justicia divina porque es la que les queda. Estamos destruyendo -como sociedad- la confianza que podría existir hacia nosotros mismos y hacia la justicia. El panorama en otros penales no debe ser diferente…
He trabajado mucho al lado de mi esposo, así como en otros cargos honoríficos internacionales. He sido soporte, amiga, consejera, hermana, activista, pero sobre todo madre y en cada momento he querido transmitir a mis hijas y a las mujeres que, como ellas, están creciendo, que nada se puede hacer desde el miedo y desde el prejuicio.
Que este mundo es de mujeres fuertes y valientes y de personas sensibles y solidarias.
Todos los cambios significativos en nuestra historia se han debido al impulso de hombres y mujeres que, conscientes de los peligros y también de las posibilidades, han dejado atrás sus miedos y han actuado priorizando el progreso de la sociedad.
Sin embargo, no siempre sucede así, el miedo anula el accionar consciente de muchos. Los hace actuar de una manera distinta e incluso contraria a su voluntad. Las presiones vienen de muchos lados, políticos, mediáticos, económicos, etc.
Se ha visto muchas veces en el tratamiento de nuestro caso, el miedo pareciera haber torcido la justicia. Los derechos de mis hijas fueron vulnerados cuando, bajo el pretexto de un viaje que realizaron con motivos académicos, culturales y alegando peligro de fuga, el fiscal Juárez Atoche intervino directamente el colegio donde estudian. En su momento, solicitamos la intervención tanto de la Defensoría del Pueblo como del Ministerio de la Mujer. Hasta el día de hoy, ninguna de las dos instituciones ha emitido su informe.
Este aplazamiento, este silencio en la defensa de mis hijas, ha permitido (promovido) que la Segunda Sala de Apelaciones sustente el riesgo procesal en la variante de “peligro de fuga” contra mi persona.
Otro pretexto usado por la Fiscalía es el poder que otorgué a favor de mi prima, para que mis hijas pudieran viajar por Navidad en el año 2016, haciendo uso de mi pleno derecho de entregar un poder si yo no podría acompañarlas por mi trabajo en la FAO (viaje que realicé cuando no tenía ninguna restricción de salida y dando cuenta al fiscal y al juez). Al tiempo, renuncie a la FAO para cumplir con la investigación y descartar cualquier indicio, que podría ser interpretado por el fiscal como peligro de fuga.
Pese a todas las señales dadas de irrestricta colaboración con la investigación, yo continuo cumpliendo una medida abusiva y los derechos de mis niñas, vulnerados reiteradamente para atacarme, siguen sin ser atendidos, ni defendidos.
Al final, estos recursos usados por la “administración de justicia” no hacen más que dañar y perjudicar los derechos de los niños y la unidad de una familia peruana.
(Realizo esta comunicación en ejercicio de mi derecho fundamental a la libre opinión reconocido en el inciso 4 del artículo 2 de la Constitución Política del Perú) *Texto entregado a través de mi abogado.