Conoce el origen de la tradición de esconder huevos este día.
Este 31 de marzo es el último día de la Semana Santa, donde se conmemora la resurrección de Jesucristo. Si bien en Estados Unidos estos días no son feriados, el último domingo es una fecha especial porque se celebra la Pascua.
Por muchos años, los huevos han sido relacionados con esta festividad. Han sido reconocidos como símbolo de renacimiento y fertilidad, por lo que no es de sorprender su relación con la Pascua, incluso a veces se les llama “huevos de resurrección”. No obstante, el origen de esta tradición puede no estar relacionado con una de las festividades más importantes dentro de la Iglesia católica.
¿Cuál es el origen de la tradición de esconder huevos en Pascua?
Los expertos han dado distintas versiones sobre el origen de los huevos de Pascua. Algunos de las versiones son las siguientes:
Carole Levin, profesora de la Universidad de Nebraska, dijo a TIME que “muchos eruditos creen que la Pascua tuvo sus orígenes como un festival anglosajón temprano que celebraba a la diosa Ostara y la llegada de la primavera". Lo cual simboliza la resurrección de la naturaleza después del invierno.
Como ha pasado con muchas otras tradiciones “paganas”, estas fueron incorporadas al cristianismo por los misioneros que esperaban celebrar los días santos al mismo tiempo. De acuerdo con Levin, los huevos eran parte de la celebración de la Pascua: “Aparentemente, los huevos se comían en el festival y posiblemente también se enterraban en el suelo para estimular la fertilidad”.
Otra teoría indica que puede estar relacionado con el ayuno practicado en los días santos. Debido a que no se podía comer carne ni algún producto animal, los huevos eran guardados para ser repartido una vez pasados los días santos, es decir, en el día de Pascua.
Según el libro The Stations of the Sun: A History of the Ritual Year in Britain de Ronald Hutton, una de las primeras pruebas de huevos teñidos en la historia británica se remonta a 1290, cuando la casa de Eduardo I compró 450 huevos para colorear o cubrir con pan de oro para distribuirlos entre “el séquito real” para Pascua. El libro también menciona que dos siglos después el Vaticano le envió a Enrique VIII un huevo encerrado en una caja de plata como “regalo de temporada”.
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