Cuando los primeros españoles llegaron al Perú bailaban una danza a la que llamaban ´jijona´, que se convirtió en la ´jija´ de Jauja.
La siega ha sido, cada año, todo un acontecimiento para Abraham Lazo. Ha vivido toda su vida en Sausa, distrito ubicado en Jauja (Junín). Cada año, tras la siembra y el cultivo de la cebada, llega lo mejor para él.
La jija llega con la siega. Se trata de una danza tradicional con diversas variantes, cada una cultivada en los distintos distritos y comunidades de Jauja y del valle de Yanamarca.
Cada mes de mayo, Abraham Lazo contrata a los peones que le ayudarán en la siega, y trabajan desde que los primeros rayos de sol iluminan el horizonte hasta el atardecer. Cuando las espigas yacen en tierra, los peones, cansados pero contentos, se alistan para celebrar y danzar con la orquesta que tocará al son de la jija.
La música arranca pausada y va acelerándose hasta intercalar distintas tonadas de huainos que los danzantes ejecutan al son de la música.
Cuentan las historias que cuando los primeros españoles llegaron al Perú, bailaban una danza a la que llamaban Jijona (o Giga), originaria de La Mancha, que al llegar a Jauja, se convirtió en "Jija", con una coreografía que se asemeja a su antecesor, pero que con el correr del tiempo se ha hecho una danza completamente diferente.
Abraham Lazo cree que la producción de sus parcelas dependerá de la danza de cada año, y cada año la matiza con la imagen de la Cruz de Mayo, y claro, es su forma de dar gratitud a la Mama Pacha, o Madre Tierra.
Cuando niño, Abraham Lazo escuchó a su abuelo contar que el nombre de la jija proviene de las risas que los danzantes dejan escuchar, entremezclados con los guapidos, que se dejan oír como “jiiijaaa”.
Durante el mes de mayo, cientos de bailarines de toda Jauja recorren las calles en divertidas representaciones de la jija, con pasos cortos, casi marciales, y cruzan las hoces, ejecutan juegos con el sombrero, y entre piruetas y saltos, danzan, con movimientos lúdicos y alegres.
Como buen jijero, Abraham Lazo hace correr a los peones en dos filas que, formando figuras, ejecutan la danza. Sin quitarse las ropas, todavía polvorientas de las labores del día, ni de la hoz con la que segaron la cebada, ejecutan las danzas que, está seguro, le asegurarán una buena cosecha para el año próximo.
Por: Juan Carlos Suárez
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