Las jornadas laborales de menos de ocho horas diarias valoran el tiempo libre y la creatividad.
Desde hace algunos años, la jornada laboral de ocho horas diarias, que tuvo su origen en una huelga de obreros realizada el 1 de mayo de 1886, es cuestionada. Se considera que más horas de trabajo no son sinónimo de productividad, sino todo lo contrario. Cuanto más trabajan las personas, más disminuye su productividad y dejan de producir su máximo rendimiento, según investigación realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Recientemente, el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales ruso, Maxim Topilin, vaticinó que durante este siglo, las jornadas laborales cambiarán radicalmente y se reducirán hasta un total de 5 o 6 horas diarias. Esta visión es parte de la tendencia de adaptar la jornada laboral al tiempo libre y el descanso. Se considera que ambos aspectos son necesarios para el bienestar emocional de la persona, lo que se traducirá en mayor creatividad, nuevas ideas, proyectos y resolución de problemas.

En más empresas se promueve que los empleados no trabajen en función al cumplimiento de una jornada laboral sino a partir de objetivos. De esta manera, se les permite elegir los horarios en los que rinden mejor y así se vuelven más eficientes y productivos.
Esta opción permite que el trabajo se realice bajo la fórmula de la práctica deliberada, es decir, realizar el trabajo de forma intensa durante cortos períodos de tiempo. En este método no importa la cantidad de trabajo, sino su calidad. Se valora, además, que las ideas más creativas llegan durante el tiempo de reposo, lejos de la oficina y la computadora.