La reciente muerte de Frank Borman, comandante de la misión Apolo 8 de la NASA en 1968, ha centrado la atención en aquel increíble primer viaje a la Luna.
La reciente muerte de Frank Borman, comandante de la misión Apolo 8 de la NASA en 1968, ha centrado la atención en aquel increíble primer viaje a la Luna.
Tuvo lugar ocho meses antes del Apolo 11, en el que Neil Armstrong y Buzz Aldrin exploraron la superficie lunar por primera vez. Sin embargo, el impacto de la imagen “Earthrise” del Apolo 8 –la vista de la Tierra desde la Luna– resultó ser incluso mayor que el del primer alunizaje.
Durante muchos años, la historia detrás de la famosa foto tomada al dejar atrás nuestro planeta fue que la tripulación quedó sorprendida por el orbe azul que salía de detrás de la Luna. Y captó una instantánea a toda prisa. Pero lo cierto es que los astronautas sí la habían previsto.
Una investigación detallada que he llevado a cabo en los archivos de la NASA ha revelado con mayor claridad cuánta planificación había detrás de este momento histórico.
Amanecer restaurado
Tras entrar en órbita lunar, los astronautas estuvieron a punto de no ver la Tierra. Sólo en la cuarta órbita, cuando la cápsula giró 180 grados para apuntar hacia delante, la contemplaron. Borman me contó que, en ese momento, “les pilló por sorpresa, demasiado ocupados con la observación lunar en las tres primeras órbitas”.
Pero el director de fotografía del programa Apolo, Dick Underwood, quiso dejar las cosas claras. Explicó: “Se pasaron horas con las tripulaciones lunares, incluida la tripulación del Apolo 8, en sesiones informativas sobre cómo configurar exactamente la cámara, qué película utilizar… estas sesiones informativas fueron de lo más exhaustivas”.
Sin embargo, en el seno de la NASA hubo un intenso debate sobre las imágenes en las que debían centrarse los astronautas, ya que la dirección insistía en las tomas de la geología lunar y los posibles lugares de aterrizaje. Pero Dick Underwood insistió mucho “en que se tomara una imagen de la salida de la Tierra, y antes del despegue habíamos convencido a los astronautas de que la queríamos”.
A Borman le acompañaron en la misión otros dos astronautas: Jim Lovell, piloto del módulo de mando, y Bill Anders, piloto del módulo lunar. La NASA había previsto que el Apolo 8 probara el módulo lunar, pero iba con retraso, así que la misión no se llevó a cabo.
En la conferencia de prensa previa al lanzamiento, Borman expresó sus expectativas de tener “buenas vistas de la Tierra desde la Luna”. Y Lovell habló de ver “la Tierra ponerse y la Tierra levantarse”.
No era la prioridad, pero estaban preparados para la foto
El plan oficial de la misión preveía que los astronautas tomaran fotos de la Tierra, si bien con prioridad mínima. Cuando llegó el momento clave, a los astronautas les paralizó la sorpresa, pero no por mucho tiempo.
Anders estaba en una ventana lateral haciendo fotos de cráteres con una cámara con película en blanco y negro cuando vio salir la Tierra por detrás de la Luna. “¡Mira esa imagen de ahí! Ahí está la Tierra saliendo”, exclamó.
Anders tomó rápidamente una imagen nítida de la Tierra emergiendo por encima del horizonte lunar. A continuación, él y Lovell discutieron brevemente sobre quién debía tener la cámara en color, mientras Borman intentaba calmarlos.
Fue Anders quien tomó la borrosa, apresuradamente encuadrada y sobreexpuesta toma en color de la salida de la Tierra, más tarde apodada como “la imagen del siglo”. Pero en la otra cámara había una toma mucho mejor, ignorada durante mucho tiempo porque era en blanco y negro.
Aquella primera imagen monocroma daba en el clavo. Una foto restaurada del “amanecer de la Tierra”, coloreada recientemente por expertos tomando como referencia las tomas posteriores, transmite el impresionante espectáculo contemplado por los astronautas.
Esta toma revela a nuestro planeta como un majestuoso pero frágil oasis. Como dijo Lovell: “La soledad aquí fuera es sobrecogedora… nos hace darnos cuenta de lo que tenemos en la Tierra”. También para Borman fue intensamente emotivo: “No nos dijimos nada, pero quizá compartimos otro pensamiento que tuve: ‘Esto debe ser lo que Dios ve’”.
La lectura del Génesis
En 1968, como ahora, los viajes espaciales se consideraban un asunto científico y tecnológico. Pero no hay que obviar que la misión fue enviada por uno de los países más fuertemente cristianizados. Y la tripulación no estaba dispuesta a dejar atrás su bagaje cultural.
La NASA se enorgullecía de que los cosmonautas soviéticos estuvieran estrechamente vigilados y controlados, mientras sus propios astronautas eran libres de manifestar lo que pensaban. Por extraordinario que parezca ahora, se les dejó decidir por sí mismos qué decir en su histórica transmisión en directo desde la órbita lunar.
Borman sabía que tenía que inventar algo especial para la retransmisión de Navidad. Unas semanas antes, un responsable de prensa le dijo: “Creemos que tu voz será escuchada por más personas que la de ningún otro hombre en la historia, así que queremos que digas algo apropiado”.
Mientras que el mensaje “un pequeño paso” de Neil Armstrong fue cuidadosamente considerado dentro de la NASA, nadie en la agencia sabía de antemano lo que iba a decir Borman.
Cuando faltaban sólo dos minutos para que se perdiera el contacto por radio al pasar la nave por detrás de la Luna, Anders dijo: “La tripulación del Apolo 8 tiene un mensaje que nos gustaría enviarles”.
A continuación, leyó un pasaje del Génesis: “En el principio, Dios creó el cielo y la Tierra; y la Tierra no tenía forma y estaba vacía”. Y continuó: “Dios dijo: ‘Hágase la luz’, y se hizo la luz”.
Lovell y Borman tomaron el relevo para leer los siguientes versículos, y Borman firmó con un:
“Feliz Navidad, y que Dios los bendiga a todos… a todos ustedes en la buena Tierra”.
Cuando el Apolo 8 dejó de estar en contacto por radio, el mundo tuvo que asimilar el impacto. “En esos momentos sentí la presencia de la creación y del creador”, recordaría más tarde Gene Kranz, director jefe de vuelo de la NASA. “Tenía lágrimas en las mejillas”.
De alguna manera, Borman y sus colegas encontraron las palabras perfectas para transmitir su experiencia. Pero de nuevo no hubo improvisación: Borman había pensado cuidadosamente el encargo, pidiendo a un amigo publicista que le ayudara con el texto.
Se trataba de Simon Bourgin, responsable de política científica de la Agencia de Información estadounidense. Bourgin se lo pidió a su vez a un periodista, Joe Laitin, quien mencionó la tarea a su mujer, Christine.
Ella buscó en el Antiguo Testamento y sugirió: “¿Por qué no empiezas por el principio?”. Reconoció el poder primigenio del relato de la creación en el primer libro del Génesis, con su evocadora descripción de la Tierra.
Borman se dio cuenta inmediatamente de que era lo más adecuado y lo hizo mecanografiar. La confianza que la NASA había depositado en él se había visto magníficamente justificada.
Aunque la fotografía de la salida de la Tierra y la lectura del Génesis fueron fruto de la inspiración y de un cierto grado de libertad, detrás de su ejecución había una cuidadosa planificación y profesionalidad.
Robert Poole, Professor of History, University of Central Lancashire
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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