Además de servirnos para comunicarnos, las lenguas son el reflejo de nuestra realidad, además de una ventana para nuestro interior y el conocimiento.
Las lenguas son constelaciones de palabras que compartimos todos aquellos hablantes que estamos inmersos en un entorno lingüístico concreto. A pesar de su sorprendente variedad –existen unas 7000–, la lingüística trata de analizarlas y determinar su estructura.
Esta relativamente reciente disciplina, que cuenta con muchas escuelas y enfoques, ha indagado también en las diferentes funciones del lenguaje. Pero ¿para qué sirven las lenguas exactamente?
Es innegable que desde que existe la humanidad, nos han servido para comunicarnos, expresar nuestras emociones, recordar nuestras historias y desarrollar nuestras culturas. Además, las lenguas nos ayudan a preservar la memoria, embellecen la realidad y son formas aglutinadoras de pensamiento y significado.
Las lenguas, espejo de la realidad
Tradicionalmente, se ha entendido que las lenguas son herramientas para nombrar el mundo, es decir, existen como espejo de la realidad. Sin embargo, a partir del Romanticismo y de la exaltación de lo particular, el lenguaje se convierte en expresión del pensamiento y se relaciona con la cultura. Además, desde el postmodernismo, el lenguaje se analiza teniendo en cuenta su valor ideológico (en cuanto a las relaciones de poder, de dominio o resistencia).
Por una parte, el relativismo lingüístico arguye que gracias al lenguaje podemos comprender mejor las sociedades. Esta teoría tiene su origen lejano en el Romanticismo. Uno de sus precursores, Wilhelm von Humboldt, defendía que el espíritu de la nación florece en el lenguaje. Según esta escuela, las lenguas nos sirven, en su diversidad, para entender la idiosincrasia de los pueblos.
Por ello, contamos en español con palabras como merendar, paella, sobremesa y trasnochar, que tanto dicen de nuestras costumbres y que son difíciles de traducir a otras lenguas. Curiosamente, la expresión vergüenza ajena parece referirse a un sentimiento muy español. En el inglés se traduce como Spanish shame (vergüenza española).
Por otra parte, Ludwig Wittgenstein, uno de los filósofos modernos más relevantes, llega a la conclusión de que el lenguaje nos sirve, sobre todo, para expresar nuestros pensamientos. Bien sabemos que expresar nuestras ideas hace que las pongamos en orden e incluso nos prepara para diferentes actividades. Muchos estudiantes repiten en alto la lección para aprenderla y algunas personas simulan conversaciones difíciles para entrenarse en las posibles respuestas.
Las palabras curan penas
Además, las palabras pueden curar casi todas las penas si las expresamos en alto a modo de confesión, sobre todo desde un diván freudiano, y gracias al lenguaje un psicólogo podría detectar si una persona sufre una depresión.
Los trastornos del lenguaje nos ayudan también a diagnosticar problemas de desarrollo en los niños. En adultos, las afasias pueden indicar tumores, accidentes cardiovasculares o infartos cerebrales en zonas muy concretas del hemisferio izquierdo.
Las palabras, según los postulados de John L. Austin en Cómo hacer cosas con palabras, hacen cosas. Cuando dos personas contraen matrimonio, las damos por casadas cuando un concejal o un sacerdote dice “Les declaro marido y mujer”. Esto es así aunque no se haya firmado el acta ni el matrimonio se haya inscrito en el registro. Son esas palabras las que cambian nuestra realidad.
La escuela idealista
Las lenguas son también sinónimo de creación, al menos así lo consideran Karl Vossler y Leo Spitzer, exponentes de la escuela idealista. El poeta español Dámaso Alonso, que sigue sus pasos, llega a defender que “todo el que habla es un artista”.
Especialmente cuando las lenguas son expresión artística, apelan también a los sentimientos de la población. Así, soñaba Gabriel Celaya que el lenguaje es, en su expresión poética, “un arma cargada de futuro” y “un instrumento para cambiar el mundo”.
No en vano la revolución de Portugal comenzó con dos canciones, que sirvieron de señal para que el movimiento revolucionario se echara a la calle. Una de ellas, Grândola, Villa Morena de José Alfonso, había sido prohibida por la dictadura por su mensaje y se convirtió en símbolo de la democracia en el país luso.
Observadas bajo la lupa del lingüista, las lenguas forman sistemas abstractos de reglas que adquirimos y manejamos con diferentes funciones comunicativas, pero además, sus vocabularios son palimpsestos que ilustran invasiones de otros pueblos, el desarrollo del pensamiento y los cambios históricos del significado. El estudio de la historia de las lenguas es el estudio de las sociedades donde se hablan.
Lingüística forense
Además, las lenguas nos ayudan a crear una identidad irrepetible –de hecho, una de las características que nos distingue del resto de los miles de millones de seres humanos es la voz-. También la forma en la que nos expresamos cuando hablamos o escribimos es absolutamente única. Estos rasgos, que son analizados por lingüistas forenses, sirven como prueba para inculpar o defender a una persona en un juicio.
La lingüista Sheila Queralt examina la resolución de muchos casos policiales gracias a sus análisis en el libro Atrapados por la lengua: 50 casos resueltos por la Lingüística Forense.
Por citar un ejemplo, el secuestro y asesinato de Anabel Segura en 1993 fue resuelto gracias al estudio de los mensajes de voz de los secuestradores. No solo porque en las cintas se escuchaba la palabra bolo, que se usa solamente en Toledo como sinónimo de tonto. Esto hizo que se restringiera la búsqueda. También porque sus voces se hicieron públicas y esto hizo posible que una persona identificara a uno de los secuestradores, al que acababa de ver.
Las lenguas son requisito para el conocimiento
Nuestros idiomas son complejas herramientas formadas por palabras y sus combinatorias, representan generaciones de sabiduría y ponen a nuestra disposición un caudal de recursos inigualable.
Las palabras cobran vida cuando las decimos y tienen multitud de funciones. Decía Wittgenstein también que el estudio del lenguaje es única vía de acceso al conocimiento. Es posible que no exista nada en nuestro pensamiento que no pueda ser nombrado de alguna manera.
Patricia Álvarez Sánchez, Profesora de Traducción e Interpretación, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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