El Perú es también escenario de una de las más desopilantes novelas de autoayuda o de descubrimiento espiritual. Porque los chamanes también se llaman Perú
Unos manuscritos son hallados en el Perú a inicios de los años 90 debajo de unas ruinas incas – originalmente mayas, según el libro– situadas cerca de Iquitos. Son nueve piezas escritas en arameo que datan del año 600 a.C. Cada una de ellas contiene una revelación que promete cambiar el destino de la humanidad (y de quien las lea...traducidas al inglés, no se preocupen). El Gobierno del Perú persigue a aquellos que intentan revelar las profecías que guardan estos manuscritos y para ello utiliza toda la fuerza militar a su alcance, en alianza con el oscuro Cardenal Sebastián - el líder de la Iglesia peruana - que teme que aquellas profecías pongan en riesgo la fe católica y la humanidad entera. Por suerte un hombre – un hombre norteamericano por supuesto – está dispuesto a superar todas las pruebas y adversidades, cruzar los Andes hasta Machu Picchu para luego viajar hasta Iquitos, para que nosotros conozcamos LA Verdad. God bless America.
No, aunque lo parezca no se trata de un psicosocial de los noventa. Tampoco se trata de un viaje astral provocado por el ayahuasca o por otras drogas. Aunque parezca realmente alucinante, se trata del argumento de La profecía Celestina, un libro de ficción escrito por James Redfield, original de Alabama, que se convirtió en bestseller en la década de los 90 y que, de manera más alucinante aun, tiene más de catorce –sí, 14 – millones de copias vendidas. No cabe duda que este autor, que luego por supuesto produjo una almibarada – aunque fallida - versión para el cine debe estar agradecido eternamente a nuestro país ¡A-rri-ba Pe-rú!
La profecía en el Perú
Redfield tuvo al menos dos méritos al escribir esta novela: 1) Lograr una ficción muy elemental pero entretenida, que funciona también, más allá del rollo espiritual, como una novela de aventura (de ahí el subtítulo de la obra) ambientada en un país “exótico” como el Perú; 2) Un buen timing para escoger el lanzamiento de su novela, a mediados de 1990, cuando la gente – los que tienen más de treinta lo recordarán – empezaba a familiarizarse con las nuevas tecnologías y esperaba que de alguna manera la cifra mágica del año 2000 trajera alguna gran transformación al mundo. (ya sabemos que las grandes transformaciones son sebo de culebra).
Más allá de que habría que ser bastante ingenuo creer en la posibilidad de encontrar manuscritos arameos debajo de ruinas inca-mayas (aunque – ¡oh coincidencia! – eso es un poco lo mismo que le sucedió al gringo John Smith, el fundador de la religión mormona, quien en visiones recibió planchas de oro que se convirtieron en “El libro de mormón”) Redfield construye una historia de aventuras plausible en el contexto del género de aventuras, con paisajes deslumbrantes, militares sudamericanos y religiosos oscurantistas.
Pero es en esa gran metáfora de la “aventura” interior donde el libro se aparta de la tradición de la ficción para acercarse al de la autoayuda, género al cual sería injusto juzgar por la calidad de sus textos, pues ningún autor de autoayuda (quizás la excepción sea el inefable Paulo Coelho) aspira a convertirse en un gran escritor sino, sobre todo, en un best seller – que, después de todo, no nos engañemos, es un poco a lo que aspira todo escritor.
No juzgamos pues esta obra, solo la describimos como lo que es. Una entretenida y muy básica ficción que seguramente debe haber “cambiado la vida” de mucha gente. Resulta conmovedor que esta aventura ocurra en el Perú, sobre todo cuando el mundo de las profecías normalmente está reservado en el continente a los mayas –nuestra hipótesis es sencilla, siendo los norteamericanos los campeones de la industria editorial de este tipo, y estando México más cerca, resulta natural que es de allí de donde provengan los misterios y predicciones del ya lejano y apocalíptico 2012; sin embargo, hemos encontrado otro disparatado libro “científico” de un tal Maurice Cotterell, quien descubre nuevas profecías en las que mezcla, como en tantas novelas y películas, lo mesoamericano con lo sudamericano: The lost tomb of Viracocha. Unlocking the secrets of the Peruvian pyramids.
Por todo lo anterior, solo nos queda sugerir un nuevo tema a cualquier ficcionador profesional o aficionado: el descubrimiento de algún código secreto (que puede estar vinculado incluso a las verdades cristianas, como el de Da Vinci) en Machu Picchu, a propósito de la llegada del bicentenario (cualquier menjunje es válido). Las posibilidades de lograr un best seller son altas, y dependiendo de quién las escriba, quizás podamos encontrarnos incluso frente a una obra maestra. ¡Larga vida a la ficción, a la autoayuda y a la buena literatura!
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