Hace un poco más de tres años realizamos en la Universidad de Lima una exposición en homenaje al arquitecto José García Bryce (1928-2020), la que titulamos Los goces de la memoria, tomando una cita del cuento “El hacedor”, de Jorge Luis Borges: “Nunca se había demorado en los goces de la memoria. Las impresiones resbalaban por él, momentáneas y vívidas”. De modo similar al hacedor borgiano, García Bryce era un habitante de la memoria de la arquitectura de Lima que no se limitó solo a su historiografía, sino que se encargó de preservarla y también de continuarla, como lo testimonian su obra escrita y su obra construida.
En su obra escrita, García Bryce destaca como historiador de la arquitectura peruana. Nos ha legado varias e importantes publicaciones, como “150 años de arquitectura peruana”, que publicara a principios de los años 60 del siglo pasado en el boletín de la desaparecida Sociedad de Arquitectos del Perú. Es tal vez su principal texto, que documenta la denominada arquitectura republicana, un período de transición entre lo colonial y lo moderno que, sin el aporte de García Bryce, hubiese quedado en el olvido. Esta labor fue complementada por el dictado de cursos de historia de la arquitectura en la Universidad Nacional de Ingeniería, su alma mater, así como en otras universidades. Su conocimiento de la arquitectura del Renacimiento y del Barroco quizá era su principal fuerte, producto de su formación en las universidades de Roma, París y Múnich, que más tarde complementaría con la Maestría en Historia del Arte de la Universidad de Harvard.
En su faceta como proyectista, nos deja una obra con una carga teórica y conceptual poco común en la arquitectura peruana, una obra que apuesta por una modernidad que, lejos de ser una ruptura con la arquitectura tradicional, engarza con ella produciendo un proceso de continuidad, es decir, una “modernidad apropiada”. Por eso son recurrentes en las obras de García Bryce patios y claustros, probablemente extraídos de la tipología de la casa solariega limeña o de los conventos, que le servían como referentes de viviendas, fueran estas unifamiliares, como su propia casa, o multifamiliares, como el Conjunto Chabuca Granda en la Alameda de los Descalzos del Rímac. También son importantes sus exploraciones sobre el lenguaje arquitectónico de los contextos donde le tocó intervenir; allí insertó obras nuevas en armonía con las edificaciones existentes, buscando siempre esa continuidad que solo una perspectiva histórica puede dar. Todo esto lo logró sin caer en excesos pintoresquistas y manteniendo siempre la expresión de una verdad constructiva que proyectara espacios funcionales, como corresponde a la arquitectura contemporánea. Por ello fue galardonado con el premio Chavín de fomento a la cultura en 1963 por el edificio de departamentos ubicado en la calle Álvarez Calderón en San Isidro, Lima, y con el Hexágono de Oro del Colegio de Arquitectos del Perú en 1981 por la Capilla de San José en La Victoria, Lima. A nivel internacional, fue distinguido con el Premio Internacional de Arquitectura de la Sociedad Bolivariana de Arquitectos (Caracas, Venezuela) en 1985, y con el Cubo de Acero de la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires en 1989.
Tuve la suerte de cultivar su amistad y disfrutar de su conversación y de sus conferencias, caracterizadas por su hablar pausado, una sorprendente erudición y una enorme capacidad para recordar fechas, aun en los últimos años, cuando su salud se fue mermando. La última vez que nos vimos fue para repasar la lista de artículos suyos que integrarán un libro que venimos preparando en la Universidad de Lima, el cual busca recoger en un solo volumen una obra prolífica que se encuentra dispersa en publicaciones hoy desaparecidas. “No sabía que había escrito tanto”, me dijo aquella vez con su particular sentido del humor, que solía terminar con un ja único y rotundo.
José García Bryce nos ha dejado físicamente, sin embargo, seguirá habitando en la memoria de la arquitectura y de la ciudad, como ya moran en ella Emilio Harth Terré, Héctor Velarde y algunos otros más, que entendieron que el hecho de hacer arquitectura trasciende la obra edificada y que en realidad los arquitectos solo contribuimos a la construcción cultural de un gran espacio común.
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