Gonzales Vigil, conocido como el "predicador laico", abordó una amplia gama de problemas sociales y políticos en sus innumerables obras, incluyendo la educación popular, la libertad de culto, la ponderación del individualismo y la necesidad de una estricta coherencia en las instituciones republicanas, consolidándose como una de las voces más influyentes del pensamiento peruano del siglo XIX. En este aniversario, resulta vital valorar su desconocida obra.
Al cumplirse 150 años de la muerte de Francisco de Paula González Vigil (Tacna, 1792 - Lima, 1875), es fundamental recordar a una de las figuras más singulares y trascendentales del pensamiento político y liberal peruano del siglo XIX. Formado en el Seminario Conciliar de San Jerónimo de Arequipa y doctorado en Teología y Derecho, Vigil dedicó su vida a la enseñanza, la política y, sobre todo, a la defensa de los derechos del Estado y de la razón individual frente a cualquier autoridad dogmática. Su trayectoria pública comenzó en la política como diputado por Tacna en 1826-1827, oponiéndose a la prórroga de las facultades extraordinarias del Libertador Simón Bolívar, un acto que marcó su ingreso a la vida activa de la República y determinó una profunda alteración en su espíritu, liberando su razón para dedicarse al servicio del pueblo.
La obra intelectual de González Vigil es vasta y se centró en el conflicto entre el poder civil y el eclesiástico, enarbolando la bandera del regalismo (la doctrina que defiende los derechos y prerrogativas de la Corona o el Estado sobre la Iglesia). Su obra cumbre fue Defensa de la autoridad de los Gobiernos contra las pretensiones de la Curia Romana (6 vols., 1848-1849), a la que siguieron títulos contundentes como Defensa de la autoridad de los obispos contra las pretensiones de la Curia Romana (4 vols., 1856) y Los jesuitas presentados en cuadros históricos (4 vols., 1863). Estas publicaciones le valieron la inmediata y sucesiva condenación y excomunión del Papa Pío IX. A pesar de las controversias religiosas, Vigil se mantuvo firme, impulsado por el deseo de afianzar la convivencia entre los hombres y basando su inspiración en un examen personal de las enseñanzas cristianas, eludiendo la influencia de toda autoridad sobre su conducta pública.
Más allá del ámbito eclesiástico-político, Vigil fue un pensador social y un prolífico publicista que abordó en sus "opúsculos" una amplia gama de temas cruciales para las repúblicas americanas, como la paz perpetua, la soberanía nacional, la superación del individualismo, la educación general del pueblo, la tolerancia y la libertad de culto, el matrimonio, y la pena de muerte. Fue un defensor acérrimo del sistema democrático y de la libertad de asociación, la cual consideraba necesaria para que la sociedad civil atendiera las necesidades particulares que el gobierno general no podía satisfacer. Vigil, además, propugnó una misión moderadora para las asociaciones, previendo una forma de vida social en la que fuese posible equilibrar razonablemente los beneficios de la riqueza, dándole un sentido "puro, racional y cristiano" a la palabra socialismo.
Su importancia radica en ser un tribuno ejemplar que puso su prestigio al servicio de la ley y la verdad, incluso a costa de su comodidad personal y enfrentando a las más altas autoridades de su tiempo. Un hecho que ilustra su compromiso con la causa pública fue su prolongada dirección de la Biblioteca Nacional del Perú (1838-1875), un puesto que aceptó hasta su muerte. En un siglo de anarquía militar y caudillismo, su coherencia ideológica y su incansable trabajo por medio de la prensa y la edición demostraron la fuerza de las ideas, del derecho, y del civismo. Es considerado un precursor del liberalismo, el laicismo y el pensamiento social en Perú y América Latina.
A 150 años de su partida, el legado de Francisco de Paula González Vigil trasciende la historia para ofrecer lecciones de integridad y lucidez crítica. Su llamado a la educación popular como instrumento de integración, destinado a preparar el sentimiento, la inteligencia y la voluntad de la sociedad al margen de egoísmos y prejuicios, sigue siendo una meta urgente en las repúblicas americanas. Vigil nos recuerda que el verdadero progreso de una nación se basa no solo en las mejoras materiales, sino en la moralidad, la ciencia y la libertad, siendo la práctica de los deberes por parte de los ciudadanos y, sobre todo, de los magistrados, la más completa educación del pueblo.