La Muerte y la Doncella, es un poema escrito por Matthias Claudius en 1774, y que inspiró diversas interpretaciones artísticas, especialmente en la música, siendo la más famosa el lied y el cuarteto de cuerdas de Franz Schubert del mismo nombre. Este poema presenta un diálogo entre una joven y la figura acosadora de la muerte: "Dame tu mano, bella y tierna criatura. /Soy tu amiga, no vengo a hacerte daño. /¡Ten valor! ¡No soy cruel, /en mis brazos dulcemente dormirás!". Aquí la muerte, como imagen del mal, seduce a su víctima para arrancarle la vida y transportarla a su mundo: el mundo de los muertos.
¿Qué lleva a un ser humano a matar a otro con tanta minuciosidad y alevosía? Nunca llegaremos a saber, a ciencia cierta, lo que guardan los abismos más turbios de la condición humana. Sin embargo, podemos reflexionar sobre su propensión a matar, tomando en cuenta la profundidad y respeto que el tema presenta, desde diversas perspectivas.
Una interpretación muy controvertida sobre el asesinato es la que propuso El Marqués de Sade (1740-1814), quien afirmó que un crimen puede ser considerado una “acción moral”. En su obra “La filosofía en el tocador” (1795), Sade argumentó que el mal, incluido el asesinato, es una necesidad natural y no representa un daño significativo para la sociedad. Según él, la muerte de un individuo no altera el orden social ni la naturaleza misma, lo que lleva a una relativización del concepto de mal y sus atribuciones. La perspectiva de Sade plantea interrogantes extremos sobre la naturaleza de la moralidad y la deshumanización del otro, sugiriendo que el asesinato podría ser justificado desde un punto de vista naturalista, desprovisto de sentimientos morales.
El filósofo lituano, Emmanuel Lévinas (1906-1995), abordó el tema del asesinato desde una postura completamente opuesta a la de Sade. Para Lévinas, el homicidio es el fracaso en la relación con el otro y refleja una impotencia ante su alteridad. La violencia, incluida la del asesinato, se convierte en una respuesta desesperada frente a la imposibilidad de dominar al otro. Lévinas enfatiza una intersubjetividad originaria que establece una responsabilidad ética hacia el otro ser humano, sugiriendo que cada acto violento es también un acto contra nuestra propia humanidad.
Es evidente que todo asesinato tiene que ver con la experiencia del mal. Richard Bernstein (1932-2022), filósofo contemporáneo, abordó este tema en su obra “El mal radical: una indagación filosófica” (2002). Bernstein distingue entre “mal banal” - planteado por Hanna Arendt-, y el “mal radical”. Este último, es un fenómeno más profundo y devastador, pues se manifiesta en atrocidades sistemáticas y deliberadas, como el genocidio y la tortura, donde se busca destruir la humanidad de las personas. Asimismo, este autor enfatiza que el mal radical no solo es extremo, sino que también tiene raíces profundas en estructuras sociales y políticas que permiten su manifestación.
El asesinato de Sheyla Condor es un ejemplo del “mal radical” en el contexto de la violencia estructural, objetivada contra una mujer despojada de su dignidad y valor por motivos relacionados con el control y la dominación. Asimismo, es experiencia del “mal radical”, pues el victimario (o los victimarios), inmerso en el infierno del desamor, se ensañó contra la joven de una manera -también - infernal. El asesino ya estaba “muerto” antes de matar a Sheyla Condor. Pues solamente alguien que ha matado su propia vida, su propio interior, sus propias contenciones, es capaz de actuar con tal grado de crueldad. Este terrible caso, junto a otros, nos lleva a pensar que el camino para dominar el lado más peligroso del ser humano tiene un largo recorrido al que no debemos renunciar como civilización.
Comparte esta noticia