El autor de "El Aleph" firmó cientos de libros cuando asumió la dirección de la biblioteca entre 1955 y 1973.
Jorge Luis Borges, de cuya muerte se cumple el martes el 25 aniversario, dejó en la Biblioteca Nacional de Argentina cientos de libros con anotaciones, para regocijo de expertos literarios que se proponen escudriñarlas.
"Los libros congregados por un hombre constituyen también un aspecto de su obra y el mapa y espejo de su personalidad", había dicho el escritor argentino más reconocido de todos los tiempos.
Con el fin de arrojar una nueva luz sobre su obra y su proceso creativo, los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez trabajaron cinco años para rescatar la huella que dejó Borges (1899-1986) en cerca de un millar de publicaciones de la Biblioteca Nacional, que el escritor dirigió durante casi dos décadas.
El resultado de ese trabajo, publicado en un libro de casi 400 páginas, será analizado a partir de agosto próximo en las primeras jornadas internacionales que organiza la citada biblioteca sobre "Borges lector", faceta fundamental para entender su prolífica obra.
Cuando en 1973 se vio forzado a abandonar su cargo, tras el retorno al poder de Juan Perón, Borges dejó tras de sí cientos de libros de su biblioteca personal que, agrupados en cajas, quedaron a la espera de catalogación, explicó Álvarez a Efe.
Como el edificio del barrio porteño de San Telmo en el que funcionó la biblioteca hasta 1992 se encontraba "completamente desbordado", los libros quedaron allí prácticamente olvidados.
La existencia de esos libros y sus anotaciones "era un secreto a voces", pero pasaron más de tres décadas sin que se impulsara este análisis, entre otros motivos porque "son libros raros, de temáticas complejas y escritos en su gran mayoría en idiomas extranjeros, en alemán, en inglés antiguo", relató el especialista.
"Pero lo que no se sabía, y eso sí que nos sorprendió a todos, es que había muchísimos más libros desperdigados por el depósito", destacó.
Cada vez que leía un libro, Borges firmaba la guarda delantera del ejemplar y escribía la fecha y el lugar, acto que repetía cada vez que volvía a leerlo o consultarlo.
Otra característica de su biblioteca personal es que nunca quitaba la pegatina de las exclusivas librerías donde compraba sus libros, lo que refleja que el lugar de adquisición de las obras era para él un rasgo de identidad casi tan importante como su edición.
No obstante, estaba lejos de ser un "bibliófilo fetichista", asegura Álvarez.
El libro se convierte para él en un cuaderno de apuntes, ya que, además de extraer citas e ideas, elaboraba índices de futuras obras, realizaba traducciones e incluso ensayaba versiones de sus textos.
De hecho, Álvarez y Rosato descubrieron un "ejercicio poético" inédito de Borges, de 1923, en un libro en alemán de historia eclesiástica.
El poema, compuesto por una decena de versos, corresponde a la época en la que estaba preparando su libro "Fervor por Buenos Aires".
Pero, además, sus anotaciones "dan cuenta de su vida de una manera íntima y personal. Los volúmenes contienen huellas de sus amistades, sus amores, sus triunfos y sus amarguras", relatan los autores del trabajo "Borges, libros y lecturas".
Por ejemplo, en un ejemplar de "La Divina Comedia", de Dante Alighieri, anotó una cita sobre Estela Canto, una escritora con la que Borges mantuvo una relación sentimental.
Borges siempre realizaba sus anotaciones en las guardas del libro y sólo en casos excepcionales en las tapas. La mayoría de las veces escribía en el idioma original del libro que estaba leyendo, siempre con estilográfica de tinta negra.
Pero no todas las anotaciones son del puño y letra del escritor, quien ya estaba prácticamente ciego cuando asumió la dirección de la Biblioteca Nacional.
Borges ha confesado que fue su madre, Leonor Acevedo, la que se convirtió en su mayor auxilio, leyendo para él y plasmando sobre papel sus propias notas, por lo que varias de las inscripciones halladas son suyas.
Sin embargo, durante los años en que dirigió la biblioteca (1955-1973), Borges se dedicó tanto a escribir como a traducir sus textos al inglés y a editar sus "Obras Completas", lo que explica que la mayor parte de los libros que dejó allí llevan anotaciones anteriores a que fuera designado.
Para el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, Borges fue "un verdadero artesano, un orfebre" de la literatura, que "hacía del libro un instrumento, una herramienta".
"Era un lector poseído por una fuerza casi demoniaca, porque no hay una lectura lineal, era un lector salteado, desesperado, poseído por la furia de la lectura", subrayó a Efe.
-EFE-
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