Huésped de escritores, librero entregado a la causa y soñador utópico conocido como el "Don Quijote" del barrio latino de París, el estadounidense George Whitman, fue enterrado hoy en el cementerio del Père Lachaise.
Huésped de escritores, pregonero empecinado de la generación "beat", librero entregado a la causa y soñador utópico conocido como el "Don Quijote" del barrio latino de París, el estadounidense George Whitman, fue enterrado hoy en el cementerio del Père Lachaise.
Fue a través de su trabajo durante varias décadas al frente de la histórica librería Shakespeare & Company como Whitman se ganó ese alias, acuñado tras cumplir su quijotesco sueño de fundar y regentar frente a la catedral de Notre-Dame una de las tiendas de libros más carismáticas del mundo.
"Cuando se habla de él no se puede evitar hablar de la librería porque no existen el uno sin el otro", dijo su hija durante las obsequias, a las que asistieron unas 150 personas. Allí, la que continuará con el trabajo de Whitman, recordó que los dos elementos más importantes de su vida eran "los amigos y los libros".
El negocio se ha convertido con los años en una magnética institución cultural por la que otrora se prodigaron figuras como Allen Gisberg o Henry Miller para rebuscar volúmenes entre sus estanterías, literalmente abarrotadas hasta el techo.
Por toda una vida dedicada a la difusión de las letras, en la que Whitman creó un premio literario para autores inéditos, o el "Festival & Co" para promover ese arte, el Ministerio francés de Cultura le concedió en 2006 la insignia de Oficial de las Artes y de las Letras.
Desde su muerte la semana pasada, a los 98 años, el frontispicio de la Shakespeare & Company rebosa de flores y mensajes anónimos de agradecimiento. Y es que Whitman, a quien la escritora francesa Anaïs Nin describe como "un santo entre sus libros", convirtió su vida en un homenaje a la literatura.
"Decía que había cumplido una utopía socialista camuflada bajo la forma de una librería", explica a Efe uno de los empleados del establecimiento, Terry Craven, quien fue una de las 50.000 personas que Whitman aseguraba que acogió entre sus muros para pasar la noche.
El pasado trotamundos del librero quedó marcado por la hospitalidad de los indígenas mayas. A los 22 años y con 40 dólares en el bolsillo, Whitman inició en México un viaje de 5.000 kilómetros por Centroamérica que le sirvió, entre otras cosas, para aprender español.
Durante su periplo, el joven graduado en periodismo cayó enfermo y tuvo que caminar tres días por la selva de Yucatán, en el sur de México, sin comida ni agua hasta que fue rescatado por locales. Aquel episodio influyó a la hora de convertir su librería en una suerte de hospedaje gratuito para nómadas de su estirpe.
A cambio de cederles temporalmente uno de los divanes del local, los afortunados se comprometían a leer un libro diario y trabajar una hora de cara al público, un intercambio que en algún caso se prolongó hasta siete años, por cortesía del librero.
Fuente: EFE
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