Escritor imprescindible, gestor de una corriente literaria y figura máxima de las letras. Recordamos un año más del nacimiento de Arguedas, figura clave de la cultura peruana.
De la obra de José María Arguedas brota sustancia pura y nostalgia andina. A 105 años de su natalicio, la ingente obra literaria, antropológica, folclórica y etnológica espera ser descubierta, ojalá, por las nuevas generaciones de peruanos que aún no tienen un acercamiento al probablemente -al margen de discrepancias- más grande novelista de todos los tiempos en nuestro país.
Influjo directo de su obra ha sido la vida azarosa que le tocó llevar. Desde su nacimiento en Andahuaylas un 18 de enero de 1911 pareciera que la adversidad y los reveses hubieran sido una impronta que tuvo que cargar hasta el final de sus días. Cuando tenía tres años, su madre, Victoria Altamirano Navarro, fallece y en 1917 su padre, Víctor Manuel Arguedas Arellano vuelve a contraer nupcias con la que sería su madrastra, mujer que marcaría su vida.
Una infancia llena de abusos
La madre sustituta y su hermanastro abusaban de Arguedas, le trataban como sirviente y lo obligaban a hacer labores domésticas de forma humillante. El ambiente hostil en el que creció el pequeño José María lo obligó a desertar de ese régimen familiar extremo en 1921, cuando huyó junto a su hermano Arístides Arguedas. Durante el tiempo en el que vivió junto a la madrastra aprendió a entender -y a querer- el mundo del indio, obtuvo sus primeros conocimientos de quechua y se relacionó directamente con la cultura andina.
Volvió al seno del padre, un abogado cuzqueño con quien recorrió diferentes pueblos de todo el ande hasta por fin llegar a Abancay donde la afinidad con lo andino se hizo fuerte y formó su carácter nostálgico, tímido e introspectivo. Llegó la hora para Arguedas de dar un paso más y llegar a la capital que lo recibía como a la mayoría de migrantes en los albores de los 30, una Lima clasista que desconocía el problema del indio y era indiferente a sus necesidades.
Estudia en San Marcos, en la facultad de Letras. Por esos años apoya una manifestación en favor de la República Española. Es apresado y pasa en El Sexto una carcelería que inspiró uno de sus libros del mismo nombre del reclusorio años más tarde. En los años posteriores ejerció diversos cargos ligados siempre a la etnología, al folclor, a la cultura y con la publicación de sus obras fue adquiriendo reconocimiento en los círculos literarios y culturales.
La temática recurrente en sus obras es el problema del indio, el sufrimiento, la opresión y la injusticia de la que él fue testigo y que conoció por libros de historia que leía vorazmente.
Sus más famosas novelas
El bilingüismo que tuvo desde temprana edad -español y quechua- le permitió tener una visión más profunda a través del lenguaje de la realidad que quería describir. Sus novelas, Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964), El zorro de arriba y el zorro de abajo (Póstuma, 1971) giran en torno de estos temas y muestran un Perú real del que se había escrito poco.
Es el mayor exponente de la denominada "Literatura indigenista", movimiento que entre los 30 y los 50 reivindica la idea del derecho del indio y protesta contra el sistema excluyente que mantiene al margen de toda posibilidad de desarrollo a la población serrana. Junto con Arguedas, Luis E. Valcárcel, Ciro Alegría, Enrique López Albújar, Eleodoro Vargas Vicuña entre otros le dieron vigor a esta corriente que también tuvo en la pintura con José Sabogal y en la fotografía con Martín Chambi a sus más grandes exponentes.
Conoció en estos avatares a Jaime Guardia, entrañable amigo y charanguista quien contaba que Arguedas hablaba siempre el quechua, era una lengua natural para él, se sentía a gusto además con las gentes indias, era feliz con ellas y a través de ellas, esas relaciones le permitieron ampliar su prolífica obra antropológica. Otro gran compañero de vida fue Máximo Damián, eximio violinista quien tuvo cientos de anécdotas con el escritor andahuaylino y que estuvo presente junto a Guardia en el entierro de Arguedas dedicándole las últimas notas de su melancólico repertorio.
Un trágico final
El carácter intermitente de Arguedas lo llevaría a constantes cuadros de depresión, que darían las primeras alertas de un final inesperado. En el año 1965 y luego de haber publicado Todas las sangres, concurre al Encuentro de Narradores Peruanos en la ciudad de Arequipa, en donde se debate arduamente el aporte antropológico de su obra -todo lo que tenía en el mundo, su razón de ser- ante un grupo de literatos de la época entre los que se hallaba Sebastián Salazar Bondy.
Argumentan estos entendidos que la obra de Arguedas no tenía valor antropológico, que no era reflejo de la realidad porque partía de ficciones y salió de este encuentro devastado. Toda su vida dedicada al estudio de la vida del ande para que la crítica no aceptara como un aporte significativo su obra; de este revés Arguedas jamás se recuperaría.
Llegó el año 1966 y tras un intento fallido por autoeliminarse el 11 de abril de ese año con sobredosis de barbitúricos, nunca volvió a ser el mismo. Ingresó a trabajar a la Universidad Agraria y esperó hasta el 28 de noviembre del año 1969 para dispararse en la cabeza en la misma casa de estudios. Su agonía se prolongó durante cuatro días, el 2 de noviembre falleció. Llevaron sus restos al cementerio El Ángel e hicieron lo que él había pedido en dos cartas de despedida que escribió antes de tomar su última decisión. Su máximo deseo finalmente estaba cumplido.
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