La escritora chilena Lina Meruane conversó con RPP Noticias sobre su libro de cuentos “Avidez”, sus reflexiones en torno a Palestina y su mirada alrededor de una generación de autoras emergentes en Chile tras años de dominio masculino en las letras.
Los caminos de la creación suelen ser imprecisos. Y también misteriosos, confesó la escritora chilena Lina Meruane en conversación con RPP Noticias. Desde México, en la casa donde Gabriel García Márquez escribió "Cien años de soledad" y rodeada por una lluvia torrencial que interrumpió esta comunicación, la autora sostuvo que la escritura de un cuento, en su caso, responde a "diferentes impulsos".
"Yo solo puedo escribir, cuando me lo piden, si soy capaz de convocar una imagen o una escena, que normalmente son acotadas", describió. A lo largo de 25 años, diversas imágenes han sido el estímulo inicial para que Meruane escribiera los 11 cuentos que reúne en "Avidez", su último libro publicado bajo el sello editorial Caja Negra. Once historias, concebidas entre 1995 y 2020, que está protagonizadas por personajes femeninos con un apetito descarnado, tan voraz como cruel.
Autora de, entre otros títulos, una destacada trilogía de novelas cuyo eje temático es la enfermedad —“Fruta podrida”, “Sangre en el ojo” y “Sistema nervioso”—, Lina Meruane también ha publicado libros de no ficción como “Viajes virales”, "Zona ciega" y “Volverse Palestina”, sobre el cual se refirió en esta entrevista retomada a través de un breve cuestionario.
Has dicho en una entrevista que crecer en una familia con padres dedicados a la medicina te educó en el “lenguaje médico”. ¿De qué manera se ha permeado en el estilo de la obra que has decidido escribir?
Es un lenguaje me que acompaña desde muy joven y forma una manera de pensar y de fijarme en los cuerpos. Es justamente esa atención sobre los cuerpos y lo que les sucede en el espacio político, de la intimidad y enfermedad en lo que se fija mi mirada. Lo que les sucede a los cuerpos dentro de la casa como afuera. Esa mirada es la que se traduce en los textos que he escrito, menos en el estilo, porque cada uno de mis libros son estilísticamente diferentes, van jugando con diferentes voces. Pero fijar el ojo sobre los cuerpos, describirlos materialmente, y usar la enfermedad de manera menos metafórica y más material, creo que ha marcado la escritura que vengo haciendo hace más de 20 años.
Precisamente, en "Avidez" persiste esa exploración sobre el cuerpo. ¿Qué perspectiva buscabas instalar en estos cuentos?
Bueno, es un libro que recoge cuentos muy antiguos, desde 1995, entonces hace una especie de paneo de lo que pensaba hace 25 años hasta ahora, la manera que estaba escribiendo al principio y todavía. Entonces no hubo un proyecto específico de instalación de una cierta mirada, sino más bien un hallazgo posterior de este año, cuando reuní esos cuentos, y me llamó a mí misma la atención el hecho de que había este tema en común: la avidez. En estos cuentos está esa mirada muy fija, muy atenta, lo que le sucede sobre todo a los cuerpos femeninos, pero no porque lo hubiera pretendido. De hecho, fue sorprendente encontrarme con eso, y con la avidez, porque es hambre, deseo, insatisfacción a varios niveles, sobre todo muy físicos. Son cuentos en los que se manifiesta algo que me obsesiona sobre un cuerpo insatisfecho, hambriento, deseoso, todo esto en su materialidad física.
Al recogerlos en un solo título, ¿encuentras diferencias entre la escritora en ciernes que eras y la actual?
Esa es una gran pregunta, ¿no? Uno siempre teme encontrarse con la escritora del inicio, sobre todo en términos estilísticos. Yo creo que ahí es donde más transformación hubo. Mientras la obsesión y la mirada se mantienen, para mí algo había pasado con la escritura, que es más contenida en los primeros cuentos, y se despliega más y utiliza más recursos literarios y un vocabulario mucho más juguetón en los cuentos más actuales. Hay una transformación de tono: los cuentos del 95 y el 2000 me parecieron cuentos más serios, solemnes, dramáticos en un sentido; y los más contemporáneos tienen una cierta soltura, ironía y un humor negro. No sé si eso lo notan los lectores, es algo que siento yo.
¿Has encontrado que los cuentos de "Avidez", escritos en distintos momentos, dialoguen también con el resto de tu obra?
Creo que hay una preocupación que también está en mis novelas. Cuando uno mira hacia atrás, lee algunas claves, y lo que encuentro es que hay un interés muy grande por los personajes femeninos, no porque lo hubiera planificado así, sino porque sencillamente son los sujetos que me interesan. En mis primeros cuentos está la figura de las niñas, como una figura transgresora; en estos cuentos también hay una progresión en edad y me empiezan a interesar la mirada sobre mujeres más grandes, adultas.
Entre el ensayo y la novela, no te ubicas en un solo registro estilístico. Pero con los cuentos parece ocurrirte lo contrario. ¿Encuentras mayores cotos en este género?
Muchos de estos cuentos no fueron pensados como parte de un libro, sino que fueron respuestas a encargos, sobre todo. Entonces escribí pensando en los temas que se me pedían y anclándome en una imagen que en ese momento no me podía sacar de la cabeza. Reuní textos con cosas en común, porque siempre pienso en unidades de libro, pero a lo mejor es un registro más acotado. Escribí un primer libro de cuentos en 1998 (se refiere a "Las infantas") y lo pensé en forma de libro. Digamos que lo que he escrito después ha respondido a ciertas preguntas que tenía, y dependiendo de la pregunta se desarrollaba en ensayo, novela o, también, obras de teatro. Dependiendo del tema y el personaje que aparece, y de la voz, es lo que surge. De inmediato me doy cuenta cuando escribo algo y pienso que es corto. Parece que en el formato corto me centro en situaciones específicas.
El efecto que producen los cuentos de "Avidez" es de extrañamiento. ¿Te generan lo mismo esas imágenes que te estimulan a escribirlos?
A mí me interesan las imágenes extrañas. O, digamos, las situaciones extraviadas. Hay un cuento en ese libro llamado "ay", que surge de una nota de tres líneas que leí en el periódico y recorté, porque me pareció extravagante lo que pasaba con esa familia de enterradores que se negaban a enterrar a su hija. Yo guardé ese pequeño recorte y después lo perdí, porque me he mudado muchas veces de casa. Y esa historia rara, en el momento que me pidieron un cuento de tema libre, reapareció, y fue porque me perturbaba. Por supuesto, construí un relato alrededor de esa pequeña historia de la que no tenía ningún detalle. Yo soy lectora de periódicos y soy muy curiosa, entonces voy prestando atención a las cosas que cuenta la gente. No es que tome notas. La imagen se queda, me persigue, porque probablemente perturba algo dentro de mí. Lo que nunca tengo son los detalles, pero para eso está la invención. Es como si esa historia tuviera un eco dentro de mí, como si resonara en algún lugar y ahí se queda. Y cuando necesito echar mano de algo, reaparece.
La enfermedad es uno de los temas que marca tu narrativa y vivimos tiempos de padecimiento. ¿Qué reflexiones te ha suscitado la pandemia de la COVID-19?
He escrito sobre la pandemia más importante del siglo XX, que es el sida y ahora es una endemia, es decir, vive entre nosotros sin ser reconocida como una pandemia. Pero, por los hallazgos de la medicación y la tecnología, ya no tiene la violencia, la crueldad y el estigma que tuvo en otro tiempo y, por eso, no se le presta tanta atención. Pero como escribí sobre esa pandemia y luego sobre la enfermedad, esta pandemia no me produjo ninguna imagen que me perturbara lo que yo ya había visto, pensado y escrito. No tengo planificado a nivel de idea ni de emoción escribir una novela sobre la pandemia. Ya sé demasiado sobre las pandemias. Qué raro, ¿verdad? He escrito mucho y esta crisis me pilló preparada para los tropos de la pandemia. Lo único que suscitó es un cuento que está en "Avidez" y se llama "tan preciosa su piel", que escribí por encargo.
Tus inquietudes también han tomado otros rumbos como lo evidencian tus libros sobre Palestina. ¿Cómo surgió tu interés por este territorio de Próximo Oriente?
La incursión Palestina fue en el 2012. Acababa de publicar "Sangre en el ojo" e hice este viaje a los territorios ocupados e Israel. Fue ahí cuando escribí sobre mi propia familia palestina, de la que sabía poco, y la situación de los palestinos en Gaza e Israel. Para mí, hay un cierre de la escritura de la enfermedad en el 2018, pero entre tanto he ido escribiendo estas tres partes de mi libro palestino y, por supuesto, me he interesado en los cuerpos palestinos, porque es ahí donde el poder pone siempre su ojo y su bala. He ido desarrollando una investigación sobre la cuestión palestina, pero también los modos del colonialismo en el siglo XXI, los genocidios en el siglo XX y la vigilancia de Israel sobre los cuerpos de Palestina. Así como he trabajado la enfermedad en los cuerpos y su relación metafórica y material con lo político, me he interesado de las maneras en que la violencia se impone sobre la ciudadanía para controlarla, acallarla y, finalmente, destruirla.
Estás ahora mismo en México, pero has dicho en una entrevista que últimamente te has vuelto bastante nómada. A la distancia, ¿qué mirada tienes sobre la literatura de Chile? ¿Qué reflexiones te despierta?
En efecto, así me siento. Justo ayer iba caminando de vuelta al lugar donde estoy durmiendo en México y pensaba que en realidad preferiría no vivir constantemente en un mismo lugar. No tengo una fantasía de hogar fijo. Pero en ese hogar no fijo hay una constante estar y regresar a Chile, que es un lugar de potente referencialidad para mi pensamiento y mi escritura. Estoy pendiente de mi país y siempre siento que estoy como en una casa en las afueras de Santiago. Tengo una mirada sobre Chile que es comparativa por el hecho de haber vivido afuera tantos años. En Chile, hay una idea de que esto solo nos pasa a nosotros. Pero lo que ocurre es parte de una serie de cambios que se van extendiendo de un lugar a otro.
Sobre la literatura del país, me parece que se ha producido una literatura muy potente, hecha por autores o autoras, pero también por la emergencia de muchas autoras jóvenes. Cuando yo empecé a escribir, casi no tenía modelos de escritoras en Chile, porque a las escritoras del pasado se les había puesto la alfombra encima y las que estaban vivas eran pocas y con poca posibilidad de publicar por la censura de la dictadura. Al mismo tiempo que yo, aparecen autoras como Nona Fernández, Alejandra Costamagna, Andrea Maturana, Andrea Jeftanovic... probablemente me olvide de alguna, pero éramos pocas y tuvimos que luchar contra viento y marea, porque el mundo literario estaba dominado por figuras masculinas. Tuvimos que entrar a codazos. Pero lo que hay hoy es una generación multitudinaria en narrativa, dramaturgia y poesía, e incluso diría en el género del ensayo, y eso me parece potente. Son muchas cabezas pensando de manera feminista, que era más difícil en el tiempo en que yo empecé a escribir.
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