Publicada a puertas de su ingreso a la Academia Francesa, la última colección de ensayos y artículos de Mario Vargas Llosa está dedicada las figuras de la cultura gala que marcaron su obra.
Si una cualidad recorre toda la obra de no ficción de Mario Vargas Llosa, esa sin duda es su capacidad para transmitir una pasión infatigable por la literatura. Para quienes tengan vocación literaria, resulta estimulante leerlo desmenuzar ficciones que a él le han cautivado, y para quienes tengan un interés peregrino por su obra siempre pueden salir de sus páginas con el deseo de leer al menos uno de los libros o autores de los que se ocupa. Incluso quienes estén en desacuerdo con sus postulados deben reconocer que hay en él un ardor por defender sus ideas que resulta contagioso. Todo ello está visible en “Un bárbaro en París”, su último libro que recoge ensayos y artículos sobre la cultura francesa.
Que su título con aire eurocentrista no espante a nadie: en sus más de 200 páginas, uno es conducido por la prosa elegante de nuestro Nobel de Literatura hacia las profundidades del pensamiento político de Albert Camus y Jean Paul Sartre, los dos intelectuales a quienes más reflexiones les dedica, confrontando sus predicamentos y posturas públicas hasta llegar a la conclusión de lo vigente que sigue la obra del autor de “El extranjero” y lo caducas que se ven las novelas y los ensayos de quien alguna vez sostuvo que “las palabras son armas” y terminó denostando a la literatura como vehículo de revolución.
No solo de ellos se ocupa Vargas Llosa en este homenaje a la Francia que forjó su mirada estética y política: también del liberal Jean-François Revel, figura refractaria en una época en que la izquierda dominaba la opinión pública, y de Raymond Aron, intelectual “sensato y convincente” en quien encuentra un refugio de claridad entre tanto hombre de letras seducido por el glamour y la performance. A otros pensadores de la época, por el contrario, el escritor peruano los coloca bien lejos de sus intereses, sobre todo a la crítica posestructuralista representada por Jacques Derrida o Roland Barthes por su jerigonza académica.
En nombre de la libertad creadora
En términos literarios, el autor de “Un bárbaro en París” valora lo que pueda darle el realismo y la vanguardia francesa a su obra mientras esté cerca de la tradición que él adscribe. Hay quien podría llamarlo un "conservador", aunque su ficción desmienta tal afirmación. Se extraña que a escritores como Alexandre Dumas o Julio Verne no les ofrende muchas observaciones, pero para compensarlos están los textos dedicados a Gustave Flaubert y Víctor Hugo, de quienes ya ha escrito ensayos señeros como “La orgía perpetua” y “La tentación de lo imposible”. Del primero se sabe que fue decisivo para forjar su vocación como escritor realista, mientras que del segundo le llama la atención su vida desbordante ("un mar inmenso", le apoda), marcada por su grafomanía y apetito sexual.
Ciertamente, no es Vargas Llosa un seguidor del movimiento literario Nouveau roman, encabezado por Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute y Marguerite Duras, y tampoco de los principios de creación del surrealismo, aunque sí reconoce en ellos el ímpetu por crear obras innovadoras, como dice que ocurrió con las novelas “Las bellas imágenes” de Simone de Beauvoir y “Nadja”, de André Breton. De hecho, ambos títulos les parece merecedores de elogios no solo por su audacia formal, sino por romper, quizás sin saberlo, los propios moldes estéticos de los que decían provenir.
Esa misma libertad creadora es la que le seduce de las obras de Georges Bataille, el gran defensor de las transgresiones en la esfera artística; André Malraux, el verboso escritor francés que llega al pico de su obra con "La condición humana"; Louis-Ferdinand Céline, el infame escritor pronazi que sondeó como pocos la miseria humana en "Viaje al fin de la noche" y "Muerte a crédito"; y el polémico Michel Houellebecq, el único autor contemporáneo de esta selección. Así como ellos, los pintores Paul Gauguin y Eugene Delacroix, y la pensadora política Flora Tristán, alimentan su curiosidad por haberle ofrecido al mundo unas obras que alteraron, en su momento, las convenciones sociales, los clichés y las estéticas imperantes en nombre de causas que alentaban el libre pensamiento.
Vargas Llosa, el idealista
Tal vez lo más llamativo de "Un bárbaro en París" no sea solo atestiguar el estilo que Vargas Llosa ha mantenido a lo largo de más de cincuenta años para escribir sus artículos, todos ellos trabajados bajo la idea de que la claridad expositiva no debe estar inmunizada de la belleza de la frase, sino advertir el espejo que es la obra de todos los autores convocados con la del mismo Nobel peruano.
En sus ensayos, el escritor sigue defendiendo sobre todo el ideal de "libertad", que junto al de "igualdad y fraternidad" fue proclamado en la Revolución Francesa, allá por el siglo XVII. Este concepto, sin embargo, aparece abordado bajo la mirada del liberal confeso que es desde los años setenta, y signa no solo su crítica literaria, sino también sus posiciones políticas.
Enemigo de las utopías, no es hasta el final del libro, en ese discurso que dio al ingresar a la Academia Francesa de la Lengua, donde vemos que Mario Vargas Llosa se permite romper su propia creencia para sugerir que "es muy posible" que la literatura sea capaz de salvar al mundo. O quizás no sea esta una quimera, sino el único idealismo que quienes acompañamos a este escritor "inmortal" seguimos defendiendo a pesar de todo.
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