El actor, director y profesor conversó con Raúl Vargas en el programa 'Fuera de Serie' sobre su carrera y sobre la importancia de su gran pasión: el teatro.
Alberto Ísola es una de las figuras más representativas de la dramaturgia peruana. Es director, actor y profesor de teatro, un arte que para él, es el gran maestro de otros medios como el cine y la televisión. Raúl Vargas conversó con él en un nuevo episodio de Fuera de Serie.
¿Qué es el teatro a estas alturas de la vida? Todos somos teatreros, cuando somos niños, cuando enamoramos, etc.
Es un instinto que tenemos todos, es parte de la cultura universal. Cuando apareció el cine, pese a que al comienzo nadie le auguraba mucho futuro, ya se decía que el teatro estaba languideciendo, con la televisión también. Creo que persiste porque es uno de los pocos espacios que quedan donde nos miramos cara y cara y nos decimos las cosas en tiempo real, en la misma habitación. Nos hemos acostumbrando por la tecnología a comunicarnos mediante aparatos.
¿Qué es lo interesante del teatro? Tanto el actor como el espectador están participando.
Absolutamente. Ninguna función de teatro es igual, no solo porque pueden suceder cosas particulares, sino por la energía que uno percibe del público es muy particular. El público es distinto, la situación es distinta, uno mismo es distinto por más que se repitan las mismas palabras y las mismas acciones.
Hay una escena, no recuerdo en qué obra, en la que un interrogatorio es tan intenso que el que está preguntando termina condenado porque sus preguntas lo llevan a descubrir algo doloroso y alguien en el público dice “No preguntes más”.
Es Edipo, que es el investigador de su propio crimen en una historia fantástica. He hecho cine, televisión y radio, pero no se comparan con estar con el público cada noche, con temor porque cada función es un viaje. El teatro funciona en dos realidades simultáneas: la de la obra y la de la presentación. Eso crea una tensión muy particular, uno nunca sabe qué va a pasar. El teatro se puede interrumpir, esa es siempre es una posibilidad. En el cine no pasa lo mismo.
Si uno recorre la historia del teatro peruano, se encuentran dificultades muy grandes. No hemos tenido un desarrollo similar al del resto de países latinoamericanos, pero tenemos tanto actores como autores. ¿A qué se debe este desbalance?
Tenemos extraordinarios actores y dramaturgos. El gran problema del teatro peruano sigue siendo la ausencia de un público constante, que se debe a muchas cosas: la relación de los gobiernos con la cultura, la desaparición del costumbrismo, que fue nuestra corriente más fuerte, y su refugio en la televisión, son muchas las causas. El trabajo está en la creación del público constante, que el teatro se convierta en una opción como el cine u otras formas de entretenimiento. Eso no lo hemos logrado del todo.
Hemos sido muy buenos, por ejemplo, en la comedia.
Claro, lo que pasa es que olvidamos muy rápido. Yo empecé a ver teatro en 1968 y me marcó muchísima gente que quizás los jóvenes de hoy no conocen: Luis Álvarez, Carlos Roca Rey o Elvira Travesí, dramaturgos como Sebastián Salazar Bondy o Juan Ríos que hoy no son tan recordados como deberían ser.
¿El teatro necesita apoyo? El financiamiento no es barato
No lo es, pero a veces se puede hacer teatro de la forma más sencilla, existe esa facilidad. Peter Brook, un gran director inglés, escribió un libro muy importante, El espacio vacío, donde dice que basta con que alguien cruce un espacio y otro lo mire para que haya teatro. Es esa relación entre alguien hace y alguien que mira lo que hace el teatro.
UNA PASIÓN PROLÍFICA
El teatro ha dado pie a otras versiones, como el cine y la televisión.
Por supuesto, Charles Chaplin en Inglaterra era un actor de music hall, una especie de espectáculo de variedades, y tuvo la suerte enorme de estar en una compañía que estaba de gira por Estados Unidos cuando Mack Sennett comenzó a hacer películas. Buster Keaton también venía del vaudeville, Lauren Hardy del music hall, los hermanos Marx también. Todos venían del teatro.
En tu caso, como se presentaron estas opciones. Eres actor, director, entraste sin límites ni temores a todas las órbitas teatrales.
Temores siempre y eso es sano. Si no le tengo temor algo, es una mala señal. El temor hace que te mantengas despierto siempre. Mi historia es muy curiosa. Empecé con un enorme amor por la literatura y la música. Mi abuelo materno fue José Antonio de Lavalle, el José Antonio del vals de Chabuca Grande. Él, lamentablemente, falleció cuando yo era muy niño, pero su figura está presente, tengo libros de su biblioteca. Por otro lado, mis antepasados italianos, genoveses, vinieron a fines del siglo XIX por la ópera y la literatura. Siempre estuve muy cerca a eso. Quería ser escritor, pero me costaba mucho escribir, hasta ahora, lo siento muy solitario. A veces envidio el poder de los escritores para trabajar por su cuenta, pero también estar solo me cuesta mucho. El teatro es una forma importante para mí de socializar.
Cuando estaba en cuarto de media, tuve la enorme suerte de ver un ensayo de una obra de teatro y en ese momento supe que era lo que quería hacer el resto de mi vida. Empecé como director, nunca pensé ser actor. Poco a poco descubrí que podía hacerlo.
¿Qué es ser director?
Ser director es escribir, pero escribir en el espacio, en el tiempo y con otras personas, que es lo más complicado. No es como sentarse frente a una pantalla, la hoja en blanco a mí me produce angustia. Es volver a contar una historia que se ha contado, darle nueva vida. Soy un director que disfruta muchísimo trabajar con los actores. Siempre siento que el resultado final de lo que hago tiene que ver mucho con ellos, soy un instigador y un organizador, pero a veces soy sobre todo un testigo privilegiado de muchas cosas. Creo que el teatro es principalmente el trabajo del actor y ser partícipe de la creación de un actor, desde el lado del director.
¿Cuáles son las condiciones para ser un buen actor?
Hay algo que se llama talento. Es una palabra que a mí no me gusta, es elusiva, difícil y además es el nombre de una moneda en el Antiguo Testamento. No sé qué hace que uno tenga la materia prima para ser actor o artista, tiene que ver con muchas cosas. Es algo que está o no está, que se puede mejorar o se puede perder. Creo mucho en el entrenamiento, en la formación, que son garantías para que esa fuerza, ese ‘talento’ inicial se amplíe. Lo más difícil de ser actor es la capacidad no de crear, sino de saber crear. Siempre le digo a mis alumnos que todos los que nos acercamos a la actuación al comienzo tenemos esta imagen glamorosa, pero no recordamos que la esencia del trabajo del actor está en la repetición. Tiene que hacer cinco funciones a la semana. La capacidad de poder reproducir noche a noche sentimientos, vivencias, esa es la gran diferencia.
EL VALOR DEL TEATRO
¿Cuál es el valor formativo del teatro?
Por un lado nos permite manejar nuestras emociones, expresarlas, darles valor. Ahora, con mayor razón, enseña mucho el trabajo en equipo. El teatro no se hace solo, es siempre el trabajo de una compañía de personas dentro y fuera del escenario. Es un espacio importante para aprender la solidaridad y el respeto por los demás. La experiencia colectiva hace valorar muchas cosas que en estos tiempos, que son un tanto individualistas, se están perdiendo.
¿Por eso es importante que se haga un esfuerzo y se intensifique la enseñanza del teatro en el colegio?
Absolutamente. Yo soy un ejemplo, siempre lo cuento. Soy actor de teatro gracias a un hermano marianista, estudié un curso en el colegio Santa María Marianistas de Chacarilla del Estanque, que fundó el grupo de teatro. Como veía que yo leía mucho, me preguntó si quería ver un ensayo de teatro. Estuve en contacto con él hasta que falleció, fue una persona que me marcó. Siempre que enseño digo que quiero hacer por los demás lo que él hizo por mí.
¿Crees que en las escuelas debería haber siempre un profesor de teatro?
Creo que es importante tener una experiencia de teatro, aunque uno después no sea actor. Siempre les digo a mis alumnos que lo más importante de estar en el escenario es saber escuchar. Cuando uno hace un personaje, debe escuchar lo que los otros personajes dicen. Esa es una cosa que se está perdiendo. Si el teatro nos enseña escuchar, bienvenido sea, más que nada ahora. Hemos tenido un avance tecnológico impresionante, pero el precio de eso parece ser que nos estamos olvidamos de hablarnos y de escucharnos entre nosotros.
¿En todo ser humano hay un actor oculto?
Por supuesto. Nosotros teatralizamos todo. La manera que tenemos de contar lo que nos pasa, de encolerizarnos, de fingir cosas o engrandecerlas. Yo tuve la enorme suerte de formarme en Italia, por mis antepasados y porque quería estudiar teatro allí. También tuve la fortuna de estudiar en Londres. Uno piensa que no hay nada más diferente a un italiano que un inglés y viceversa, pero no realmente. La teatralidad está presente en ambos, en los italianos quizás de una manera más eufórica, pero en los ingleses también con su maravilloso manejo de la ironía y del lenguaje.
EL DRAMA COMO CARRERA
¿Te sientes más moderno que antiguo?
Tengo una fuerte sensación de pertenecer a una tradición en el teatro peruano, a una familia. Tuve la enorme fortuna de conocer a algunos de nuestros más grandes actores y directores, como Lucho Álvarez, un grandísimo actor. Fue alguien a quien dirigí cuando yo era joven. La primera vez fue en Salsa roja, una obra de Nicolás Yerovi. Yo tenía 30 años y él, bastantes más. Era una gran figura del teatro nacional. Trabajar con él fue maravilloso. A veces se habla irresponsablemente de un boom teatral, que es bastante relativo, y se olvida que hubo gente en el pasado que hizo un trabajo titánico.
Hablemos un poco de tu recorrido personal. Tienes películas, televisión, tareas de actor y de director. Leyendo la lista, uno se pregunta dónde vamos a situar a este personaje tan múltiple que está unido por su propia personalidad a estos desarrollos.
Soy muy voraz. Eso justifica mis problemas con el peso también (risas). Tengo una gran avidez por hacer, pero también por conocer. Tengo el sí fácil, como me han dicho. Cuando volví al Perú en 1978 después de estudiar afuera junto con compañeros, inventamos muchas cosas. Tuvimos la enorme fortuna de poder encadenarnos, en el buen sentido, con un pasado importante. Soy muy genovés en ese sentido. Los genoveses tenemos fama de ser amarretes, cosa que no soy, y muy tercos. Cada vez que ha habido una oportunidad de buscar, de experimentar, la he aceptado y por eso he hecho tantas cosas, algunas mejores que otras.
¿Qué prefieres, ser actor o director?
Dirigir es lo más bonito de todo. Yo me fui a Europa a estudiar dirección. Acabé de actor por esas cosas que a veces suceden. Dirigir es crear un mundo, asistir al trabajo de otros, plasmar mundos.
¿Pero se puede ser también feroz, duro, severo?
Por supuesto. Yo no lo soy.
Porque uno siempre tiene ese temor, sobre todo pensando en los directores cinematográficos.
Allí yo me imagino, habiendo sido actor en el cine, lo difícil que es. Lo que se suma al trabajo puramente de dirección actoral es todo el trabajo de la cámara y las luces. Imagino que en un set es mucho más real, concreto y tentador que un director sea más… lo que pasa es que el teatro lo hacen los actores y cuando se da la función, todo lo que ha hecho el director depende de ellos. En el cine, depende más de su mirada o del editor a veces. En el teatro, el director debe confiar mucho más en los actores, que son los que al final van a hacer la obra.
¿Esa idea del director como el gran mandamás no funciona exactamente así?
Funciona porque al final quien toma las decisiones es él, pero yo siempre digo que no hay nadie más solitario en una función de teatro que el director. Cuando uno dirigió la obra y la estrenó, puede estar con los actores antes de la función, verla y hablar al final, pero quienes la hacen son ellos. Es muy importante que el director cree en los actores capacidad para transmitir y diálogo. En el cine, muchas grandes películas se han hecho en la sala de edición.
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