Sus diálogos irreverentes y misteriosos, intelectuales a la vez que vulgares, configuran una obra a la que no hace mella el medio siglo.
Corría el final del invierno de 1960 cuando un joven cineasta llamado Jean-Luc Godard estrenaba en París su ópera prima, "À bout de souffle" (Sin aliento), cinta de la "Nouvelle Vague" que a sus 50 años permanece como icono por excelencia de la modernidad.
Sus diálogos irreverentes y misteriosos, intelectuales a la vez que vulgares, así como un montaje tan incoherente como lógico, compuesto por enfoques osados y poco habituales, configuran una obra a la que no hace mella el medio siglo.
"À bout de souffle" ("Al final de la escapada") se estrenó el 16 de marzo de 1960 y permaneció siete semanas en cartel, tiempo durante el que se acercó a las 260.000 entradas.
Una joven Jean Seberg, que vende el periódico en los Campos Elíseos, y un Jean-Paul Belmondo, con un inagotable cigarrillo en los labios y un sombrero a lo Humphrey Bogart, personalizan la historia de un gánster que quiere huir de París con una chica estadounidense, en una película "escrita" en blanco y negro.
El director, que ahora tiene 79 años, aseguró en los "Cahiers du Cinéma" a los pocos días del estreno de "À bout de souffle" que, en un principio, él quería respetar las normas de las películas policíacas pero que renunció "por pereza".
Una excusa, quizás, para confirmar que la modernidad empezaba a colarse por los recovecos del lenguaje cinematográfico, gracias a una generación de autores que habían crecido viendo cine en la Cinemateca de Henry Langlois y en los cineclubes.
Además, la nueva tecnología, con cámaras más ligeras que permitían hacer largos planos secuencia y grabar con cámara en mano, propició un cambio en la estética al sacar los rodajes a la calle y al impregnar la película de luz natural.
Jean-Paul Godard era uno de aquellos "jóvenes turcos", como se denominó a los directores de la Nueva Ola francesa, y "À bout de souffle" pronto se convertiría en una de las películas más rompedoras de una corriente de por sí innovadora, lo que le supuso algunas críticas.
Así, la opción de no ceñirse a las normas de un determinado género cinematográfico se tradujo en "pobreza creativa", según escribió Étienne Fuzellier en "Éducation Nationale", y los diálogos frescos e improvisados de un filme que Godard definió como católico y marxista suponían para los detractores el reflejo de "un tipo de juventud" de "amoralidad compleja" y "agresividad sin motivo".
Con "À bout de souffle" el montaje se convirtió en protagonista gracias a los saltos de "raccord" y de eje, las elipsis y la alternancia de montaje rápido con planos largos.
¿Cómo un proyecto tan arriesgado consiguió financiación? Un guión original -basado en una noticia de periódico- de François Truffaut, quien se acababa de consagrar con "Les 400 coups" (Los cuatrocientos golpes) en el Festival de Cannes, avalaba al director parisino, además, claro, de que requería de un presupuesto reducido.
"À bout de souffle" costó 50 millones de francos antiguos, es decir, un tercio de lo que costaba una película de la época, y, de este presupuesto, un cuarto fue para la estrella internacional, Jean Seberg.
El productor Georges de Beauregard fue quien se decidió a invertir, puesto que acababa de sufrir un estrepitoso fracaso y necesitaba algo que le hiciera remontar; curiosamente, el dinero que se esperaba que facilitase el Centro Nacional de la Cinematografía (CNC) para "A bout de souffle" lo habían generado las dos últimas películas de Fritz Lang.
Este detalle circunstancial, que relaciona la ópera prima del que crearía obras como "Le mépris" o "Alphaville" con autores relevantes de la historia del cine, se plasma también en los fotogramas de la película.
Así, la cinta hace un homenaje a la orwelliana "Citizen Kane" ("Ciudadano Kane"), a "Casablanca", a "Viaggio in Italia" ("Te querré siempre") de Rossellini, además de recordar a Jean Renoir, referente de la "Nouvelle Vague", a través de un cuadro de su padre.
Estas son sólo algunas de las múltiples citas que incluye la película, cuya identificación supone un placer añadido para el espectador, a lo que se pueden sumar los cameos del propio Godard, al más puro estilo hitchcockiano, o de amigos suyos del mundo del cine y de la televisión.
Los años han pasado, pero la grafía de Godard permanece latente en cineastas contemporáneos, de la misma manera que el vestido de rayas de Jean Seberg o la manera de secarse los labios con el dedo de Belmondo se mantienen vivos en el imaginario cinematográfico.
-EFE-
Sus diálogos irreverentes y misteriosos, intelectuales a la vez que vulgares, así como un montaje tan incoherente como lógico, compuesto por enfoques osados y poco habituales, configuran una obra a la que no hace mella el medio siglo.
"À bout de souffle" ("Al final de la escapada") se estrenó el 16 de marzo de 1960 y permaneció siete semanas en cartel, tiempo durante el que se acercó a las 260.000 entradas.
Una joven Jean Seberg, que vende el periódico en los Campos Elíseos, y un Jean-Paul Belmondo, con un inagotable cigarrillo en los labios y un sombrero a lo Humphrey Bogart, personalizan la historia de un gánster que quiere huir de París con una chica estadounidense, en una película "escrita" en blanco y negro.
El director, que ahora tiene 79 años, aseguró en los "Cahiers du Cinéma" a los pocos días del estreno de "À bout de souffle" que, en un principio, él quería respetar las normas de las películas policíacas pero que renunció "por pereza".
Una excusa, quizás, para confirmar que la modernidad empezaba a colarse por los recovecos del lenguaje cinematográfico, gracias a una generación de autores que habían crecido viendo cine en la Cinemateca de Henry Langlois y en los cineclubes.
Además, la nueva tecnología, con cámaras más ligeras que permitían hacer largos planos secuencia y grabar con cámara en mano, propició un cambio en la estética al sacar los rodajes a la calle y al impregnar la película de luz natural.
Jean-Paul Godard era uno de aquellos "jóvenes turcos", como se denominó a los directores de la Nueva Ola francesa, y "À bout de souffle" pronto se convertiría en una de las películas más rompedoras de una corriente de por sí innovadora, lo que le supuso algunas críticas.
Así, la opción de no ceñirse a las normas de un determinado género cinematográfico se tradujo en "pobreza creativa", según escribió Étienne Fuzellier en "Éducation Nationale", y los diálogos frescos e improvisados de un filme que Godard definió como católico y marxista suponían para los detractores el reflejo de "un tipo de juventud" de "amoralidad compleja" y "agresividad sin motivo".
Con "À bout de souffle" el montaje se convirtió en protagonista gracias a los saltos de "raccord" y de eje, las elipsis y la alternancia de montaje rápido con planos largos.
¿Cómo un proyecto tan arriesgado consiguió financiación? Un guión original -basado en una noticia de periódico- de François Truffaut, quien se acababa de consagrar con "Les 400 coups" (Los cuatrocientos golpes) en el Festival de Cannes, avalaba al director parisino, además, claro, de que requería de un presupuesto reducido.
"À bout de souffle" costó 50 millones de francos antiguos, es decir, un tercio de lo que costaba una película de la época, y, de este presupuesto, un cuarto fue para la estrella internacional, Jean Seberg.
El productor Georges de Beauregard fue quien se decidió a invertir, puesto que acababa de sufrir un estrepitoso fracaso y necesitaba algo que le hiciera remontar; curiosamente, el dinero que se esperaba que facilitase el Centro Nacional de la Cinematografía (CNC) para "A bout de souffle" lo habían generado las dos últimas películas de Fritz Lang.
Este detalle circunstancial, que relaciona la ópera prima del que crearía obras como "Le mépris" o "Alphaville" con autores relevantes de la historia del cine, se plasma también en los fotogramas de la película.
Así, la cinta hace un homenaje a la orwelliana "Citizen Kane" ("Ciudadano Kane"), a "Casablanca", a "Viaggio in Italia" ("Te querré siempre") de Rossellini, además de recordar a Jean Renoir, referente de la "Nouvelle Vague", a través de un cuadro de su padre.
Estas son sólo algunas de las múltiples citas que incluye la película, cuya identificación supone un placer añadido para el espectador, a lo que se pueden sumar los cameos del propio Godard, al más puro estilo hitchcockiano, o de amigos suyos del mundo del cine y de la televisión.
Los años han pasado, pero la grafía de Godard permanece latente en cineastas contemporáneos, de la misma manera que el vestido de rayas de Jean Seberg o la manera de secarse los labios con el dedo de Belmondo se mantienen vivos en el imaginario cinematográfico.
-EFE-
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