Sufren palizas, azotes, golpes con bastones eléctricos, trabajos forzados e incluso violaciones. Toxicómanos viven en régimen penitenciario, bajo una férrea disciplina militar.
Flexiones, carreras, trabajos forzados, palizas y vejaciones: así es como se trata la adicción a las drogas en los centros de rehabilitación públicos de Camboya, donde los toxicómanos viven en régimen penitenciario.
"Nos obligaban a andar de rodillas desnudos, nos azotaban con cables eléctricos", explica Khun Seiha, un joven de 22 años que pasó dos veces por el centro de Chom Chao, en Phnom Penh, la primera cuando tenía 13 años.
"Hacíamos gimnasia por la mañana y nos pegaban si lo hacíamos mal", recuerda Chan Ñañ, otro camboyano que estuvo en Chom Chao en tres ocasiones.
Ambos eran chicos de la calle enganchados a la metanfetamina y la cola cuando ingresaron en la institución tras ser arrestados por la Policía en una de las periódicas "operaciones de limpieza" que las autoridades practican para embellecer las zonas turísticas.
"Aquello funciona como una prisión. Si te portas mal, te encierran en una habitación oscura y de allí no sales", afirma Chan.
La estancia, que puede durar algunos meses o hasta años, concluye cuando la dirección lo determina, el interno se fuga o un familiar soborna a los celadores, tres opciones que el propio Chan ensayó.
En Battambang, la segunda ciudad del país, unos cincuenta jóvenes con la cabeza rapada y pantalón corto hacen ejercicio en el patio de un cuartel de la Policía Militar.
"Yamma", contesta el guardia apostado en la entrada al ser preguntado por el tipo de drogadictos.
"Aquí estamos todos en rehabilitación por drogas. Yo llevo un año y medio. Creo que podré salir en un año", asegura Tony, uno de los internos.
"Hacer ejercicio es bueno para la salud", afirma el joven evasivamente al notar la proximidad de un guarda.
Con 53 testimonios como los citados, Human Rights Watch (HRW) redactó el informe "Skin on the cable", que denuncia todo tipo de abusos y malos tratos en los once centros de rehabilitación abiertos en Camboya y que gestionan el Ministerio de Asuntos Sociales, la Policía o el Ejército.
Las autoridades camboyanas han calificado el documento de "completamente inaceptable" y "perjudicial".
No todos los internos ingresan a los centros después de ser arrestados, muchos lo hacen a petición de familiares que llegan a pagar a la Policía para que irrumpa en su propio domicilio y se lo lleve.
"Hay familias que creen que estos son centros de tratamiento de verdad. Muchas veces están desesperados, no saben adónde ir, pero en realidad el tipo de tratamiento que se da son abusos de todo tipo", resume Amon.
HRW recuerda que, según la Organización Mundial de la Salud, sólo un uno por ciento de las personas internadas en estos centros se libra de la adicción.
"No es sorprendente. No reciben un tratamiento adecuado y normalmente salen peor de lo que entraron", dice Amon, quien al igual que la Agencia contra el Sida de Naciones Unidas considera que estas instituciones son ilegales y tendrían que ser cerradas.
Para Chan y Khun el paso por Chom Chao no fue del todo negativo, hoy viven y trabajan en un centro de acogida para niños de la calle desenganchados de las drogas.
No obstante, 2.400 toxicómanos, un 20 por ciento de ellos menores de edad, entraron en la red en 2008.
EFE
"Nos obligaban a andar de rodillas desnudos, nos azotaban con cables eléctricos", explica Khun Seiha, un joven de 22 años que pasó dos veces por el centro de Chom Chao, en Phnom Penh, la primera cuando tenía 13 años.
"Hacíamos gimnasia por la mañana y nos pegaban si lo hacíamos mal", recuerda Chan Ñañ, otro camboyano que estuvo en Chom Chao en tres ocasiones.
Ambos eran chicos de la calle enganchados a la metanfetamina y la cola cuando ingresaron en la institución tras ser arrestados por la Policía en una de las periódicas "operaciones de limpieza" que las autoridades practican para embellecer las zonas turísticas.
"Aquello funciona como una prisión. Si te portas mal, te encierran en una habitación oscura y de allí no sales", afirma Chan.
La estancia, que puede durar algunos meses o hasta años, concluye cuando la dirección lo determina, el interno se fuga o un familiar soborna a los celadores, tres opciones que el propio Chan ensayó.
En Battambang, la segunda ciudad del país, unos cincuenta jóvenes con la cabeza rapada y pantalón corto hacen ejercicio en el patio de un cuartel de la Policía Militar.
"Yamma", contesta el guardia apostado en la entrada al ser preguntado por el tipo de drogadictos.
"Aquí estamos todos en rehabilitación por drogas. Yo llevo un año y medio. Creo que podré salir en un año", asegura Tony, uno de los internos.
"Hacer ejercicio es bueno para la salud", afirma el joven evasivamente al notar la proximidad de un guarda.
Con 53 testimonios como los citados, Human Rights Watch (HRW) redactó el informe "Skin on the cable", que denuncia todo tipo de abusos y malos tratos en los once centros de rehabilitación abiertos en Camboya y que gestionan el Ministerio de Asuntos Sociales, la Policía o el Ejército.
Las autoridades camboyanas han calificado el documento de "completamente inaceptable" y "perjudicial".
No todos los internos ingresan a los centros después de ser arrestados, muchos lo hacen a petición de familiares que llegan a pagar a la Policía para que irrumpa en su propio domicilio y se lo lleve.
"Hay familias que creen que estos son centros de tratamiento de verdad. Muchas veces están desesperados, no saben adónde ir, pero en realidad el tipo de tratamiento que se da son abusos de todo tipo", resume Amon.
HRW recuerda que, según la Organización Mundial de la Salud, sólo un uno por ciento de las personas internadas en estos centros se libra de la adicción.
"No es sorprendente. No reciben un tratamiento adecuado y normalmente salen peor de lo que entraron", dice Amon, quien al igual que la Agencia contra el Sida de Naciones Unidas considera que estas instituciones son ilegales y tendrían que ser cerradas.
Para Chan y Khun el paso por Chom Chao no fue del todo negativo, hoy viven y trabajan en un centro de acogida para niños de la calle desenganchados de las drogas.
No obstante, 2.400 toxicómanos, un 20 por ciento de ellos menores de edad, entraron en la red en 2008.
EFE
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