Enfadarse, gritar y llorar después de perder un juego es algo normal para la condición humana.
Lo importante es participar, esta frase tan bonita es difícil de cumplir en la vida real. A todo el mundo le gusta ganar, juegue a lo que juegue es muy complicado perder con una sonrisa. Y lo es más aún para los niños, ya que están acostumbrados a conseguir lo que quieren y a ser el centro de atención de sus padres, por lo que aceptan muy mal no obtener lo deseado.
La mayoría de los niños son pequeños líderes en potencia y les gusta decidir a qué se juega, cómo y con quién.
A esta edad son mandones, y si no consiguen lo que quieren, no dudan en patalear, o llamar a mamá para que les ayude. El problema es que cuando se juntan unos cuantos niños en el parque, cada uno tira para su lado, convirtiendo el campo de juego en un campo de batalla.
Así, nos encontramos con niños que si sospechan que van a perder, prefieren ni siquiera jugar, mientras que otros se enfadan a mitad de juego y abandonan. Para otros es imposible admitir que la causa de su derrota sea un error suyo, por lo que echan la culpa de lo que ha pasado a cualquier otra persona o situación.
Por eso, debes enseñar a tu hijo desde pequeñito a que no siempre se gana ni se logra lo que se desea, sobre todo cuando se comparten juegos con otros niños. Ganar unas veces y perder otras es el precio por disfrutar de una actividad compartida, pero el niño que no sabe perder se ganará la antipatía de los otros y nadie querrá jugar con él.
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