La pesadilla comienza cuando los traficantes se apoderan de los pasaportes y cruzan ilegalmente la frontera para ser transportados hasta puertos tailandeses.
Matysa, es uno de los 17 camboyanos rescatados en diciembre pasado (Foto:EFE)
Cientos de camboyanos son esclavizados cada año tras ser vendidos a barcos de pesca tailandeses, en los que trabajan sin cobrar, a veces durante años, constantemente amenazados de muerte por parte de sus explotadores.
La mayoría de las víctimas procede de las zonas rurales más míseras, y cae en manos de las redes de tráfico de personas al creer en la promesa de un trabajo remunerado como obrero de la construcción o en las fábricas de Tailandia.
Su pesadilla comienza cuando los traficantes se apoderan de los pasaportes y cruzan ilegalmente la frontera para ser transportados hasta puertos tailandeses, donde son embarcados a la fuerza en los pesqueros que faenan en aguas del Mar de China Meridional y que evitan atracar en Tailandia durante meses o años.
El caso de Matysa, uno de los 17 camboyanos rescatados en diciembre pasado en un calabozo para inmigrantes ilegales en el estado malasio de Sarawak, en la isla de Borneo, ilustra la desventurada odisea por la que pasan las víctimas de esta forma de esclavitud denunciada por Naciones Unidas y organizaciones comprometidas con la defensa de los Derechos Humanos.
Matysa, de 28 años, al igual que otros muchos camboyanos, quedó a merced de las mafias al aceptar la tentadora oferta de ganar 6.000 bats (unos 170 dólares) que le hizo un vecino del empobrecido barrio de Phnom Penh en el que residía.
"Crucé la frontera y allí me metieron en un vehículo que me llevó directo a una posada en Pattani (sur de Tailandia). No me dejaron salir de la habitación hasta el día en que embarqué. Un capitán me había comprado", relató a Efe.
Ya a bordo del barco pesquero, Matysa se encontró con otros nueve camboyanos que habían embarcado antes en otro puerto tailandés situado a unos cincuenta kilómetros al sur de Bangkok, la capital del país.
"El capitán nos dijo que no saldríamos del barco en dos años y que no cobraríamos el dinero hasta el final", recordó.
Durante varios meses, la tripulación camboyana fue obligada a trabajar sin descanso aún cuando caían enfermos. En ocasiones, eran apaleados o amenazados por el capitán, armado con un rifle y al que le gustaba blandir un machete.
"Las condiciones son deliberadamente muy duras porque muchos patrones, que suelen ir armados, prefieren que los pescadores escapen y así evitar tener que pagarles nada", explicó Manfred Hornung, consultor de Licadho, uno de los grupos humanitarios que combate esta lacra.
Licadho, que desde hace meses investiga esta modalidad de tráfico de personas, dispone de testimonios que aseguran haber visto matar a tiros a camboyanos a bordo de los pesqueros y tirar los cadáveres por la borda en alta mar, después de haberse quejado de las condiciones de trabajo.
Para evitar la fuga de los camboyanos esclavizados, los barcos de pesca eluden los puertos de Tailandia o de otros países de la región. En su lugar, traspasan las capturas de pescado a otras embarcaciones, que son las que lo transportan hasta tierra firme.
Después de tres meses de cautiverio, Matysa vio la oportunidad de escapar cuando su barco atracó en el puerto de Tanjung Manis, en el estado malasio de Sarawak, donde las embarcaciones aprovechan para repostar y renovar el permiso de pesca.
La pesadilla de Matysa no acabó con su fuga del pesquero, pues tras trabajar durante una jornada descargando sacos, fue engatusado para faenar en una plantación de aceite de palma de Borneo.
"Nos daban sólo arroz y hortalizas. Cuando pregunté por mi sueldo, me dijeron que había sido vendido a la plantación, que el capataz había pagado para comprarme", explicó Matysa.
Dos meses después, consiguió escapar de la explotación agrícola y, tras vagar durante varios días, fue detenido por la Policía y encarcelado por entrar ilegalmente en Malasia.
"Las leyes contra el tráfico de personas se centran casi siempre en mujeres y niños víctimas de la explotación sexual. Pero estos jóvenes están totalmente desprotegidos. Cuando llegan a Malasia, no son tratados como víctimas sino como inmigrantes ilegales", apuntó Hornung.
Hace ya dos meses que Matysa fue repatriado a Camboya y que reside de nuevo en su barrio de chabolas de Keo Russei, donde sobrevive gracias a la venta de los peces que pesca a diario en el río.
"No sabemos cuántos camboyanos hay como Matysa pero, por los testimonios y la gente que nos llama pidiendo ayuda, deben ser centenares. Con la crisis económica serán más", aseguró Hornung. EFE
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