El complejo, un oasis de palmeras junto al mítico río Tigris, acogerá a partir de mañana la primera cumbre de la primavera árabe.
Si las paredes del Palacio de la República de Bagdad hablaran, podrían revelar los entresijos de las políticas del difunto dictador iraquí Saddam Husein, los secretos mejor guardados de los diplomáticos de EEUU y las negociaciones bajo la mesa de los líderes que mañana se reunirán en la cumbre árabe.
Y es que este palacio, ubicado en el centro de la fortificada Zona Verde de la capital iraquí, ha sido en el último siglo mansión de reyes, oficina de dictadores, sede de la embajada estadounidense y lugar de trabajo de las autoridades iraquíes actuales.
"Cuando yo era pequeño lo conocíamos simplemente como el palacio de Saddam", recordó en declaraciones a Efe Ahmad, un funcionario del Ministerio iraquí de Exteriores, mientras observaba hoy los preparativos para la cumbre de mañana.
"Durante la república se construyeron más edificios dentro del complejo palaciego y Saddam, en la década de los noventa, lo amplió", dijo Ahmad, que manifestó desconocer si el dictador durmió alguna vez en el edificio.
En esa época, la de las sanciones internacionales y el embargo, Saddam Husein construyó más de 180 palacios por todo Irak, "todos los días cambiaba de ubicación, así que nadie sabía dónde dormía", agregó.
El palacio es un oasis de palmeras junto al mítico río Tigris, con una piscina en forma de riñón, y fue construido por el último rey de Irak, Faisal (1939-1958), tras cuya muerte fue utilizado por los sucesivos líderes republicanos.
Si hay algo que caracteriza al edificio de dos plantas es la cúpula de color turquesa, que destaca en su exterior austero, y bajo la que se reunirán los líderes árabes.
En el interior, un rico artesonado con motivos vegetales e islámicos decora pasillos y salas, por donde hoy transitan dirigentes políticos, periodistas y efectivos de los servicios de seguridad.
La lujosa sala de reuniones, donde tendrá lugar la cumbre, acoge hoy a los ministros árabes de Exteriores, pero no es difícil imaginar a Saddam despachando los asuntos del país, ya que empleaba el palacio como lugar de trabajo y para recibir a mandatarios extranjeros.
"Lo usaba para sus reuniones con el Gabinete, era su oficina", explicó a Efe el periodista iraquí Abdulwahid Touma.
Sin embargo, con la invasión estadounidense de marzo de 2003 y el consiguiente derrocamiento de Saddam, el palacio pasó a manos de EEUU.
Las fuerzas de la coalición multinacional lo emplearon como base de operaciones y de comunicaciones y el entonces administrador civil para Irak, el estadounidense Paul Bremmer, trabajó allí.
"Cuando los estadounidenses entraron en 2003, el palacio se quedó vacío durante un tiempo al principio, porque algunos guardias murieron y el resto huyó", recordó Ahmad.
Más tarde, durante la ocupación, el edificio pasó a convertirse en sede de la embajada estadounidense hasta que en 2009 fue recuperado por las autoridades iraquíes, después de que EEUU les entregara su control.
En la actualidad, el palacio ha vuelto a su antigua función y sirve de sede gubernamental para las autoridades locales: El primer ministro, Nuri al Maliki, lo emplea para recibir a dignatarios y mantener reuniones con el Gobierno.
Resulta imposible saber qué le deparará el futuro a este palacio, testigo en menos de un siglo de los tumultuosos cambios sucedidos en Irak, que ahora se enfrenta al reto de la reconstrucción tras la guerra y la división entre las fuerzas políticas actuales.
EFE
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