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Dos camareros sordos dan vida a un restaurante en el corazón de Manila

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En Le Mitre, un restaurante en pleno corazón histórico de Manila, una de las zonas más turísticas de la ciudad, se demuestra contra todo pronóstico que sí es posible.

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Sufrir de sordera y ser camarero es, a primera vista, algo completamente incompatible, hasta de chiste dirían algunos, porque ¿cómo va a servir mesas alguien que no puede oír a sus clientes?

En Le Mitre, un restaurante en pleno corazón histórico de Manila, una de las zonas más turísticas de la ciudad, se demuestra contra todo pronóstico que sí es posible.

Natzali González, sordo de nacimiento, y Jean Joseph Viriña, que perdió la audición gradualmente cuando era un niño, trabajan desde hace tres años sirviendo a los clientes del establecimiento con verdadera dedicación.

"No sólo lo hacen igual de bien que el resto de sus compañeros, que no tienen ningún tipo de discapacidad, si no que muchas veces lo hacen mejor", asegura orgullosa la dueña del restaurante, Elvira Yap Go.

Elvira explica que abrió su negocio con la idea de crear un lugar en el que poder brindar igualdad de oportunidades a personas discapacitadas, a la vez que confiesa estar sorprendida con el nivel de aceptación que ha tenido Le Mitre, que abrió sus puertas en 2010.

"La idea era muy innovadora, y la verdad es que nunca pensamos que fuera a durar tanto el proyecto, pero así ha sido", apunta la empresaria.

Esta emprendedora podría estar hablando durante horas de sus dos camareros sordos, y de la influencia que tiene no sólo en el nivel de satisfacción de su clientela, sino la cercanía y el buen ambiente de trabajo que propician con su presencia.

Según Elvira, el hecho de padecer sordera les ha permitido desarrollar una sensibilidad especial que les ha llevado a ser extremadamente atentos con los clientes.

"Captan cada pequeño gesto de los comensales y lo interpretan a la perfección. Es increíble, ¡a veces parece que les leyeran la mente!", exclama ilusionada.

Su entrega ha llevado a que algunos los clientes exijan que sean Natzali y Jean Joseph, conocido entre sus compañeros como JJ, los que les anoten el pedido también, en lugar de servir sólo la comida.

Los clientes simplemente señalan en la carta lo que quieren e indican la cantidad, explica con amabilidad el personal del establecimiento.

Sin embargo, no siempre fue todo tan sencillo y armonioso en Le Mitre.

Los inicios fueron duros, hasta que el resto de la plantilla del restaurante adquirió un nivel básico del lenguaje de signos.

"Mis primeros días en este trabajo fueron de los peores que he vivido", gesticula Jean Joseph, de 25 años, a su compañero Jean Patrick Arevalo, el interprete improvisado durante la entrevista, que intenta, no sin cierta dificultad, traducir sus signos.

Para sus colegas también fue complicado, sobre todo para los que, como Angelique Vayani, compañera de cocina, vivieron todo el proceso desde el inicio.

"Por supuesto que fue difícil, tuvimos que ir muy poco a poco, pero la realidad es que todo ese proceso nos sirvió también para crear un vínculo muy profundo entre nosotros", relata la cocinera.

A pesar de los obstáculos iniciales, Vayani no ve más que ventajas en el hecho de tener compañeros sordos.

"Se aprende mucho de ellos, como que nunca debes rendirte, por muchas cosas que tengas en tu contra. Me hace darme cuenta de la suerte que tengo, y también me hace querer dar lo mejor de mí misma, como hacen ellos", manifiesta la chef.

La dueña de Le Mitre confiesa que en el pasado tuvo problemas con camareros sordos que no cumplían con su obligación, pero tiene muy claro que su restaurante no es una obra de caridad, si no un instrumento para "dar igualdad de oportunidades a la gente y para transmitir esperanza".

"Ellos tienen sus discapacidades, claro, pero eso no es una excusa para que no hagan su trabajo perfectamente", dice la dueña con rotundidad, "tenemos muy claro que queremos ayudarles, pero tampoco podemos hacerlo si ellos no se ayudan a sí mismos".

Tres años después de emprender su aventura como camarero, JJ expresa que no podría estar más contento, y que este trabajo le ha brindado "la oportunidad de llevar una vida normal", que tantos otros como él no han podido.

"Trabajar sirviendo mesas aquí, donde además me tratan con igualdad y amabilidad, me permite mantener a mi mujer y a mis dos hijos, y eso para mí es lo más importante", puntualiza el camarero.

EFE

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