El "Kwanzaa" tiene su propio Papá Noel: "Nia Umoja", un cuentacuentos que narra leyendas africanas. Los regalos siguen siendo asunto del hombre de la barba blanca.
Cuando las luces de Navidad se apagan y el año nuevo se acerca, muchos afroamericanos festejan el "Kwanzaa", una desconocida celebración de la cultura negra que no termina de revivir pese a los esfuerzos de muchos.
La fiesta más familiar es la Navidad y la más sonada la Nochevieja, pero para millones de familias negras de Estados Unidos, el día más esperado es el 26 de diciembre, cuando desempolvan un ancho candelabro y colocan tres velas verdes a la izquierda, tres rojas a la derecha y una negra en el centro.
Cada mañana, hasta el 1 de enero, encenderán una de ellas, hasta hacer brillar los siete cirios que representan los siete principios del "Kwanzaa", una fiesta creada en 1966 por el profesor y activista negro Malulana Karenga.
La tradición, cuyo sonoro nombre proviene del swahili "primeros frutos", ha tratado de reavivar, durante más de 40 años, el sentimiento de comunidad de los negros del país en torno a sus raíces y la cultura de África.
Sin embargo, cada vez son menos los niños afroamericanos que escuchan las historias de sus padres sobre el significado de las siete velas y sobre aquel continente lejano del que vinieron sus ancestros.
Según Keith Mayes, autor de un libro sobre la celebración, unos 2 millones de estadounidenses festejan hoy el "Kwanzaa", una proporción muy pequeña comparada con los 40 millones registrados en el censo como afroamericanos.
No es un secreto para nadie, ni siquiera para sus más acérrimos seguidores, que la tradición vivió su esplendor durante sus dos primeras décadas, y que, desde entonces, los niveles de participación han caído sustancialmente.
La clave del éxito estaba en el movimiento de liberación negra que tomó fuerza en la década de los sesenta, y que sirvió como motor a la celebración, creada expresamente para reforzar la identidad de una comunidad deseosa de progreso.
Pero esa agitación se fue debilitando y, una vez que la Navidad retomó su papel estelar en el calendario de diciembre, la decadencia fue inevitable.
El profundo desconocimiento de la tradición a nivel mundial se refleja en el documental de 2008 "The Black Candle", dirigido por M. K. Asante Jr.
"Cuando pregunté a los jóvenes de EEUU, África, Europa y el Caribe si sabían lo que era el "Kwanzaa", las respuestas iban desde "Es la Navidad" o "algo relacionado con el amor" hasta "no tengo ni idea, ¿qué es?", explica Asante en la cinta.
Ese declive tampoco se arreglará con una Casa Blanca decorada de verde, negro y rojo en las primeras navidades que Barack Obama pase allí: según la mansión presidencial, la familia del mandatario, cuyo padre era keniano, no celebra el "Kwanzaa", y sólo emitirá, previsiblemente, un mensaje escrito de simpatía por la tradición.
Obama no es el único afroamericano orgulloso de sus raíces que no abraza la tradición: millones de negros se negaron a celebrarla incluso cuando se puso de moda, indignados por su carácter pagano o por la controvertida figura de Karenga, su creador, un radical ex convicto.
Cuando el "Kwanzaa" aún era joven, Karenga solía promocionarlo como una alternativa a la Navidad, calificando el cristianismo de religión blanca e instando a los negros a rechazarla.
No obstante, la celebración fue cambiando a medida que adquiría más adeptos, y sus promotores se esmeran hoy en subrayar que no se trata de una tradición religiosa, sino cultural, y no es, por lo tanto, incompatible con la Navidad o el "Hannukah" judío.
Compita o no con la Navidad, el "Kwanzaa" tiene su propio Papá Noel: "Nia Umoja", un cuentacuentos que narra leyendas africanas. Los regalos, en cambio, siguen siendo asunto del hombre de la barba blanca y el abrigo rojo.
Cuando se enciende la última vela, comienza el esperado "karamu", un opíparo festín de año nuevo que honra la memoria de los antepasados anteriores a los esclavos, los que aún vivían en comunidades dominadas por la selva y el sol.
Es entonces, con la exuberante gastronomía africana y el irresistible son de los ritmos del continente, cuando llega, probablemente, la razón más poderosa para celebrar el "Kwanzaa". EFE
La fiesta más familiar es la Navidad y la más sonada la Nochevieja, pero para millones de familias negras de Estados Unidos, el día más esperado es el 26 de diciembre, cuando desempolvan un ancho candelabro y colocan tres velas verdes a la izquierda, tres rojas a la derecha y una negra en el centro.
Cada mañana, hasta el 1 de enero, encenderán una de ellas, hasta hacer brillar los siete cirios que representan los siete principios del "Kwanzaa", una fiesta creada en 1966 por el profesor y activista negro Malulana Karenga.
La tradición, cuyo sonoro nombre proviene del swahili "primeros frutos", ha tratado de reavivar, durante más de 40 años, el sentimiento de comunidad de los negros del país en torno a sus raíces y la cultura de África.
Sin embargo, cada vez son menos los niños afroamericanos que escuchan las historias de sus padres sobre el significado de las siete velas y sobre aquel continente lejano del que vinieron sus ancestros.
Según Keith Mayes, autor de un libro sobre la celebración, unos 2 millones de estadounidenses festejan hoy el "Kwanzaa", una proporción muy pequeña comparada con los 40 millones registrados en el censo como afroamericanos.
No es un secreto para nadie, ni siquiera para sus más acérrimos seguidores, que la tradición vivió su esplendor durante sus dos primeras décadas, y que, desde entonces, los niveles de participación han caído sustancialmente.
La clave del éxito estaba en el movimiento de liberación negra que tomó fuerza en la década de los sesenta, y que sirvió como motor a la celebración, creada expresamente para reforzar la identidad de una comunidad deseosa de progreso.
Pero esa agitación se fue debilitando y, una vez que la Navidad retomó su papel estelar en el calendario de diciembre, la decadencia fue inevitable.
El profundo desconocimiento de la tradición a nivel mundial se refleja en el documental de 2008 "The Black Candle", dirigido por M. K. Asante Jr.
"Cuando pregunté a los jóvenes de EEUU, África, Europa y el Caribe si sabían lo que era el "Kwanzaa", las respuestas iban desde "Es la Navidad" o "algo relacionado con el amor" hasta "no tengo ni idea, ¿qué es?", explica Asante en la cinta.
Ese declive tampoco se arreglará con una Casa Blanca decorada de verde, negro y rojo en las primeras navidades que Barack Obama pase allí: según la mansión presidencial, la familia del mandatario, cuyo padre era keniano, no celebra el "Kwanzaa", y sólo emitirá, previsiblemente, un mensaje escrito de simpatía por la tradición.
Obama no es el único afroamericano orgulloso de sus raíces que no abraza la tradición: millones de negros se negaron a celebrarla incluso cuando se puso de moda, indignados por su carácter pagano o por la controvertida figura de Karenga, su creador, un radical ex convicto.
Cuando el "Kwanzaa" aún era joven, Karenga solía promocionarlo como una alternativa a la Navidad, calificando el cristianismo de religión blanca e instando a los negros a rechazarla.
No obstante, la celebración fue cambiando a medida que adquiría más adeptos, y sus promotores se esmeran hoy en subrayar que no se trata de una tradición religiosa, sino cultural, y no es, por lo tanto, incompatible con la Navidad o el "Hannukah" judío.
Compita o no con la Navidad, el "Kwanzaa" tiene su propio Papá Noel: "Nia Umoja", un cuentacuentos que narra leyendas africanas. Los regalos, en cambio, siguen siendo asunto del hombre de la barba blanca y el abrigo rojo.
Cuando se enciende la última vela, comienza el esperado "karamu", un opíparo festín de año nuevo que honra la memoria de los antepasados anteriores a los esclavos, los que aún vivían en comunidades dominadas por la selva y el sol.
Es entonces, con la exuberante gastronomía africana y el irresistible son de los ritmos del continente, cuando llega, probablemente, la razón más poderosa para celebrar el "Kwanzaa". EFE
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