En este territorio semidesértico viven 9.000 colonos y 56.000 palestinos. La mayoría no cuenta con agua y la electricidad es de baja potencia, una realidad que podría empeorar de desatarse una guerra.
Abed Kasab tiene la mala suerte de ser palestino en el Valle del Jordán, un inhóspito pedazo de Cisjordania que Israel se está anexionando de facto como cinturón de seguridad en la frontera con Jordania.
"En Yiftlik no hay una sola casa construida con permiso israelí. Los pedíamos y la respuesta era siempre que es zona militar (...) La gente ya ni lo pide porque conoce la respuesta", explica Kasab, alcalde de esta localidad de 5.000 habitantes al norte de Jericó.
Aquí, la electricidad es de baja potencia, robada de los cables que la llevan a los asentamientos judíos cercanos; la red fija de teléfono, una quimera; las demoliciones de hogares, una continua espada de Damocles; y el agua, un bien preciado que pasa de largo en cañerías rumbo a las colonias.
Es la realidad diaria del Valle del Jordán, un territorio semidesértico que ocupa casi un tercio de Cisjordania y en el que viven 9.000 colonos y 56.000 palestinos.
Su nada divina "maldición" es que tiene un 90% de superficie en zona C: la parte mayoritaria de Cisjordania en la que Israel controla la seguridad y la planificación administrativa, de acuerdo a la división establecida en los Acuerdos de Oslo y que debería haber acabado en 1999 con la creación de un Estado palestino.
Fasayel, aldea palestina en la que el Ejército israelí echó abajo hace dos meses 21 estructuras, tiene la peculiaridad de que 800 de sus vecinos viven en zona B, donde la Autoridad Nacional Palestina (ANP) supervisa la edificación, y 400 en zona C.
"En zona B construimos como queremos. En zona C lo hacemos sin techo para que no sea considerada residencia permanente y la destruyan", explica su alcalde, Ibrahim Ibayat.
Su principal problema es la falta de agua, con zonas con una disponibilidad similar al de campos de refugiados de Sudán y Congo, mientras que los 9.000 colonos usan una cuarta parte del total que consumen los 2,5 millones de palestinos de Cisjordania, según el informe "Separados y Desiguales" de Human Rights Watch.
"Tenemos un flujo de agua muy débil y dos tuberías antiguas. En una hora se nos ha acabado. Nuestros hijos que trabajan en los asentamientos nos cuentan que allá tienen todo el agua que quieren", asegura Ibayat.
En Yiftlik, dice Kasab, se cultivaban plátanos en los ochenta, pero "por la falta de agua nadie planta nada ahora".
El poblado palidece frente a Hamra, Argamán, Mejorá o Masuá, los asentamientos judíos que la rodean y cuya historia se remonta cuatro décadas atrás. En la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel tomó Jerusalén Este, Cisjordania, el Golán, Gaza y el Sinaí, los dos últimos hoy evacuados de colonos y soldados.
Casi de la noche a la mañana, Israel triplicó la superficie bajo su control. En las semanas que siguieron a la rotunda victoria y en medio de un fervor patriótico sin precedentes, sus políticos discrepaban sobre cómo digerir tamaña comilona territorial.
El ministro Igal Alón esbozó entonces un plan que suponía la devolución parcial de Cisjordania, ya entonces sin el Valle del Jordán, en una muestra de la importancia estratégica que Israel dio desde muy pronto a crear una suerte de cinturón defensivo en el este.
Una concepción mantenida por todos los Gobiernos israelíes y reforzada por el actual de Benjamín Netanyahu, que ha dejado claro que Israel nunca se retirará por completo de esa franja en caso de acuerdo de paz con los palestinos, en un enfoque de seguridad que algunos analistas consideran anquilosado.
En 2009, definió los asentamientos del área "prioridad nacional", lo que les supone jugosos subsidios que se suman a los que ya obtienen para promover la colonización.
Un documento militar interno dado a conocer hace tres semanas revela además una política preparatoria de construcción en asentamientos del Valle basada en la asunción de que siempre quedará en manos de Israel.
Todo esto ocurre lejos de los grandes centros de población israelíes lo que, sumado a décadas de discursos sobre seguridad, seguridad y seguridad, han hecho que el 64% de judíos israelíes desconozca que el Valle del Jordán es territorio ocupado, según un sondeo de la Asociación para los Derechos Civiles de Israel.
David Hayiani, líder del consejo de asentamientos del Valle del Jordán, justifica su presencia en tierra ajena con una mezcla de argumentos castrenses ("un Ejército necesita la presencia de civiles") y de soberanía ("nos avergüenza decir que es nuestro y por eso hablamos de seguridad").
Su imagen secular y su discurso sin pretensiones, típicos de los primeros colonos laboristas en la zona, dista por completo de los de los fundamentalistas que pueblan armados los altos de Cisjordania o el corazón de Hebrón.
"Ahora hay paz, pero en cinco, veinte o cuarenta años algo puede fallar", indica. "Los judíos hemos pasado un Holocausto y no podemos permitir que haya un segundo". EFE
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