Jesús fue un profesional del corazón que enseña vida y que sana los corazones. Eso es lo que la gente admira en él. Es lo que hace que su fama se extienda por todas partes.
Hay demasiados maestros de las ideas y de las ideologías.
Hay demasiados maestros de la tecnología.
Hay maestros con demasiados títulos de licenciados y doctorados.
Hay demasiados maestros con esos diplomas de “Master”.
Y ¿cómo no? Abundan los Doctores “Honoris causa”.
Demasiados maestros a los que pudiéramos empapelar con tanto papel diplomado.
Jesús no tenía ningún Doctorado en la Ley.
Jesús no tenía ningún Master en cuestiones del Templo.
No era un letrado. No era un perito a quien consultar sobre la Ley.
Jesús era sencillamente eso “Jesús”.
Era El mismo. Su único título era su verdad, su honestidad, su bondad, su capacidad de sanar el dolor del que sufre y liberarlo de los malos espíritus que lo esclavizaban.
Era la identidad de sí mismo en una sola pieza: la identidad entre lo que decía y hacía, entre lo que era y lo que enseñaba.
Jesús era un “profesional de la vida”, un “maestro de la vida humana digna”.
No había estudiado en más universidad:
Que la universidad de la vida.
Que la universidad del que sufre.
Que la universidad del hombre.
Que la universidad del amor al hombre.
Que la universidad de la libertad de espíritu para quebrantar el sábado cuando el hombre le necesitaba.
Que la universidad del amor.
Por eso su “enseñar con autoridad era nuevo”.
No era la enseñanza de repetir lo que otros dicen.
No era la enseñanza de repetir lo que se lee en los libros.
No era la enseñanza aprendida en la escuela de un profesor especializado.
Por eso era un enseñar nuevo, diferente al de los escribas, de los que algún día dirá “que hagan lo que dicen pero no lo que hacen, porque no hacen lo que dicen”.
La verdadera autoridad residía en su persona, en su vida.
Su pensamiento era expresión de su vida.
Su vida era expresión de su pensamiento.
Su pensamiento era expresión de lo que hacía.
Y lo que hacía era expresión de su pensamiento.
Jesús era un “profesional del ser”. Y por eso, era también un profesional “de la vida”.
Abundan los libros. Escasean los testigos de la vida.
Abundan los maestros. Escasean los testigos.
Abundan los especialistas. Escasea la vida.
Abundan los que nos imparten ideas. Escasean los que nos regalen una vida nueva.
Abundan los profesionales de la teología y de las leyes.
Hasta abundan los profesionales en la Palabra de Dios.
Pero escasean los que con sus vidas sean los mejores “exegetas” de la Biblia.
Y el hombre de hoy lo que necesita es de profesionales que:
Les den razones para vivir.
Les den razones para la esperanza.
Les den razones para amar.
Les den razones para aprender a ser personas, para ser hombres y mujeres.
Les den razones para vivir una vida plena, sin esos “espíritus malignos” que les atormentan cada día y les hacen vivir una vida a medias.
Un amigo mío que estaba escuchando una homilía, exclamó: “naufragio de ideas en un mar de palabras”. Que si lo traducimos de otra manera pudiéramos decir:
“naufragio de la vida en un mar de ideas”.
“naufragio del hombre en un mar de leyes y prohibiciones”.
“naufragio del hombre en un mar de predicaciones sin vida”.
Jesús no tiene la “autoridad del poder”, sino “el poder de su autoridad moral”.
No tiene la autoridad de la fuerza que domina, se impone y aplasta.
Jesús tiene el poder de la autoridad que le da su persona, sus valores, su libertad.
Su sola presencia le hace creíble. Su actuar le hace creíble.
Porque Jesús no es el “profesional de las ideas” sino el “profesional de la vida”.
El profesional del corazón. El profesional que enseña vida. El profesional que sana los corazones. Que sana los cuerpos y las almas. “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Por eso “su enseñar es nuevo”. Es lo que la gente admira en él. Es lo que hace que su fama se extienda por todas partes.
La Iglesia necesita:
De Obispos que hablen con su vida más que con sus documentos.
De sacerdotes que hablen, más que con sus palabras, con sus vidas.
De educadores que hablen, más que con sus enseñanzas, con el testimonio de sus vidas.
De catequistas que hablen, más que de lo saben, con la experiencia de sus vidas.
De padres de familia que hablen, más que con su autoridad, con su autenticidad.
“Hombres y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el sentido último de todo”. (Pagola) Hombres y mujeres que amen la vida, proclamen la vida, hagan vivir el gozo y la alegría de la vida.
Clemente Sobrado C.P.
www.iglesiaquecamina.com
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Club Amigos de la Esperanza.
Tenemos que ser luz para los que no ven.
Tenemos que llevar una esperanza a quienes ya la han perdido.
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