Las famosas y concurridas playas de la costa sur de Bali ofrecen una estampa insólita, convertidas en un desierto sin el habitual panorama de turistas.
La bulliciosa isla indonesia de Bali celebra hoy la llegada del Año Nuevo hindú sumergida en una jornada de absoluto silencio en la que hablar, comer, encender la luz, viajar y hacer el amor están terminantemente prohibidos.
Las famosas y concurridas playas de la costa sur de Bali, epicentro del turismo indonesio, ofrecen una estampa insólita, convertidas en un desierto sin el habitual panorama de turistas, sombrillas, hamacas y vendedores ambulantes.
A su alrededor, las calles permanecen sumidas en un silencio sepulcral, vacías como un escenario de cartón piedra, sin coches ni veraneantes, con todos los comercios y restaurantes cerrados a cal y canto.
"El silencio implica la emergencia de una nueva existencia y la alcanza el que ha sabido liberarse de todos los lazos terrenales", explica el estudioso hinduista Nyoman Sugi Lanus.
Esos vínculos que han de romperse durante el "Nyepi", la víspera del año nuevo, se resumen en cuatro mandamientos: no encender luces, no trabajar, no buscar entretenimiento o placer y no viajar, aunque la mayoría se obliga asimismo a la abstención, la castidad y el mutismo.
Para hacer cumplir esta normas de una de las festividades más importantes del calendario balinés, un puñado de "pecalang", guardianes religiosos, patrullan las calles con un tradicional traje negro y patente cara de pocos amigos.
Estos vigilantes obligan a cumplir los preceptos del "Nyepi", que coincide con la luna nueva, a todas las personas, independientemente de que profesen o no el hinduismo, que sean indonesios o extranjeros.
A lo único que han accedido los balineses es a que los miles de turistas foráneos que hoy se encuentran allí puedan hacer "vida normal" dentro de los hoteles y complejos residenciales, habitualmente dotados de zonas ajardinadas, restaurantes y piscinas privadas.
Pero si se aventuran a salir a las calles, además de no encontrar una sola cafetería o tienda de recuerdos abierta, serán reprendidos severamente por los "pecalang".
El parón es tal que la compañía eléctrica estatal PLN prevé una reducción del consumo del 80 por ciento y el ahorro de más de 600.000 dólares (435.000 euros).
De hecho, hasta el aeropuerto internacional de Ngurah Rai, el más transitado de Indonesia con nueve de millones de viajeros al año, cierra sus puertas, lo que ha provocado quejas y polémicas recurrentes.
Tan sólo se permite circular a las ambulancias que transportan enfermos graves y a mujeres a punto de dar a luz.
Los hindúes consideran que el "sunia", el silencio absoluto de esta jornada, es un paso hacia la plenitud espiritual.
Además, la tradición mantiene que el mutismo, la paz, el sosiego confundirá a los malos espíritus, les hará creer que los humanos han abandonado la isla y les inducirá a marcharse, lo que permitirá un próspero y feliz nuevo año.
El sigilo de esta jornada, que ha de cumplirse desde las seis de la mañana y hasta las seis de la mañana del día siguiente, está precedido por una ruidosa tarde de rituales tradicionales.
Uno de los momentos clave es la quema de los ogoh-ogoh, unas figuras de cartón y madera que representan monstruos y demonios a las que se prende fuego al anochecer en una dramática ceremonia de exorcismo.
El hinduismo es la religión mayoritaria de los cerca de cuatro millones de indonesios que habitan en Bali, pero en el conjunto de Indonesia apenas suponen el 5 por ciento de la población.
Indonesia es el país con la mayor comunidad musulmana del mundo, con más de 200 millones de fieles o el 85 por ciento de su ciudadanía.
-EFE
Las famosas y concurridas playas de la costa sur de Bali, epicentro del turismo indonesio, ofrecen una estampa insólita, convertidas en un desierto sin el habitual panorama de turistas, sombrillas, hamacas y vendedores ambulantes.
A su alrededor, las calles permanecen sumidas en un silencio sepulcral, vacías como un escenario de cartón piedra, sin coches ni veraneantes, con todos los comercios y restaurantes cerrados a cal y canto.
"El silencio implica la emergencia de una nueva existencia y la alcanza el que ha sabido liberarse de todos los lazos terrenales", explica el estudioso hinduista Nyoman Sugi Lanus.
Esos vínculos que han de romperse durante el "Nyepi", la víspera del año nuevo, se resumen en cuatro mandamientos: no encender luces, no trabajar, no buscar entretenimiento o placer y no viajar, aunque la mayoría se obliga asimismo a la abstención, la castidad y el mutismo.
Para hacer cumplir esta normas de una de las festividades más importantes del calendario balinés, un puñado de "pecalang", guardianes religiosos, patrullan las calles con un tradicional traje negro y patente cara de pocos amigos.
Estos vigilantes obligan a cumplir los preceptos del "Nyepi", que coincide con la luna nueva, a todas las personas, independientemente de que profesen o no el hinduismo, que sean indonesios o extranjeros.
A lo único que han accedido los balineses es a que los miles de turistas foráneos que hoy se encuentran allí puedan hacer "vida normal" dentro de los hoteles y complejos residenciales, habitualmente dotados de zonas ajardinadas, restaurantes y piscinas privadas.
Pero si se aventuran a salir a las calles, además de no encontrar una sola cafetería o tienda de recuerdos abierta, serán reprendidos severamente por los "pecalang".
El parón es tal que la compañía eléctrica estatal PLN prevé una reducción del consumo del 80 por ciento y el ahorro de más de 600.000 dólares (435.000 euros).
De hecho, hasta el aeropuerto internacional de Ngurah Rai, el más transitado de Indonesia con nueve de millones de viajeros al año, cierra sus puertas, lo que ha provocado quejas y polémicas recurrentes.
Tan sólo se permite circular a las ambulancias que transportan enfermos graves y a mujeres a punto de dar a luz.
Los hindúes consideran que el "sunia", el silencio absoluto de esta jornada, es un paso hacia la plenitud espiritual.
Además, la tradición mantiene que el mutismo, la paz, el sosiego confundirá a los malos espíritus, les hará creer que los humanos han abandonado la isla y les inducirá a marcharse, lo que permitirá un próspero y feliz nuevo año.
El sigilo de esta jornada, que ha de cumplirse desde las seis de la mañana y hasta las seis de la mañana del día siguiente, está precedido por una ruidosa tarde de rituales tradicionales.
Uno de los momentos clave es la quema de los ogoh-ogoh, unas figuras de cartón y madera que representan monstruos y demonios a las que se prende fuego al anochecer en una dramática ceremonia de exorcismo.
El hinduismo es la religión mayoritaria de los cerca de cuatro millones de indonesios que habitan en Bali, pero en el conjunto de Indonesia apenas suponen el 5 por ciento de la población.
Indonesia es el país con la mayor comunidad musulmana del mundo, con más de 200 millones de fieles o el 85 por ciento de su ciudadanía.
-EFE
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