Dos estudios publicados en las últimas semanas han puesto de manifiesto la importancia de factores de índole emocional a la hora de conformar la actitud de la ciudadanía y el cumplimiento de las normas o recomendaciones; y también, por tanto, el modo en que las autoridades pueden incidir en ello.
Se cumplen estos días dos años desde que se decretase el confinamiento. Durante este periodo, las autoridades han tomado medidas diversas para controlar la extensión de la pandemia de covid-19 o para limitar sus efectos sobre la población.
Unas medidas han sido farmacológicas, como la administración de vacunas, y otras, no farmacológicas, como la obligatoriedad de uso de mascarillas en diferentes instancias, las restricciones a la movilidad, las cuarentenas y otras limitaciones de derechos y libertades.
La eficacia de esas medidas ha dependido, en gran parte al menos, del comportamiento de la gente, de su disposición para hacer lo que las autoridades han ordenado o aconsejado. La disposición de las personas a modificar hábitos, a incorporar rutinas nuevas y a cambiar el comportamiento es importante cuando se trata de controlar una pandemia, porque ello afecta al modo en que se relacionan.
Es previsible, por tanto, que si la ciudadanía interioriza los cambios que se le proponen, si actúa como se le indica, la incidencia de la pandemia, así como la letalidad, serán inferiores a como lo serían si no lo hace.
Dos estudios publicados en las últimas semanas han puesto de manifiesto la importancia de factores de índole emocional a la hora de conformar la actitud de la ciudadanía y el cumplimiento de las normas o recomendaciones; y también, por tanto, el modo en que las autoridades pueden incidir en ello.
Más confianza, menos infección
En el primer estudio se analizaron datos procedentes de 177 países, correspondientes al periodo comprendido entre el 1 de enero de 2020 y el 30 de septiembre de 2021. En él se ha observado que las tasas de infección fueron menores cuanto mayor era la confianza de la gente en el gobierno y en los demás, y cuanto menor era la corrupción gubernamental.
Cuando se confía en el Gobierno, las personas se muestran más dispuestas a modificar su comportamiento porque así se les indica, y cuando se confía en los otros miembros de la comunidad, lo hacen porque están convencidas de que ellos harán lo propio. Nos referimos a los comportamientos que se han mostrado más efectivos para limitar los contagios y también a la disposición a vacunarse. Hay ahí una reciprocidad implícita, espontánea, en las relaciones de confianza.
Por otro lado, en los países con menores niveles de corrupción también se siguieron en mayor medida las indicaciones de las autoridades para limitar la movilidad.
Esperanza contra la fatiga pandémica
En un segundo estudio, este de carácter experimental, se analizó el efecto del tono de los mensajes dirigidos a la población por las autoridades para motivar la adopción de comportamientos prudentes, que minimizasen el riesgo de contagios en un momento crítico del desarrollo de la pandemia. Fue en el invierno de 2021: entre la aparición de la variante alfa (más infecciosa) y la administración de las primeras vacunas contra la covid-19.
La aparición de la nueva variante hizo necesaria la adopción por la ciudadanía de nuevas medidas de protección, en un momento en el que se había acumulado mucha tensión a causa de la fatiga pandémica. Ya no tenía sentido invocar la necesidad de “aplanar la curva” que había resultado tan útil a comienzo de la pandemia. Fue entonces cuando se realizó el experimento, comparando el efecto de recurrir a mensajes de esperanza, miedo o neutros.
Los mensajes de esperanza aumentaron la percepción por el público de que las variantes más infecciosas eran una amenaza para la salud y la motivación para hacer suyas las directrices de las autoridades sanitarias; la gente comprendía mejor la forma de superar la pandemia de manera segura y por qué se necesitaban medidas más severas.
En definitiva, en una fase de la pandemia con mucho cansancio acumulado, el mensaje de esperanza fue más efectivo para motivar una mayor adhesión a las pautas de salud y facilitó una mejor comprensión pública de la situación pandémica, que un enfoque centrado en la amenaza y el miedo a la nueva variante más infecciosa.
La relevancia de los factores emocionales
Los dos estudios citados pusieron, pues, de relieve la importancia de factores emocionales, factores cuya incidencia se verifica en planos temporales diferentes.
Tenemos, por un lado, el plano a lo largo del cual actúan los mensajes. En pleno desarrollo de la pandemia es crucial acertar con su contenido y, como se ha visto aquí, con el tono de los mismos. Este elemento puede incidir sobre la evolución de la pandemia en plazos de tiempo relativamente breves.
Por otro lado, está el plano temporal en el que incide la confianza. Es este un sentimiento relativamente estable en las relaciones humanas. No obstante, a pesar de su estabilidad, se puede promover incluso en el marco de una crisis. En el contexto que nos interesa, los gobiernos pueden mantener o elevar la confianza del público si proporcionan información puntual y precisa acerca de la pandemia –incluso cuando tal información es limitada aún– comunicando con claridad los riesgos y vulnerabilidades relevantes.
El tercer plano corresponde a periodos de tiempo más prolongados aún. Porque la confianza también puede promoverse de forma eficaz en situaciones normales (en ausencia de crisis), mediante un esfuerzo sostenido en el tiempo. Los esfuerzos para mejorar la preparación para afrontar la próxima pandemia se podrían beneficiar mucho de mayores inversiones en capacitación para la comunicación de riesgos y en estrategias de compromiso comunitario orientadas a mejorar la confianza de la gente en las indicaciones de las autoridades sobre salud pública.
En definitiva, a tenor de las conclusiones obtenidas en los estudios citados, hay elementos de carácter emocional, como la esperanza y la confianza, cuya consideración y tratamiento cuidadoso por parte de las autoridades puede resultar clave a la hora de incidir de forma positiva en la evolución de una epidemia.
Los mensajes que se dirigen a la población son más efectivos cuando, sin minimizar la amenaza, se formulan con tono de esperanza, porque las visiones positivas (las botellas medio llenas) ayudan a enfrentarse a las crisis y son más útiles que las que pretenden meter miedo.
Por otro lado, debe cultivarse la confianza en las autoridades y en los demás. Porque la confianza es un recurso compartido que capacita a grupos de personas a hacer de forma colectiva lo que los individuos solos no pueden hacer. Se puede perder, pero también se puede ganar si se cultiva.
Tanto a la hora de emitir mensajes en tono esperanzado, como para fortalecer los sentimientos de confianza, es esencial la claridad y la transparencia en la información.
No basta con decir qué hay que hacer, es preciso explicarlo bien, a través de las plataformas adecuadas y modulado para sus destinatarios. Y, si es posible, lo deben explicar personas capacitadas para ello, que cuenten con la debida credibilidad. Difícilmente se conseguirá transmitir esperanza y confianza si quienes han de hacerlo no son capaces de inspirar esos sentimientos.
Por último, pero no por ello de menor importancia, en el contexto al que nos referimos, la comunicación científica adquiere especial relevancia, y debería ser considerada un mecanismo de inmunización social.
Ignacio López-Goñi, Catedrático de Microbiología, Universidad de Navarra and Juan Ignacio Pérez Iglesias, Presidente del Comité Asesor de The Conversation España. Catedrático de Fisiología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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