Ucranianos refugiados en Brasil narran como han vivido los últimos dos meses tras verse obligados a salir de su país por la invasión rusa, en la búsqueda de dejar atrás los horrores de la guerra.
"Si aún estuviéramos viviendo en aquella casa, mi hijo estaría estudiando en su habitación cuando un misil la alcanzó". Así describe la situación de su Ucrania natal Irina Vospitanyuk, quien desde hace dos meses intenta reconstruir la vida en Brasil y dejar atrás los horrores de la guerra.
Así como sucedió con millones de ucranianos, esta vendedora de 37 años tuvo que renunciar a su carrera, rutina y morada. Además, vio su familia fragmentarse de la noche a la mañana, ya que el Gobierno ucraniano prohibió que hombres entre 18 y 60 años dejaran el país y su marido no logró abandonar la región.
"Un pedazo mío se quedó allá con él. Extraño mucho a mi marido y no hay nada que pueda amenizar este dolor", cuenta en una entrevista con EFE.
Historias marcadas
Oriunda de la ciudad de Pokrovsk, en la región de Donetsk, Irina desembarcó en Brasil a finales de marzo con un grupo de 33 ucranianos, entre mujeres, niños, adolescentes y un único anciano, gracias a una red internacional de iglesias evangélicas, que les ofrece apartamentos gratuitos, donaciones y ayuda con los trámites legales para la permanencia en el país.
Desde entonces, ella comparte un piso en el municipio de Sao José dos Campos, en el interior del estado de Sao Paulo, con su hijo de 15 años, su madre, hermana y una tía, donde intentan superar los traumas del conflicto armado y ajustarse a una nueva vida en un país extraño.
"Una noche, hubo un bombardeo con varios misiles. Mi casa empezó a temblar, las paredes cayendo, las ventanas rompiéndose, no había donde escondernos. Fue cuando percibimos que no había otra opción sino dejar nuestro país", recuerda Irina.
En medio de la constante preocupación por sus seres queridos que siguen en el corazón de la guerra, la vendedora se dedica para aprender las costumbres locales e insertarse en la sociedad de su nuevo hogar.
Todas las tardes, ella y las demás refugiadas recién llegadas acuden a la primera planta de un céntrico edificio para tomar clases de portugués, impartidas por un profesor con el auxilio de una traductora.
Allí aprenden frases básicas, números, nombres de comida e informaciones útiles, pero también discuten entre risas las similitudes y diferencias entre Brasil y Ucrania.
"Lo más difícil en el inicio fue el clima, porque salimos de un frío intenso para un calor tropical, pero ahora ya nos vamos acostumbrando", bromea Olga Ponomarenko, de 41 años, quien cita también el "madrugador" horario de los brasileños.
"Les cuesta a los niños despertarse a las 6 de la mañana para irse a la escuela, pero les encanta tanto el colegio que nunca se retrasan", completa.
Viaje predestinado
Hasta ahora, Olga nunca había salido de Ucrania, pero aceptó mudarse a Brasil cuando "tres misiles explotaron muy cerca" de su casa.
"Fueron tres misiles disparados muy cerca de mi casa durante la madrugada, lanzaron muchas bombas en mi barrio y yo sabía que no aguantaríamos la próxima. Al día siguiente, simplemente abandonamos la casa", dice.
Ella logró dejar el país con dos de sus hijos, de 7 y 14 años, pero el tercero, que apenas acaba de cumplir 18 años, fue obligado a quedarse con su padre en territorio ucraniano.
Para atenuar la distancia, Olga realiza diariamente llamadas de vídeo con su marido e hijo mayor, una constante que se repite en todas las ocho familias que encontraron refugio en esta ciudad industrial brasileña.
Sanar heridas
Y es que, pese a los 10.000 kilómetros y el sinfín de incertidumbres que les separan de su tierra natal, poco a poco los refugiados empiezan a reconstruir sus vidas y superar las heridas abiertas por la guerra, que ya obligó que unos 10 millones de ucranianos dejaran su país, según la ONU.
"Ya me siento más segura, más confiada. Ya consigo salir sola y comprar cosas en el mercado. Puedo salir, andar y no hay bomba, misiles, nada de eso", remarca a Efe la enfermera Irina Shevchenko, quien se fue de Ucrania con sus dos hijos adolescentes después de que las casas de su barrio "fueron destruidas" y la ciudad "se quedara en escombros".
Pero a pesar de la "calurosa acogida" que recibieron, las tres mujeres comparten el deseo de volver a su país "lo más pronto posible", aunque saben que regresar no será así tan simple.
"Estamos rezando para que la guerra se termine pronto, pero en realidad esperamos tener un lugar para volver, porque no sabemos si será así", sentencia Olga
(Con información de EFE)
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