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Todas las historias que nos hacen conocer la historia

Hay muchas novelas que, sin ser catalogadas como históricas, nos presentan el fresco de un momento histórico que puebla nuestro imaginario colectivo.
Hay muchas novelas que, sin ser catalogadas como históricas, nos presentan el fresco de un momento histórico que puebla nuestro imaginario colectivo. | Fuente: Flickr

Nuestros conocimientos relativos a la historia tienen diversos afluentes y las novelas históricas nos hacen imaginar uno u otro periodo histórico.

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Roberto R. Aramayo, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)

Al igual que tantas otras cosas, la historia puede ser una materia muy árida o algo tremendamente ameno y sugestivo. Si la enfocamos como un conjunto de fechas y datos, focalizada en grandes gestas con sus correspondientes hazañas bélicas, es muy probable que no la frecuentemos.

Pero hay otras vías para despertar nuestra curiosidad histórica, como leer biografías y novelas históricas, entendidos ambos géneros en un sentido bastante amplio.

Las novelas históricas

Suele considerarse que las anécdotas no hacen categoría y, por lo tanto, ningún relato histórico puede ser tomado en serio si repara en las primeras. Pero las Historias de Heródoto, a quien se tiene por el primer historiador, son un repertorio de anécdotas recogidas durante sus viajes.

Algo similar cabe decir de las Vidas paralelas debidas a Plutarco, esas biografías comparadas de personajes griegos y romanos, bien trufadas de anécdotas, que tanto incidieron sobre pensadores tan influyentes para nuestra modernidad como Michel de Montaigne, que las cita con frecuencia en sus Ensayos, o Jean-Jacques Rousseau, quien las releyó desde su niñez hasta el final de sus días, según confiesa en sus Ensoñaciones de un paseante solitario.

Si queremos empaparnos de la historia de Roma, podemos acudir a las obras de Montesquieu, Edward Gibbon, Theodor Mommsen o Mary Beard y cotejar las fuentes originales. Pero en un primer momento, para estimular nuestro apetito, también podemos recrearnos con ese Yo Claudio de Robert Graves que dio lugar a una memorable serie televisiva o las bien documentadas novelas históricas de Colleen McCullough. Sin precisar traducciones, también podemos disfrutar las dos cautivadoras trilogías de Santiago Posteguillo.

Tercer volumen de una edición de 1727 de las Vidas paralelas de Plutarco, impresa por Jacob Tonson. Wikimedia Commons

Nuestros conocimientos relativos a la historia tienen diversos afluentes y las novelas históricas nos hacen imaginar uno u otro periodo histórico. En ocasiones la novela negra también contribuye a ello. En la sabrosa saga protagonizada por el comisario Gunther, Philip Kerr nos hace viajar en el tiempo hasta la República de Weimar y los avatares que la desmantelaron, al igual que las novelas de Volker Kutscher han inspirado la serie Babylon Berlin.

Las novelas que pasean por la historia

Ese mismo proceso lo propician ciertas obras literarias. El universo galdosiano consigue recrear toda una época, con sus impresionantes descripciones paisajísticas y su galería de personajes. No es necesario acudir a sus Episodios nacionales para familiarizarse con sucesos históricos. También lo conseguimos con Fortunata y Jacinta. Hay muchas novelas que, sin ser catalogadas como históricas, nos presentan el fresco de un momento histórico que puebla nuestro imaginario colectivo, como hace Nada, de Carmen Laforet.

Ilustración de El 19 de marzo y el 2 de mayo. Administración de La Guirnalda y Episodios Nacionales, 1882. Ilustraciones de los hermanos Mélida. Wikimedia Commons

Junto a las novelas que le dieron fama en su momento, Almudena Grandes nos ha dejado sus Episodios de una guerra interminable, donde se van desgranando distintas etapas de la Guerra Civil española, sus prolegómenos y sus postrimerías, con una exquisita documentación que respalda los escenarios geográficos y humanos de su ficción literaria. El tiempo entre costuras y Sira, de María Dueñas, pueden servir como complementos del mismo itinerario.

Acaba de salir una Enciclopedia Nazi contada para escépticos que, pese a su título, no es una obra de consulta y se deja leer de corrido, al combinar los géneros de la biografía y la novela histórica. Esta mixtura literaria tan propia de su autor, Juan Eslava Galán, resulta harto sugestiva, toda vez que tampoco deja de respaldarse con fuentes acreditadas, al no rehuir la faena de documentarse adecuadamente. Su libro anterior se titula La tentación del Caudillo, donde se profundiza en las complejas razones por las que España mantuvo durante la Segunda Guerra mundial una presunta neutralidad.

Ciñéndonos al capítulo de las biografías, autores como Stefan Zweig resultan sencillamente imprescindibles. En Fouché nos presenta magistralmente a un proteico personaje que sirvió al Directorio, convivió con Napoleón y sobrevivió bajo la Restauración. Todas las biografías de Zweig son portentosas, pero resulta especialmente recomendable aquella que retrata toda una época y es la biografía de toda su generación: El mundo de ayer.

Conocer el pasado es bueno para el futuro

En unos tiempos poco dados al sosiego que exige entender temas complejos con una lectura reposada, todo se resuelve con búsquedas en internet que marginan las fuentes primarias y obtienen resultados aleatorios. Conocer los acontecimientos históricos es algo imprescindible para comprender el presente y es una suerte contar con libros de divulgación histórica. Esta bibliografía no puede sustituir los procedimientos tradicionales de rastrear documentación acreditada que nos ayude a formarnos una opinión, pero desde luego nos incita a conocer más detalles al respecto.

Revisitar la historia permite comprender mejor los acontecimientos presentes. Junto a las biografías y las novelas históricas, disponemos de sus adaptaciones cinematográficas y algunas películas que se revelan oportunas. Por no hablar de documentales tan portentosos como Palabras para un fin del mundo, dedicado a cuanto presagió y rodeó la misteriosa muerte de Unamuno.

También la radio puede ayudarnos a bucear en las aguas del devenir histórico, tal como hacen programas como Documentos de RNE o Acontece que no es poco. Las anécdotas bien documentadas pueden servir de aliciente para profundizar en los hechos no alternativos. Familiarizarse con la historia previene de una dogmática negación de las evidencias.

Los negacionismos apuestan por un escepticismo absoluto, mientras que la ciencia se sirve del método escéptico para revisar constantemente sus mejores hipótesis de trabajo.The Conversation

Roberto R. Aramayo, Profesor de Investigación IFS-CSIC (GI TcP Etica, Epistemología y Sociedad). Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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