El sábado, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, informó las fuerzas ucranianas recuperaron el control de más de 60 asentamientos en la región de Jersón tras la retirada del ejército ruso.
Tras soportar más de ocho meses de ocupación de las fuerzas rusas en su pueblo, cerca de Jersón (Ucrania), Svetlana Galak tuvo "lágrimas de felicidad" cuando llegaron los soldados ucranianos para liberarlo.
"No sé cuándo llegaron los rusos (al pueblo), pero sólo sé una cosa, que ayer, o anteayer, vi a un soldado ucraniano y me sentí aliviada", explica, todavía emocionada, delante de su casa, a un periodista de la agencia de noticias AFP.
"Comprendimos que los rusos se habían ido porque nuestros soldados pasaban en coche", dice.
"Tuve lágrimas de felicidad, que finalmente Ucrania sea liberada", añade.
"Ayer les pregunté a nuestros soldados. ¿Ya es la victoria? ¿Podemos abrir el champán? Intentamos pensar de forma positiva", dice esta madre de 43 años, que perdió a su hija de 15 años en un bombardeo contra su localidad.
Pravdyne está situado a una veintena de kilómetros al noroeste de Jersón (sur), anexada por Moscú a finales de septiembre, y que había sido la primera gran ciudad en caer tras la invasión rusa iniciada en febrero. El viernes fue liberada, lo que supuso un duro revés para Rusia.
El pueblo, en medio de una llanura agrícola, tenía más de mil habitantes antes de la guerra. Actualmente quedan unos 180.
Varios edificios están destruidos, como la escuela, constató la AFP.
El sábado, voluntarios distribuían ayuda alimentaria en una furgoneta. Dos mujeres lloraban abrazadas.
Viktor Galak, de 44 años, el marido de Svetlana, explica los malos tratos que les infligieron los soldados rusos durante la ocupación.
Un día, cuando iba con un vecino a ver como estaba su madre, "los rusos nos detuvieron y nos obligaron a arrodillarnos", cuenta.
"Yo me negué y les pregunté si eran fascistas. Y (el soldado) respondió: 'No, los fascistas están al otro lado (...) Nosotros somos liberadores'", recuerda.
Atado de pies y manos
Luego lo obligaron a estirarse en el suelo. "Me ataron de pies y manos. Y uno de ellos vino y me dijo que iba a poner una granada debajo para que no huyera", prosigue.
Uno de los militares "puso una granada debajo de mí y me dijeron de no moverme porque si no iba a explotar".
Poco después, lo llevaron en coche para ser interrogado hasta un lugar donde otro soldado lo reconoció por habérselo cruzado en la calle, y fue liberado.
"Nos sentimos felices cuando vimos a los soldados ucranianos, porque somos ucranianos", abunda este hombre, que también relata que tuvo problemas para encontrar comida durante la ocupación.
Admite, no obstante, que "los soldados rusos trajeron caramelos, conservas, comida y todo el mundo la tomaba porque nadie quería morirse de hambre".
Los ocupantes "no querían luchar. Estaban sentados, no muy felices de estar aquí, de no estar con sus familias", dice.
Viktor Galak no quiere que vuelvan. "Déjennos vivir como antes. Vivíamos en malas condiciones, pero era Ucrania", asegura.
Svetlana Striletska, de 50 años y directora de escuela y viceconsejera de Pravdyne, dice que 23 personas fueron asesinadas en el pueblo, donde no hubo electricidad ni gas desde principios de marzo.
Svetlana Striletska y su marido tuvieron que huir de Pravdyne.
"Nunca lo olvidaré, un hombre del pueblo corrió hacia nosotros y me dijo: 'Tienen que huir, porque (los soldados rusos) les buscan'. Supe que tenía que elegir entre morir o huir".
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