Sally Abdalá Mursi fue expulsada de las aulas universitarias de Al Azhar del Cairo por "comportamiento inadecuado".
Una transexual egipcia ha declarado la guerra a la Universidad de Al Azhar, la más prestigiosa del islam suní, para regresar a sus aulas y concluir la carrera de Medicina, tras su expulsión hace 22 años.
"Sally es una persona corriente que sufre una enfermedad llamada transexualidad", explica a modo de presentación Sally Abdalá Mursi, una mujer de 48 años que acude a la entrevista con Efe llena de alhajas y con un largo velo negro que le cubre su cabellera.
Mursi nació con la anatomía de un hombre llamado Sayed y vivió encerrada en él hasta los 26 años, cuando se sometió a una operación de cambio de sexo que lo convirtió en la mujer que siempre quiso ser tras años de aislamiento y discriminación.
"Mi problema empezó a los 14 años, cuando estudiaba en el liceo francés. Me sentía sola y mis padres me llevaron a una psicóloga que, después de muchas sesiones, descubrió mi transexualidad", relata Mursi.
Presionada por la pacata sociedad egipcia, su familia trató de convencerla para que "siguiera siendo un chico" y su padre, confiado en que "el problema estaba en la educación", lo trasladó a un colegio de la Universidad de Al Azhar, la institución musulmana suní más influyente del mundo con sede en El Cairo.
Su deseo de ser mujer, lejos de debilitarse, creció entre los muros de la sección masculina de la facultad de Medicina de Al Azhar, pues Mursi recuerda que desde el primer día buscó en la biblioteca libros sobre transexualidad.
Por aquel entonces, el joven, protagonista de una larga travesía por consultas médicas y psiquiátricas en las que llegó a recibir electrochoque, decidió iniciar un tratamiento hormonal que duró tres años.
"Me sentía mujer y estaba dispuesta a serlo con todas las consecuencias", narra Mursi, que aunque inicialmente había planeado operarse después de su graduación, terminó haciéndolo el 29 de enero de 1988, cuando estaba en tercer curso de Medicina.
Y dos meses más tarde, transfigurado en mujer y cambiado el nombre, Sally apareció por la universidad con la determinación de incorporarse a la sección femenina.
"Ahí empezó una larga disputa que aún no ha concluido", señala Mursi, que fue expulsada de las aulas universitarias por "comportamiento inadecuado" y lleva 22 años con un litigio que, tras su azaroso paso por los tribunales egipcios, espera el fallo de la Corte Africana de Derechos Humanos y del Pueblo, con sede en Tanzania.
Mursi ha presentado ante ese tribunal dos demandas que buscan cancelar la expulsión de Al Azhar y aceptar su reingreso, aunque, de momento, la vista del caso se ha retrasado un año para llevar a cabo una investigación más exhaustiva.
"La de Al Azhar es la universidad de la discriminación y no representa al islam, porque Dios lo perdona todo", sentencia Mursi, una musulmana que se considera "feliz", licenciada en Arte en la Universidad pública de El Cairo, donde estudia actualmente Derecho.
Sin embargo, su sueño sigue siendo "ser doctora" y especializarse en transexualidad para ayudar a otras personas que, a diferencia de ella, se enfrentan a dificultades para operarse en Egipto, donde se necesita el permiso del Ministerio de Sanidad y el conservador Sindicato de Médicos.
Además, la persecución no sólo le ha afectado a ella, sino también a los facultativos que la operaron, expulsados de ese Sindicato, controlado por el grupo islámico Hermanos Musulmanes.
Pese a todas estas dificultades, Mursi luchó para llevar una vida normal tras la operación, y se casó y divorció en dos ocasiones.
Ella atribuye la fugacidad de su doble experiencia matrimonial a la imposibilidad de tener hijos. "Siempre he tratado de compensarlo con más cariño, pero se ve que no ha satisfecho a mis maridos", apunta Mursi, que "por si acaso" se reafirma "cien por cien mujer".
Y para demostrarlo ante los ojos de los responsables más reaccionarios de Al Azhar, que la acusan de "vivir entre hombres y mujeres sin pertenecer a ninguno de los dos sexos", Mursi trabajó como bailarina de danza del vientre.
Alejada ya de los escenarios, muestra otras armas en su batalla contra la poderosa universidad: la normalidad de su día a día como mujer, corroborada por un documento de identidad en el que el Estado egipcio reconoce su sexo.
"La sociedad siempre actúa del modo más fácil y sabio. Si me siento y comporto como mujer, la gente me acepta como tal", dice mientras ríe a carcajadas y se ajusta el velo.
EFE
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