El MS-3 es una pandilla criminal con presencia en Estados Unidos, Guatemala, El Salvador, México y Honduras que se distinguen por sus diversos tatuajes en el cuerpo y la cara. Se les atribuye actos de venganzas y retribuciones crueles.
La única manera de salir con vida de Los Mara Salvatrucha es volverse miembro activo de una comunidad religiosa, especialmente si se trata de una iglesia evangélica pentecostal, según el diario The New York Times que citó un estudio de la Universidad Internacional de Florida.
El sondeo fue realizado a casi 1,200 pandilleros de los penales de El Salvador. Más de la mitad (58%) informó que “la iglesia era la organización más adecuada para dirigir programas de rehabilitación”.
Violencia en Centroamérica
Los MS-13 es una pandilla de criminales principalmente conformada por salvadoreños que surgió en la década de los 80 en Estados Unidos cuando se congregaban en los barrios de Los Ángeles adolescentes que escuchaban heavy metal, hip hop, bebían alcohol, se drogaban y tenían el cabello rapado.
Marcaban su territorio con grafitis y se distinguían por tatuarse el cuerpo. Con el problema alcanzando nuevas cuotas de violencia, las autoridades de Estados Unidos iniciaron una oleada de represión contra los miembros de la mara y se produjeron los primeros arrestos. Después de pasar un tiempo en prisión por sus crímenes muchos miembros de la pandilla fueron deportados. Al retornar a El Salvador empezaron a crear una red criminal con códigos de extrema violencia. Estados Unidos exportó el problema a Centroamérica.
Para los MS- 13 “el barrio es un sistema de creencias que incluye formas brutales de control social, si te comprometes con algo que es más grande que tú, serás recompensado con respeto, estatus y camaradas que te respaldarán cuando alguien del exterior te amenace”, dice la nota de The New York Times.
Acercarse a Dios para salvarse
Muchas Iglesias evangélicas dan empleos, contactos laborales y ayudan con acceso a servicios de salud. Fomentan espacios para ayudar a la juventud en el plano espiritual y emocional en lugar de marginarlos y denunciarlos.
Tal es el caso de Ernesto Deras quien narró su historia en una iglesia del vecindario Panorama City en Los Ángeles donde lloró descontroladamente y pidió perdón por haber estado en prisión a causa de sus delitos.
“Me habían disparado, me había roto huesos, estuve en prisión (…) Me sentía como un hombre que no tenía lágrimas, pero aquel día ocurrió algo poderoso”. Las pandillas respetaron su salida, no le dijeron que dejara de hacerlo, sino lo contrario: “Sigue acercándote a Dios”.
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